– La magia de los sluagh también es salvaje, Meredith.
– Sí, pero la magia salvaje de los sluagh y la magia salvaje de los luminosos no son la misma cosa.
Él giró mi palma.
– Esgrimes la Mano de la carne y la sangre. Estos no son poderes de la corte luminosa.
– No. En combate parezco pertenecer totalmente a la Corte Oscura, pero en la magia sexual es mi sangre de la Corte de la Luz la que prevalece. ¿Entiendes lo que esto podría significar para tus sluagh?
Toda la luz pareció desaparecer de su rostro, tan sombrío parecía ahora.
– Si tenemos sexo, y los sluagh son devueltos a la vida, tú podrías hacer a los sluagh a tu semejanza.
– Sí -dije.
Él contempló mi mano como si nunca la hubiera visto antes.
– Si yo hubiera tomado tu vida, entonces los sluagh habrían permanecido como son ahora: una oscuridad terrible para arrasar todo lo que se le pone por delante. Si usamos el sexo para devolver la vida a mi gente, entonces ellos pueden llegar a ser más parecidos a los sidhe, incluso como los sidhe luminosos.
– Sí -le dije-, sí-. Estaba aliviada de que él finalmente lo entendiera.
– ¿Sería tan terrible si fuéramos más sidhe? -Casi lo susurró, como si hablara para sí mismo.
– Tú eres su rey, Sholto. Sólo tú puedes hacer esta elección por tu gente.
– Ellos podrían odiarme por hacer esta elección -dijo, mirándome. -¿Pero qué otra opción hay? No derramaré tu vida, ni siquiera por devolverle la vida a todo mi reino. -Cerró los ojos y soltó mi mano. Comenzó a brillar, suave, y blanco como si la luna se elevara por su piel. Abrió los ojos, y el oro triple de sus iris brilló. Trazó una yema brillante a través de la palma de mi mano, y dibujó una línea de frío fuego blanco a través de mi piel. Me estremecí por aquel pequeño roce.
Él sonrió.
– Soy sidhe, Meredith. Ahora lo entiendo. Soy sluagh también, pero también soy sidhe. Quiero ser sidhe, Meredith. Quiero ser totalmente sidhe. Quiero saber qué se siente al ser quien soy.
Retiré mi mano, así podría pensar sin la presión de su poder contra mi piel.
– Tú eres el rey aquí. Debes elegir. -Mi voz era un poco ronca.
– No hay elección -dijo. -¿Tú mueres, y perdemos todos, o tenerte en mis brazos? Esa no es ninguna elección. -Él se rió entonces, y su risa, también, hizo eco a través del lago. Oí repiques de campanas, o aves, o ambos. -Además, la Oscuridad y Frost me matarían si te tomara como sacrificio.
– Ellos no matarían al rey de los sluagh y traerían la guerra a los sidhes -dije.
– Si realmente crees que su lealtad todavía pertenece más a la Corte Oscura que sólo a ti, entonces no ves sus ojos cuando ellos te miran. Su venganza sería terrible, Meredith. El hecho de que existan tentativas de asesinato contra ti sólo demuestra que algunos sidhe no entienden todavía lo escaso que es el poder que todavía ejerce la reina sobre la Oscuridad y Frost. Sobre todo con la Oscuridad -dijo él en voz baja. Su rostro parecía obsesionado. Él alejó ese pensamiento y me miró de nuevo. -He visto la caza de la Oscuridad. Si los Sabuesos del Infierno, los Sabuesos de Yeth, todavía existieran entre nosotros, pertenecerían a los sluagh, a la jauría salvaje, y la sangre de aquella jauría salvaje todavía corre por las venas de Doyle, Meredith.
– ¿Entonces no me matas por miedo a Doyle y Frost?
Él me miró, y durante un momento dejó caer un poco el velo de esos ojos resplandecientes. Me dejó ver su necesidad, una necesidad tal que parecía como si hubiera sido esculpida con palabras escritas en el aire.
– No es el miedo lo que me obliga a preservar tu vida -susurró.
Le brindé una sonrisa, y el cáliz todavía sujeto en mi mano latió una vez contra mi piel. El cáliz sería parte de lo que haríamos.
– Déjame limpiarme un poco esta sangre. Entonces pondré mi brillo contra el tuyo.
Su propio brillo comenzó a desvanecerse un poco, sus ardientes ojos se enfriaron hasta casi volverse tan normales como podían llegar a ser. Aunque incluso bajo los estándares sidhe era difícil describir sus iris de un triple matiz dorado como normales.
– Estoy herido, Meredith. Habría querido que nuestra primera vez justos hubiera sido perfecta. No estoy seguro cómo de bien voy a resultar para ti esta noche.
– Yo también estoy herida -le dije, -pero ambos haremos todo lo posible. -Me levanté y noté mi cuerpo rígido por las heridas que había sufrido sin haberme dado cuenta y que debía haber recibido en la lucha.
– No seré capaz de hacer el amor de la forma en que tú lo deseas – me dijo él.
– ¿Cómo sabes lo que yo deseo? -Pregunté mientras caminaba lentamente a través de la áspera roca.
– Tenías mucha audiencia cuando trajiste de vuelta a Mistral contigo. Los rumores han crecido, pero aunque sólo una parte de eso fuera verdad, no seré capaz de dominarte como lo hizo él.
Me deslicé en el agua. Ésta encontró cada pequeño corte y raspadura. El agua era fresca y calmante, pero al mismo tiempo hizo que me ardieran las heridas.
– Ahora mismo no quiero ser dominada, Sholto. Hazme el amor, deja que sea gentil entre nosotros, si es lo que queremos.
Él se rió otra vez, y oí campanas.
– Creo que de ser gentil es todo de lo que soy capaz esta noche.
– No siempre me gusta la rudeza, Sholto. Mis gustos son más variados que eso. -Ahora estaba hundida hasta los hombros en el agua, tratando de limpiarme la sangre, que comenzaba a disolverse en el agua, desapareciendo más fácilmente de lo que yo había pensado.
– ¿Son muy variados tus gustos? -preguntó.
Me reí de él.
– Mucho-. Me hundí bajo el agua en un intento de quitar la sangre de mi cara, de mi pelo. Subí jadeando, aclarando los ríos de agua rosácea de mi cara. Me sumergí dos veces más hasta que el agua corrió clara.
Sholto estaba en la orilla de la isla cuando emergí por última vez. Estaba de pie, usando la lanza como una muleta. El cuchillo blanco estaba metido con cuidado en la tela de sus pantalones, de la misma forma en que se prendería un alfiler a la ropa: dentro, y luego fuera, de modo que la punta quedaba expuesta al aire. Me ofreció su mano. La tomé, aunque podría haber salido sola del agua, y sabía que le debía doler al inclinarse.
Sholto me levantó del agua, pero sus ojos nunca se fijaron en mi rostro. Su mirada se quedó fija en mi cuerpo, en mis pechos, mientras el agua corría por ellos. Hay mujeres que lo habrían tomado como una ofensa, pero yo no era una de ellas. En aquel momento él no era un rey, era un hombre, y eso estaba muy bien para mí.
CAPÍTULO 15
SHOLTO YACÍA DESNUDO FRENTE A MÍ. YO NUNCA LE HABÍA visto así, yaciendo desnudo, y esperando, sabiendo que no teníamos que detenernos.
La primera y única vez que yo lo había visto completamente desnudo él todavía tenía tentáculos. Pero había usado su propia magia personal para hacer que su estómago pareciera una perfecta tabla de desarrollados abdominales. Incluso tocándolo, yo no había sido capaz de sentir lo que sabía que había allí. Él era muy bueno con el encanto, dado que había pasado años escondiendo aquella deformidad.
Ahora yacía de espaldas, usando sus propios pantalones como un pequeño cojín contra la piedra. Los sidhe de la Corte de la Luz le habían desollado toda la piel del estómago, desde las costillas a la ingle. Yo había visto la herida, pero ahora parecía más grande. El dolor debió haber sido horrible.
Él había puesto la lanza blanca y el cuchillo de hueso a uno de sus lados. Yo había puesto el cáliz al otro. Haríamos el amor entre el cáliz, símbolo de la Diosa, y los otros dos símbolos que eran… oh, tan masculinos.
El aire encima de su cuerpo tembló, como vacilaba el aire caliente sobre la carretera, y al momento siguiente ya no había ninguna herida. Él estaba de vuelta, creando la ilusión de unos abdominales perfectos. De todos mis amantes, sólo los de Rhys eran reales.