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¿Captaba un débil aroma a flores de manzano, un pequeño… qué? ¿Consuelo? ¿Advertencia? El hecho de que yo no estuviese segura de si era una advertencia de peligro o un consuelo espiritual resumía más o menos mis sentimientos acerca de ser el instrumento de la Diosa: Ten cuidado con lo que deseas.

Miré Sholto, con su herida que rezumaba sangre bajo sus vendas. Los dos, él y yo, habíamos querido pertenecer, pertenecer sinceramente a los sidhe. Ser honrados y aceptados por ellos. Y mira qué habíamos conseguido.

Le ofrecí la mano, y él la tomó. La tomó, y la oprimió con fuerza. Incluso en medio de todo ese horror y muerte, yo sentí en aquel toque cuánto significaba para él tocarme aunque fuera de esa manera. De algún modo, el hecho de que él todavía me quisiera tanto lo hacía todo peor.

– Traté de compartir la vida contigo, Meredith, pero soy Rey de los Sluagh, y la muerte es todo lo que tengo para ofrecer.

Apreté su mano.

– Ambos somos sidhe, Sholto, y eso es una cosa de la vida. Somos sidhes oscuros, y es una cosa de la muerte, pero Rhys me recordó lo que había olvidado.

– ¿Qué habías olvidado?

– Que las deidades que entre nosotros, antaño traían la muerte, también portaban la vida. No estábamos destinados a ser divididos así. No somos luz y oscuridad, buenos y malos; somos ambos y nada. Hemos olvidado todo aquello que somos.

– Lo que soy en este momento -dijo Sholto-, es un hombre que está a punto de matar a una mujer que fue mi amante, y mi amiga. No puedo pensar en nada más allá de este momento como si cuando ella muera a mis manos, yo fuera a morir con ella.

Negué con la cabeza.

– No morirás, pero puedes lamentar no haberlo hecho, durante un momento.

– ¿Sólo durante un momento? -preguntó Sholto.

– La vida es una cosa egoísta -le dije-. Si superas la pena y dejas atrás el horror, comenzarás a querer a vivir otra vez. Estarás contento de no haber muerto.

Él tragó con fuerza suficiente como para que yo lo oyese.

– No quiero pasar por esto.

– Te ayudaré.

Sholto casi sonrió, y pareció como si una sombra pasase sobre su rostro.

– Creo que ya has ayudado bastante. -Con esto soltó mi mano y empezó a bajar hacia la orilla, utilizando la mano sana como ayuda para no resbalar sobre los huesos.

Yo no me giré para mirar a nadie. Sólo empecé a bajar hacia la orilla. Mirar hacia atrás no me haría sentirme mejor. Mirar hacia atrás simplemente haría que desease pedir ayuda. Y algunas cosas tienes que hacerlas tú misma. A veces gobernar sólo quiere decir que no puedes pedir ayuda.

Me di cuenta de que los huesos no eran cortantes en toda su longitud, en su mayor parte era sólo en las puntas donde estaban afilados de una forma atroz. Me agarré suavemente a los que parecían más redondeados utilizándolos como asideros. Tuve que echar mano de toda mi concentración para bajar hasta el agua sin resbalar o cortarme la mano.

El agua estaba sorprendentemente tibia, como el agua del baño. El suelo bajo el agua estaba blando, viscoso, más bien parecía ser de légamo que de barro. Mantener el equilibrio era complicado, y otra vez me tuve que concentrar en lo que estaba haciendo. Me centré en mantener el equilibrio, evitando algo que parecía un hueso. No quería pensar en lo que estaba a punto de hacer.

Segna ya había tratado de matarme dos veces, pero yo no podía odiarla. Todo hubiera sido mucho más fácil si pudiera haberla odiado.

CAPÍTULO 13

SI NO HUBIERA TENIDO MIEDO DE CLAVARME LOS HUESOS, habría nadado hasta donde Sholto y Agnes todavía sostenían a Segna. Los otros dos guardias, Ivar y Fyfe, estaban aún en el agua, manteniéndose cerca, pero sin sostener a la mujer caída. El agua me llegaba a los hombros, y me ardía en las marcas que las garras de Segna me habían hecho, y era lo suficientemente profunda para poder nadar en ella, si aquellos huesos no estuvieran ocultos bajo la superficie. Mi sangre se deslizaba en el agua negra, perdiéndose.

Sholto sostenía la cabeza y la parte superior del cuerpo de Segna tan bien como su único brazo sano se lo permitía. Agnes aún estaba a su lado, ayudándolo a sostener a su hermana sobre el agua. Tropecé en el fondo blando y me hundí. Salí escupiendo.

La voz de Agnes me llegó claramente cuando le dijo a Sholto…

– ¿Cómo puedes desear a esa débil cosa? ¿Cómo puede ser eso lo que deseas?

Escuché la tierra deslizarse, el agua moverse. Me giré para encontrar a Doyle y a Frost en el agua, caminando hacia mí.

– Ésta es su matanza o nunca será reina -dijo Agnes.

– No venimos a matar por ella -dijo Doyle.

– Venimos para protegerla, igual que la guardia de vuestro rey le protege -dijo Frost, y su cara era una máscara arrogante. Su carísimo y claro traje estaba empapado de agua sucia. Su largo cabello plateado se arrastraba por el agua tras él. De alguna forma, parecía como si el agua lo ensuciara más a él que a los otros, como si el agua estropeara su blanca y plateada belleza más severamente.

La oscuridad de Doyle parecía fundirse con el agua. El hecho de que su larga trenza se arrastrara por ella no parecía molestarlo. La única cosa que le preocupaba era mantener limpia su arma. Las armas modernas disparan muy bien aunque estén mojadas, pero él había comenzado a usar armas de fuego cuando la pólvora seca significaba la diferencia entre la vida y la muerte, y los viejos hábitos son difíciles de eliminar.

Esperé a que llegaran hasta mí, porque necesitaba el consuelo de su presencia mientras hacía esto. Lo que realmente quería hacer era lanzarme en sus brazos y empezar a gritar. No quería asesinar más, quería la vida para mi gente. Quería traer el retorno de la vida a las hadas, no la muerte. No la muerte.

Esperé, y dejé que sus manos me ofrecieran consuelo. Dejé que me levantaran del blando y traicionero fondo y me guiaran por el agua. No me desplomé sobre ellos, pero me permití obtener coraje de la fuerza de sus manos.

Un hueso rozó mi pierna.

– Un hueso -dije.

– Un espinazo, por lo que parece -dijo Doyle.

– ¿Estás esperando a que Segna se muera antes de que consigas llegar hasta aquí? -Preguntó Agnes con voz burlona. Las lágrimas que brillaban en su rostro hicieron que no le tuviera en cuenta su tono. Estaba perdiendo a alguien con quien había vivido, había luchado, había amado durante siglos. Ella ya me odiaba antes de esto; ahora me odiaría mucho más. No la quería como mi enemiga, pero parecía que hiciera lo que hiciera, no podría evitarlo.

– Estoy intentando no compartir su destino -dije.

– Espero que lo hagas -me contestó Agnes.

Sholto, con lágrimas en su rostro, la miró.

– Si alguna vez levantas una mano contra Meredith otra vez, tú y yo habremos terminado.

Agnes le contempló, buscando en su rostro, mientras sostenía el cuerpo de Segna. Miró fijamente el rostro del hombre que amaba y lo que allí vio le hizo inclinar la cabeza.

– Haré lo que mi rey desee.

Las palabras eran amargas; pareció que mi garganta se encogía sólo de oírlas. Debían de haber quemado en la garganta de Agnes.

– Júralo -dijo Sholto.

– ¿Qué juramento me pedirías? -preguntó Agnes, con la cabeza todavía inclinada.

– El juramento que Meredith hizo y el que hará.

Ella tembló, y no fue debido al frío.

– Juro por la oscuridad que devora todas las cosas que no dañaré a la princesa aquí y ahora.

– No -dijo Sholto-, jura que nunca la dañarás.

Ella se inclino más, arrastrando su seco y negro cabello por el agua.

– No puedo hacer ese juramento, mi rey.

– ¿Por qué no puedes hacerlo?

– Porque pretendo hacerle daño.

– ¿No jurarás no hacerle daño nunca? -Sholto parecía sorprendido.