– ¡Diosa, ayúdame! -Recé.
Una mano pálida se destacó sobre el agua, y Segna fue echada hacia atrás, arrastrándome con ella porque estaba agarrada a sus brazos. Salimos a la superficie juntas, ambas jadeando en busca de aire. Su aliento terminó en una tos congestionada que cubrió mi cara con su sangre. Durante un momento no pude ver quién la había apartado. Tuve que limpiar su sangre de mis ojos para ver a Sholto que la rodeaba por el torso con su brazo. La estaba sujetando y gritó…
– ¡Fuera, Meredith, sal!
Hice lo que me decía: la dejé ir y me impulsé hacia atrás, confiando en que no hubieran huesos justo detrás de mí.
Segna no trató de cogerme y usó sus manos recién liberadas para arañar profundamente el brazo de Sholto, haciendo una ruina carmesí de su carne blanca.
Yo flotaba en el agua, mirando alrededor buscando a Doyle, a Frost, y a los demás. No había nadie. Nadaba en un lago profundo y frío, no como la laguna de agua estancada y poco profunda por la que habíamos estado vadeando hasta ahora. Cerca, había una pequeña isla, pero la orilla estaba lejos, y no era una orilla que me fuera conocida.
– ¡Doyle! -Grité, pero no hubo ninguna respuesta. En realidad, no había esperado ninguna, ya que por lo que podía ver estábamos en una visión, o en algún otro lugar del sithen. No sabía cuál, y no sabía dónde.
Sholto lanzó un grito detrás de mí. Me giré a tiempo para ver cómo se hundía bajo una estela roja. Segna apuñaló el agua donde él había desaparecido con la daga de su cinturón. ¿Se daba cuenta que era a él a quien ella atacaba ahora, o todavía pensaba que me mataba a mí?
– ¡Segna! -Grité, y el sonido pareció alcanzarla porque vaciló. Se volvió en el agua y parpadeó hacia mí.
Me impulsé lo suficientemente alto en el agua como para que pudiera verme. Sholto no había emergido todavía.
Segna gritó hacia mí, el sonido terminó en una tos húmeda. La sangre resbaló por su barbilla, y aún así ella comenzó a moverse hacia mí.
– ¡Sholto!-grité, esperando que Segna comprendiera lo que había hecho y volviera atrás para rescatarlo. Pero ella siguió nadando débilmente hacia mí.
– Ahora él es sólo carne blanca -gruñó ella, con aquella voz tan ronca, tan gutural. -Sólo es sidhe, no sluagh.
Si esa era toda la ayuda que Sholto iba a obtener de ella, era obvio que me tocaba rescatarlo a mí. Tomé un profundo aliento y me zambullí. Aquí el agua era más clara, y vi a Sholto como una sombra pálida que se hundía hacia el fondo, su sangre flotando hacia arriba en una nube.
Grité su nombre, y el sonido hizo eco a través del agua. Su cuerpo se sacudió, y en ese momento algo me agarró del pelo y tiró de mí hacia arriba.
Segna me arrastró a través del agua. Me di cuenta de que se dirigía hacía la isla desierta. Las rocas golpearon mi espalda desnuda, arañándome, mientras ella luchaba contra el agua. Tiró de mí hasta que las dos estuvimos fuera del agua. Jadeaba sobre la roca, su mano todavía enredada en mi pelo. Traté de alejarme de aquella mano, pero ésta se tensó más fuerte, como si pensara arrancármelo de raíz. Segna comenzó a arrastrarme para acercarme más hasta donde ella estaba.
Luché para ponerme a gatas para evitar que ella rasgara todavía más mi piel sobre la roca desnuda. Pero para poder hacerlo, tuve que apartar mi mirada durante un instante. Y eso fue un error. Ella me tumbó con aquella fuerza que podría haber desgarrado a un caballo, derribándome sobre mi estómago. Mantuve un brazo bajo mi cuerpo para protegerme de las rocas.
Entonces vi que aún sostenía la daga. La presionó contra mi mejilla. La miré fijamente por encima del filo de la hoja. Se estaba cayendo, recostándose contra las rocas.
– Te marcaré -dijo. -Arruinaré esa bonita cara.
– Sholto se está ahogando…
– Los Sluagh no pueden morir por el agua. Si él es lo bastante sidhe para ahogarse, déjale.
– Él te ama -dije.
Ella dejó escapar un sonido áspero que salpicó su barbilla de más sangre.
– No tanto como ama la idea de tener carne sidhe en su cama.
Yo no podía discutir eso.
La punta de su hoja vaciló sobre mi mejilla.
– ¿Cuán sidhe eres? ¿Cómo de bien puedes curarte?
Pensé que era una pregunta retórica, así que no contesté. ¿Moriría a causa de sus heridas antes de hacerme daño, o se curaría?
Segna tosió sangre sobre las piedras, y dio la sensación de que ella se preguntaba lo mismo. Aprovechó que me tenía cogida del pelo para ponerme de espaldas arrastrándome más cerca cuando lo hizo. Yo no podía detenerla, no podía luchar contra una fuerza así. Se arrastró sobre mí y puso su hoja contra mi garganta. Agarré su mano, rodeándola con las mías, e incluso usando las dos temblaba por el esfuerzo de alejarla de mí.
– Tan débil… -jadeó sobre mí. -¿Por qué seguimos a los sidhe? Si yo no fuera a morir, no podrías retenerme.
Mi voz salió ahogada por la tensión cuando dije…
– Soy sidhe sólo en parte.
– Pero eres lo bastante sidhe para que él te desee -gruñó ella. -¡Brilla para mí, sidhe! Muéstrame la preciosa magia de la Corte. Muéstrame la magia que nos hace seguir a los sidhe.
Sus palabras fueron fatídicas. Ella tenía razón. Yo tenía magia. Una magia que nadie más tenía. Llamé a mi mano de sangre. Cuando la convoqué, traté de no pensar en que podía haberla convocado antes, antes de que ella le hiciera daño a Sholto.
Esgrimí la mano de sangre. Yo podría haberla hecho sangrar a partir de sólo un corte diminuto, y esos cortes no eran diminutos. Comencé a brillar bajo la presa de su cuerpo. Mi cuerpo brillaba a través de la sangre que goteaba sobre mí. Susurré…
– No magia luminosa, Segna, magia de la corte oscura. Sangra para mí.
Ella no lo entendió al principio. Seguía tratando de hundir la daga en mi garganta, y yo continuaba deteniéndola justo a ras de mí. Hundió su mano en mi pelo de forma que sus garras arañaron mi cuero cabelludo, haciéndome sangrar. Llamé a la sangre, y sus heridas se desbordaron.
La sangre manó sobre mí, caliente, más caliente que mi propia piel. Giré mi cabeza lejos para proteger mis ojos de ella. Mis manos resbalaban en su sangre, y temía que su cuchillo sobrepasara mis defensas antes de que pudiera desangrarla. Tanta sangre; ésta manó y manó y manó. ¿Podía una arpía nocturna morir desangrada? ¿Podían llegar a ser asesinadas de esta manera? No lo sabía, yo no lo sabía.
La punta de su cuchillo perforó mi piel con una mordedura aguda. Mis brazos temblaban por el esfuerzo de mantenerla alejada de mí.
– ¡Sangra para mí! -Grité, escupiendo su sangre de mi boca, y aún así su cuchillo se deslizó otra fracción de milímetro en mi garganta. Apenas, casi bajo la piel, aún no estaba herida, pero lo estaría pronto.
Entonces su mano vaciló, apartándose. Parpadeé hacia ella a través de una máscara de su propia sangre. Sus ojos se veían muy abiertos y asustados. Una lanza blanca sobresalía de su garganta.
Sholto estaba de pie sobre ella, sin vendas, con su herida al descubierto, y con ambas manos agarraba la lanza. La sacó con un movimiento desgarrador. Una fuente de sangre se derramó de su cuello.
– Sangra -Susurré y ella se desplomó en un mar carmesí, todavía sosteniendo el cuchillo en su mano.
Sholto, todavía de pie sobre ella, le clavó la lanza blanca en la espalda. Ella convulsionó bajo él, abriendo y cerrando la boca, los pies y las manos arañando la roca desnuda.
Sólo cuando ella dejó de moverse completamente retiró Sholto la lanza. Él estaba tambaleándose, pero usó la punta de la lanza para enviar su daga al lago. Entonces se desplomó de rodillas a su lado, apoyándose en la lanza como si fuera una muleta.
Cuando me tambaleé hacia él, no brillaba. Estaba cansada, herida, y cubierta con la sangre de mi enemigo. Caí de rodillas a su lado en la roca ensangrentada, y toqué su hombro, como si no estuviera segura de que fuera real.