– No -dijo Sholto.
– Dijiste que harías cualquier cosa -dijo la Diosa.
– Puedo ofrecer mi vida, pero no la suya -dijo Sholto. -No es mía para darla. -Su mano estaba amoratada por la fuerza con que sujetaba la empuñadura del cuchillo.
– Tú eres rey -dijo el Consorte.
– Un rey cuida de su gente, no los mata.
– ¿Condenarías a tu gente a una muerte lenta por la vida de una mujer?
Las emociones se sucedieron en el rostro de Sholto, pero finalmente dejó caer el cuchillo sobre la roca. Sonó como si fuera del metal más duro en vez de hueso.
– No puedo, no lastimaré a Meredith.
– ¿Por qué no?
– Ella no es sluagh. No debería morir para devolvernos la vida. Éste no es su lugar.
– Si ella desea ser la reina de todas las hadas, entonces será sluagh.
– Entonces déjala ser reina. Si muere aquí, no será reina, y entonces sólo nos quedará Cel. Yo devolvería la vida a los sluagh y destruiría a todas las hadas de un golpe. Ella sostiene el cáliz. El cáliz, mi Señor. Después de todos esos años el cáliz ha vuelto. No entiendo cómo podéis pedirme que destruya la única esperanza que tenemos.
– ¿Es ella tu esperanza, Sholto? -preguntó el Consorte.
– Sí -susurró Sholto y había tanta emoción en aquella única palabra.
La figura oscura miró a la gris. La Diosa habló…
– No hay ningún miedo en ti, Meredith. ¿Por qué?
Traté de expresarlo con palabras.
– Sholto tiene razón, mi Señora. El cáliz ha vuelto, y la magia ha regresado a las hadas. Tú usas mi cuerpo como su instrumento. No creo que desperdicies todo esto en un sacrificio sangriento. -Eché una mirada a Sholto. -Y he sentido su mano en la mía. He sentido su deseo por mí. Creo que se destruiría algo en él si me asesina. No creo a mi Diosa y su Consorte tan despiadados como para hacer eso.
– ¿Entonces él te ama, Meredith?
– No lo sé, pero él ama la idea de sostenerme en sus brazos. Eso lo sé.
– ¿Amas a esta mujer, Sholto? -preguntó el Consorte.
Sholto abrió la boca, la cerró, luego dijo…
– Éste no es lugar para que un caballero responda a tales cuestiones delante de una dama.
– Éste es un lugar para la verdad, Sholto.
– Está bien, Sholto -le dije. -Responde con la verdad. No te lo tendré en cuenta.
– Eso es lo que me temo -dijo él suavemente.
La mirada en su rostro me hizo reír. La risa resonó en el aire como el canto de los pájaros.
– La alegría bastará para devolver la vida a este lugar -dijo la Diosa.
– Si la alegría devuelve la vida a este lugar, entonces el mismo corazón de los sluagh cambiará. ¿Lo entiendes, Sholto? -preguntó el Consorte.
– No exactamente.
– El corazón de los sluagh está basado en la muerte, la sangre, el combate, y el terror. La risa, la alegría, y la vida forjarán un corazón diferente para los sluagh.
– Lo siento, mi Señor, pero no lo entiendo.
– Meredith, explícaselo -dijo la Diosa, mientras comenzaba a desvanecerse, como los sueños cuando la luz del amanecer se filtra por la ventana.
– No lo entiendo -dijo Sholto.
– Eres un sluagh y un sidhe de la corte oscura -dijo el Consorte; -Eres una criatura de terror y oscuridad. Es lo que eres, pero no todo lo que eres. -Con estas palabras, la forma oscura comenzó a desvanecerse, también.
Sholto tendió la mano hacia él.
– Espera, no lo entiendo.
El Dios y la Diosa desaparecieron, como si nunca hubieran estado, y la luz del sol se atenuó con su marcha. Nos dejaron sumidos en la penumbra que en esos días era el anochecer en el país subterráneo de las hadas, y no la aberración de aquella luz solar metafísica que nos había bañado momentos antes.
Sholto gritó:
– ¡Mi Dios, espera!
– Sholto -le dije. Tuve que repetirlo otras dos veces antes de que me mirara.
Parecía estar desconsolado.
– No sé lo que ellos quieren de mí. ¿Qué debo hacer? ¿Cómo devuelvo el corazón a mi gente con la alegría?
Me reí de él, y la máscara de sangre que llevaba pegada a mi piel se cuarteó por ello. Tenía que limpiar todo ese desastre.
– Ah, Sholto, consigues tu deseo.
– ¿Mi deseo? ¿Qué deseo?
– Déjame que antes me limpie un poco toda esta sangre.
– ¿Antes de qué?
Toqué su brazo.
– Sexo, Sholto, ellos quisieron decir sexo.
– ¿Qué? -La mirada en su rostro, tan sorprendida, hizo que me volviera a reír. El sonido resonó a través del lago, y otra vez pensé que escuchaba el canto de los pájaros.
– ¿Oíste eso?
– Oí tu risa, como música.
– Este lugar está listo para volver a la vida, Sholto, pero si usamos la risa, la alegría y el sexo para hacerla volver, entonces será un lugar diferente al que era antes. ¿Entiendes eso?
– No estoy seguro. ¿Vamos a tener sexo aquí, ahora?
– Sí. Deja que me lave un poco toda esta sangre, y entonces sí. -No estaba segura de que hubiera escuchado algo más de lo que había dicho. -¿Has visto el nuevo jardín a la salida de las puertas del salón del trono en el sithen de la corte oscura?
Pareció como si tuviera que luchar para concentrarse, pero finalmente asintió con la cabeza.
– Ahora es un prado con un riachuelo, no el campo de tortura que la reina había hecho de él.
– Exactamente -dije. -Era un lugar de dolor y ahora es un prado con mariposas y conejitos. Soy parte de la corte de la luz, Sholto, ¿entiendes lo qué digo? Esa parte de mí afectará a la magia que haremos aquí y ahora.
– ¿Qué magia realizaremos aquí y ahora? -preguntó él, sonriendo. Todavía se apoyaba pesadamente sobre la lanza, la herida abierta que le habían inflingido los luminosos estaba descubierta y al aire. Yo había sufrido bastantes heridas propias para saber que la herida le dolería con sólo que un toque de aire le rozara. El cuchillo de hueso estaba tirado junto a las rodillas de Sholto. Sinceramente, pensé que iba a desaparecer cuando el Consorte y la Diosa se fueron, ya que él había rechazado usarlo para su verdadero objetivo. Sin embargo, Sholto todavía estaba rodeado de las principales reliquias de los sluagh. Él había sido tocado por la deidad. Nos arrodillábamos en un lugar de leyenda, teníamos la posibilidad de traer a su gente un renacimiento de sus poderes. Y en todo lo que él parecía ser capaz de pensar era en el hecho de que podíamos tener sexo.
Le miré a la cara. Traté de ver más allá de la anticipación casi tímida que se reflejaba en su rostro. Él parecía tener miedo de ser demasiado impaciente. Era un buen rey, pero aún así, la promesa de sexo con otro sidhe había alejado todas las precauciones de su mente. Sin embargo, yo no podía permitir que se precipitara, hasta estar segura de que entendía lo que podría pasarle a su gente. ¿Él tenía que entenderlo… o no?
– Sholto -dije. Él tendió la mano hacia mí. Tomé su mano para impedir que tocara mi cara. -Necesito que me escuches, Sholto, que me escuches realmente.
– Escucharé todo lo que digas.
Él estaba listo para seguir mi guía. Yo había notado eso sobre él en Los Ángeles, que el dominante y aterrador rey de los sluagh se volvía sumiso en situaciones íntimas. ¿Se lo había enseñado Agnes la Negra, o Segna? ¿O ya era así desde un principio?
Acaricié su mano, de forma más amistosa que sexual.
– Mi magia sexual trae prados y mariposas. Algunos pasillos en el sithen de la corte oscura se volvieron de mármol blanco con vetas doradas.
Su expresión se volvió un poco más seria, menos divertida.
– Sí, la reina estuvo muy disgustada -dijo él. -Te acusó de rehacer su sithen a la imagen de la Corte de la Luz.
– Exactamente -le dije.
Sus ojos se ensancharon.
– No lo hice a propósito -le dije. -No controlo lo que la energía le hace al sithen. La magia sexual no es como otras magias; es más salvaje, y tiene una voluntad propia.