Los dedos de Sholto se clavaron en mi antebrazo cuando tiró de mí para acercarme más y bramó su rabia a unos centímetros de mi cara.
– No creía a Agnes. No creí que Andais permitiera este ultraje, pero ahora sí lo hago. ¡Ahora lo creo!
Él me sacudió con fuerza suficiente como para hacerme perder el equilibrio. Sólo la mano de Doyle impidió que me cayera.
Luché por mantener mi voz neutral cuando le dije:
– No sé de qué me hablas.
– ¡No! ¿Seguro? -dijo, soltándome tan de repente que me envió tropezando contra Doyle y entonces Sholto tiró con su mano ilesa de las vendas que cubrían su pecho y estómago, rasgándolas.
Doyle giró su cuerpo de forma que yo quedara detrás de él, de forma que su cuerpo se interpondría entre cualquier cosa que estuviera a punto de ocurrir y yo. La verdad, no iba discutir con él. Un Sholto malhumorado no era algo que yo hubiera visto antes.
– ¿Has venido a ver lo que ellos me han hecho? ¿Quieres verlo? -dijo ya gritando esto último, llenando la cueva de ecos, como si las mismas paredes también gritaran en respuesta.
Podía ver lo que había bajo las vendas ahora. La madre de Sholto había sido una noble de la Corte Oscura, pero su padre había sido un ave nocturna. La última vez que yo había visto el abdomen desnudo de Sholto, sin el poder de la magia que lo hacía parecer liso y musculoso, y totalmente sidhe, había en él una línea de tentáculos que comenzaban a unos centímetros de su pecho hasta llegar justo por encima de su ingle. Tenía un juego de tentáculos que las aves nocturnas utilizaban como brazos y piernas, así como unos tentáculos diminutos que succionaban y eran órganos sexuales secundarios. Habían sido estos pequeños “extras” los que me habían hecho evitar tomarlo en mi cama, y que la Diosa me perdonara, los había visto como una deformidad. Pero ahora no existía ese problema. Ahora la piel donde los tentáculos habían estado, estaba en carne viva, roja y desnuda. Quienquiera que hubiera hecho esto, no sólo se había encargado de cortar los tentáculos, se los habían sajado, junto con la mayor parte de su piel.
CAPÍTULO 11
¾ESA MIRADA EN TU CARA, MEREDITH. TÚ NO LO SABÍAS. Realmente no lo sabías. ¾Su voz sonó más calmada, a medias entre aliviada y herida, como si él no lo hubiera esperado.
Yo me obligué a apartar la mirada de la herida, y fijarla en su rostro. Los ojos estaban muy abiertos, la boca abierta como si jadeara. Parecía estar en estado de shock. Encontré mi voz, pero era un susurro ronco.
¾Yo no lo sabía. ¾Me lamí los labios y traté de dominarme. Era la Princesa Meredith NicEssus, esgrimidora de dos manos de poder, con posibilidad de ser reina; tenía que hacerlo mejor que esto. Estaba acurrucada contra Doyle, pero me aparté. Si Sholto podía sobrevivir a semejante herida, entonces lo menos que yo podía hacer era no encogerme ante ello.
De nuevo, la voz aguda vino de uno de los guardias más bajos, y Sholto habló en respuesta.
¾Ivar tiene razón. La expresión en vuestros rostros lo deja claro. Ninguno lo sabía. Por una parte, me siento menos traicionado; por otra, me doy cuenta de que tenemos un complot político en marcha y eso me dice que es muy peligroso para nuestra corte, para nuestras dos cortes.
Fui hacia él, lentamente, de la manera en que me acercaría a un animal herido. Despacio, para no asustarlo más.
¾¿Quién te hizo esto? ¾Le pregunté.
¾La corte dorada.
¾¿Quieres decir los Luminosos?
Él asintió levemente.
¾Sólo el mismo Taranis podría ser capaz de separarte de tus sluagh. Ningún otro noble de su corte es lo bastante poderoso como para prenderte así ¾dijo Doyle.
Sholto miró Doyle, una larga, pensativa mirada.
¾Eso es un gran elogio viniendo de la Oscuridad de la Reina.
¾Es la verdad. La princesa lo dijo mejor: los sluagh son los últimos que quedan de la jauría salvaje. Lo últimos dentro del mundo de las hadas. Sólo a ti y a tu gente os queda todavía la magia salvaje corriendo por vuestras venas. No es un poder pequeño, Rey Sholto.
¾Deberíamos haber oído la batalla incluso desde dentro de nuestro propio sithen ¾dijo Frost, y había una pregunta en su voz.
Los ojos de Sholto saltaron hacia él y luego se apartaron, como si se diera cuenta de repente de que no quería encontrarse con la mirada de nadie.
La voz de Segna la Dorada se oyó quejumbrosa desde su sucia capucha amarilla.
¾Lo que no puede ser tomado con la fuerza de las armas, puede ser fácilmente ganado con una carne suave.
Sholto no le dijo que se callara. Dejó caer la cabeza, de modo que una cortina de pálido cabello ocultara su cara. No entendí lo que había dicho Segna, pero estaba claro que le había acertado de pleno.
¾Yo no te preguntaría esto ¾dijo Doyle¾, pero si la gente de Taranis te ha herido, entonces es un desafío directo a la autoridad de nuestra reina. O él cree que nosotros no vamos a responder, o cree que no somos lo bastante fuertes para responder.
Entonces Sholto alzó la mirada.
¾¿Ahora entiendes por qué pensé que la Reina Andais tenía que saberlo?
Doyle asintió.
¾Porque si ella no había dado su permiso, entonces este ataque tiene todavía menos sentido.
¾Hay guerras que han empezado por menos ¾dijo Mistral.
El comentario le ganó una mirada de Sholto.
¾La última vez que te vi, te sentabas en la silla del consorte, a los pies de la Princesa Meredith.
Mistral se inclinó.
¾Fue un honor.
¾Yo me he sentado en esa silla, y fue un honor vacío. ¿Lo has encontrado tú así?
Mistral vaciló, y entonces dijo…
¾Yo he encontrado todo lo que esperaba encontrar, y más.
Luché para no girarme y mirarlo. Su voz era tan cuidadosa, supe que había visto algo en el rey que estaba ante nosotros que yo no había visto hasta ahora. Sholto estaba desesperado por conocer el roce de otro sidhe; Quería otro resplandor de alta magia para emparejarlo con el suyo. No se me había ocurrido que Sholto había estado aquí en su propio reino depositando sus esperanzas en que yo mantuviera mi promesa y le ofreciera mi cuerpo. Intentos de asesinato, crímenes y más maquinaciones políticas de las que yo podía recordar me habían impedido cumplirlo. Pero yo no había pensado ignorar a Sholto.
¾Yo no quise que fuera un honor vacío, Rey Sholto ¾dije¾. Pienso cumplir la promesa que te hice.
¾Ahora te acostarás con él. ¾La voz de Segna otra vez, sonando como un áspero gañido¾. Eso es lo que la ramera luminosa dijo, que una vez que él se curase, ella se acostaría con él.
Levanté la vista para mirarlo.
¾¿Tú has permitido que alguien te hiciera esto?
Él sacudió la cabeza.
¾Nunca.
Se oyó la voz de Agnes, más refinada, más humana que la voz de su hermana arpía.
¾Sholto, tú has soñado con ser sidhe, completamente sidhe, desde que eras pequeño. No le mientas a alguien que ayudó a criarte.
¾También quise que las alas de un ave nocturna salieran de mi espalda cuando era pequeño ¿Recuerdas?
Ella asintió, con aquella cabeza que parecía ser demasiado grande para los estrechos hombros.
¾Lloraste cuando te diste cuenta de que nunca tendrías alas.
¾Queremos muchas cosas cuando somos niños. Admito que a veces yo deseé que no estuvieran. ¾Hizo un movimiento como si tocase lo que ya no estaba allí, de la misma forma en que una persona con una extremidad amputada trataba de rascarse el miembro fantasma. La mano cayó antes de tocar la ruina en carne viva que era su estómago.
¾¿Cómo te atraparon, y por qué te hicieron esto? ¾Preguntó Doyle.
¾Soy rey por derecho propio, no sólo un noble de la guardia de la reina. Si los luminosos no me vieran como una cosa impura, yo podría haberme acostado con una de sus mujeres sidhe hace mucho tiempo. Pero soy considerado un crimen peor que un mero sidhe oscuro. La reina Andais me llama su Criatura Perversa, y los Luminosos lo creen sinceramente. Soy para ellos una criatura, una cosa, una abominación.