Sacudí la cabeza.
¾Tú nos interrumpiste en Los Ángeles. Viste lo que hacía con él. ¿Por qué habría estado haciendo yo esas cosas si él no fuera hermoso para mí?
¾Todo lo que recuerdo de esa noche, carne blanca, es que mataste a mi hermana.
Lo hice, pero por casualidad. Esa noche, temiendo por mi vida, yo había arremetido con una magia que no sabía que tenía. Fue la primera noche que mi mano de carne se había manifestado. Era un terrible poder, esa habilidad de volver a los seres vivos del revés, sin que murieran. Vivían, imposiblemente seguían viviendo, con sus bocas perdidas dentro de una pelota de carne, y aún así todavía chillaban. Finalmente había tenido que cortarla a pedacitos con un arma mágica para terminar con su angustia.
Yo no sé qué sombras se dejaron ver en mi cara, pero Sholto se acercó hacia mí. Fue hacia mí para sostenerme, para darme consuelo, y eso fue demasiado para Segna. Empujó lejos a los otros dos guardias como si fueran pajas bajo un viento tempestuoso y me golpeó gritando de rabia.
De repente hubo movimiento detrás y delante de mí. Todos los guardias se movieron inmediatamente, pero Sholto estaba más cerca. Él utilizó su propio cuerpo para protegerme, de modo que las garras afiladas como navajas de Segna le cortaron su propia la piel blanca. Recibió la peor parte del golpe que me estaba destinado, pero incluso el resto me hizo tambalear hacia atrás, entumeciéndoseme el brazo desde el hombro hasta el codo al recibir el golpe. No me dolía porque no podía sentirlo.
Sholto me empujó a los brazos de Doyle, y se giró, todo en el mismo movimiento. El movimiento fue tan rápido que sorprendió a Segna, haciéndola tropezar acercándose a la orilla del lago. El brazo sano de Sholto fue una pálida mancha borrosa cuando se estrelló contra ella. El golpe la mandó sobre la orilla. Por un momento pareció colgar allí en el aire, su cuerpo casi desnudo revelado por las alas de su capa. Entonces cayó.
CAPÍTULO 12
ELLA YACÍA JUSTO POR ENCIMA DEL AGUA BAJA, EMPALADA en varios huesos puntiagudos que sobresalían de ella desde la garganta al estómago. Colgaba allí, atrapada, sangrando, como un pez enganchado en un terrible anzuelo.
Creo que los guardias de Sholto esperaban que ella simplemente se desclavara del puntiagudo espinazo del esqueleto de la criatura. Agnes, sobre todo, parecía estar esperando, paciente, despreocupada.
– Venga, Segna, levántate. -Su voz sonó ya impaciente.
Segna continuaba tendida allí y sangrando, las piernas agitándose, exponiendo sus más íntimas partes mientras se debatía. Las arpías llevaban un cinturón de cuero del que colgaba una espada y una bolsa, pero eso, y su capa, era todo. Su cuerpo era más grande que el de un humano y más arrugado, como si fuera un gigante encogido.
Vi los ojos desorbitados, el miedo en su cara. Ella no iba a levantarse. A veces, siendo yo mortal, reconocía un verdadero daño más rápidamente, porque a un nivel visceral, yo sabía que era una posibilidad. Las criaturas que son inmortales, o casi, no comprenden los desastres que les pueden acontecer.
– Ivar, Fyfe, id por ella.
– Con el debido respeto, Rey Sholto -dijo Fyfe-, yo preferiría quedarme aquí, y enviar a Agnes abajo.
Sholto empezó a discutir, pero Ivar se unió a la discusión.
– No nos atrevemos a dejarte solo con Agnes aquí arriba. La princesa tendrá a sus guardias, pero tú estarás desprotegido.
– Agnes no me haría daño, -dijo Sholto, pero él estaba mirando fijamente a Segna como si finalmente se diera cuenta de lo mal que llegaba a estar.
– Somos tus guardias, y tus tíos. No haríamos honor a los deberes que ambos títulos conllevan si ahora te dejamos solo con Agnes -dijo Ivar con su voz parecida a la de un pájaro. Las personas siempre esperaban que las aves nocturnas tuvieran unas voces feas y siseantes, pero Ivar sonaba como un pájaro cantor o como quizás sonaría un pájaro cantor si pudiese hablar como los humanos. La mayor parte de las aves nocturnas sonaban así.
– Segna es una arpía nocturna -dijo Agnes-. Un simple hueso no la derribará.
– Yo tropecé con un hueso como ése entrando en vuestro jardín -dijo Abe, y levantó el brazo envuelto en tela hacia ella. La sangre había empapado la mayor parte de la tela.
– Hay una vieja magia en esos huesos -dijo Doyle-. Algunos de ellos son de cosas que cazaban a los sidhe y a otros sluagh antes de que fueran domados por vuestros primeros reyes.
– No me alecciones sobre mi propia gente -dijo Agnes.
– Recuerdo un tiempo cuando Agnes la Negra no era parte de los sluagh -dijo Rhys, suavemente.
Ella lo fulminó con la mirada.
– Y yo recuerdo un tiempo cuando tenías otros nombres, Caballero blanco -dijo ella escupiendo en su dirección-. Ambos hemos caído muy bajo desde lo que una vez fuimos.
– Ve con Ivar, Agnes. Ve a ver a tu hermana -dijo Sholto.
– ¿No confías en mí? -le preguntó ella, echándole una mirada terrible.
– Una vez confié en vosotras tres más que en cualquier otro, pero vosotras me heristeis antes de que los Luminosos me atraparan. Vosotras me heristeis primero.
– Porque quisiste traicionarnos con cierta zorra de carne blanca.
– Soy el rey aquí, o no lo soy, Agnes. O me obedeces, o no. Bajarás con Ivar a ayudar a Segna, o lo veré como un desafío directo a mi autoridad.
– Estás gravemente herido, Sholto -dijo la arpía-. No me puedes ganar estando tan débil.
– No se trata de ganar, Agnes. Se trata de ser rey. Soy tu rey, o no lo soy. Si soy tu rey, entonces harás lo que digo.
– No hagas esto, Sholto -susurró ella.
– Tú me criaste para ser el rey, Agnes. Me dijiste que si los sluagh no le tenían miedo a mi venganza, entonces no sería rey durante mucho tiempo.
– No quise decir…
– Ve con Ivar, ahora, o es el fin entre nosotros.
Ella alargó una mano hacia él como si fuera a rozar su pelo.
Sholto se echó hacia atrás y le gritó…
– Ahora, Agnes, ve ahora, o esto acabará mal entre nosotros.
Fyfe echó hacia atrás su capa, revelando sus armas, y cada una de sus manos tocaba el puño de una espada, preparándose para una lucha furiosa.
Agnes le echó a Sholto una última mirada que era más de desesperación que de ira. Luego siguió a Ivar hacia abajo por la cuesta escarpada del lago, clavando sus garras en el suelo para no resbalar entre los huesos que perforaban la tierra.
Ivar ya estaba caminando dentro del agua quieta. Ésta le llegaba por encima de la cintura, lo que significaba que el agua era más profunda de lo que parecía. Tuvo que obligarse a colocar una mano sobre el corazón de Segna entre el peso colgante de sus pechos. Su cara inacabada sin labios se volvió para mirar a Sholto, y su mirada no comunicaba buenas nuevas.
Agnes era más alta que Ivar, y lo tuvo más fácil en el agua que sólo le llegaba a los muslos. Vadeó el agua hasta la otra arpía, y cuando la alcanzó dejó escapar un gemido de desesperación.
Sholto se desplomó de rodillas en la orilla del lago.
– Segna -dijo, y había verdadera pena en su voz.
Yo me arrodillé a su lado y le toqué el brazo. Él se apartó de un tirón.
– Cada vez que estoy contigo, alguien a quien quiero se muere, Meredith.
Ivar llamó…
– No estoy seguro de que se esté muriendo. Está gravemente herida, pero aún puede vivir.
Agnes acariciaba la cara de su hermana. Pero podía ver la boca abierta, la respiración dificultosa. La sangre burbujeaba en la herida de su pecho cuando ella respiraba y también caía de su boca. Hubiera significado la muerte para la mayoría.
– ¿Puede sobrevivir a esto? -Pregunté, suavemente.
– No lo sé -dijo Sholto-. Hubo un tiempo en que no hubiera sido un golpe mortal, pero se ha perdido mucho de lo que fuimos.
– La herida que se hizo Abeloec con los huesos todavía sangra -dijo Doyle.