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– No tienes que esconderte, Sholto -le dije.

– La mirada en tu cara no es la mirada que quiero ver la primera vez que hagamos el amor, Meredith.

– Llévate el encanto, Sholto, déjame verte realmente.

– No es más hermoso que lo que solía estar allí -su voz fue triste.

Toqué la piel lisa de su hombro.

– Eras hermoso. Eres hermoso.

Él me dirigió una sonrisa tan triste como su tono.

– Meredith, no me mientas, por favor.

Estudié su rostro. Era tan bello de rostro como Frost, que era uno de los hombres más perfectos que yo había visto alguna vez. Le dije en voz alta…

– La reina una vez te llamó el cuerpo sidhe más perfecto que había visto alguna vez. Fuiste herido, te curarás; eso no ha cambiado tu perfección.

– Lo que la reina dijo fue que era una lástima que uno de los cuerpos sidhe más perfectos que había visto alguna vez estuviera arruinado por tal deformidad.

Bien, tal vez mencionar lo que había dicho la reina no había sido una buena idea. Lo intenté otra vez. Me acerqué lentamente hacia su cara y me incliné para tocar sus labios con los míos. Pero fue un beso frío, y él apenas respondió. Retrocedí.

– ¿Qué está mal?

– En Los Ángeles, incluso verte vestida endurecía mi cuerpo. Esta noche estoy débil.

Bajé la mirada a lo largo de su cuerpo para encontrar que él todavía no tenía una erección. Él era uno de esos hombres naturalmente dotados, aún en reposo; un tipo de los que se entregan, no de los que crecen.

Yo poseía la magia que podría traer a un hombre a la vida, si fuera necesario, pero era magia luminosa. Yo quería usar lo menos posible la magia de la Corte de la Luz en esta unión. Aunque Sholto había tomado la decisión de aceptar el riesgo, temía por los sluagh. Temía que perdieran su identidad como pueblo.

Por supuesto, había otros modos de excitar a un hombre además de la magia.

Avancé lentamente, con cuidado, sobre las rocas desnudas, hasta que me arrodillé junto a su cadera.

– No eres débil, Sholto, estás herido. No hay ninguna vergüenza en eso.

– Verte desnuda y no reaccionar es vergonzoso.

– Creo que podemos arreglar eso -le dije, sonriendo.

– ¿Magia? -dijo él, apartando la vista desde su cuerpo al mío.

Sacudí la cabeza.

– Nada de magia, Sholto, sólo esto -Remonté mi mano sobre sus muslos, deleitándome en la piel lisa. Los sidhe no tenían mucho pelo en el cuerpo, pero creo que era debido a que él fuera en parte ave nocturna, una criatura que de hecho no tiene pelo, lo que le hacía ser completamente lampiño. Liso como una mujer y tan suave, aunque terriblemente masculino desde las plantas de sus pies a la coronilla. Acaricié a lo largo el interior de sus muslos y él los extendió para mí, de modo que yo pudiera acariciarle hacia arriba y tocar la piel de seda entre sus piernas. Él no estaba todavía excitado cuando hice rodar esas delicadas pelotas en mi mano.

El roce le hizo arquear la columna, echar la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. Pero con el placer llegó un gemido de dolor. El movimiento había herido la zona despellejada en el centro de su cuerpo. El progreso que había logrado se marchitó ante tal dolor.

Él se cubrió los ojos con el antebrazo y dejó escapar un sonido entre sollozo y grito.

– Seré inútil para ti esta noche, Meredith. Seré inútil para mi gente. No nos traeré de vuelta a la vida con la muerte, y no puedo hacerlo con la vida.

– Yo esperaría hasta que estuvieras curado, Sholto, si pudiera. Pero esta noche es para restaurar la vida con la magia. Consuélate, tendremos otras noches, o días. Otras ocasiones, después de que estés curado, para hacer lo que queramos hacer. Esta noche, haremos lo que debemos hacer.

Él descubrió sus ojos y me miró fijamente. Su cara contenía tanta desesperación.

– No puedo pensar en ninguna posición sexual que no te haga daño, y a ti no te gusta el dolor -le dije.

– No dije que no me gustara el dolor, pero no tan agudo como éste.

Reservé esto para futuras ocasiones.

– Lo sé. Hay límites para la mayor parte de nosotros más allá de los cuales el dolor es sólo dolor.

– Lo siento, Meredith, pero temo que yo ya he alcanzado ese punto con estas heridas.

– Veremos -dije. Me incliné sobre su cuerpo hasta que pude besar su sexo. Lo introduje, suavemente, en mi boca. La única otra vez que yo lo había tenido en mi boca él había estado excitado y duro, e impaciente. Esta noche su cuerpo estaba tranquilo, flácido e inmóvil.

Al principio, yo estaba casi impaciente, pero me controlé. No era momento para ser impaciente o meter prisas. Ésta era la primera vez de Sholto con otro sidhe. Era uno de sus sueños más atesorados, y estaba herido y no en su mejor momento. Probablemente debía haber fantaseado con este momento, y ahora ninguna de sus fantasías se realizaba. La realidad era una amante más áspera que la imaginación.

Dejé marchar la impaciencia. Dejé de preguntarme lo que Doyle, Frost y los demás debían de estar pensando. Dejé ir el pensamiento de que mis poderes crecían y no tenía ni idea de lo que harían después. Dejé que todas las preocupaciones se fueran y me dediqué a este momento. Me dediqué a la sensación de él en mi boca.

Me había sido negada la posibilidad del sexo oral por la mayoría de mis amantes. Ellos no querían arriesgarse a derramar su semilla en ningún otro lugar que no fuera entre mis piernas, perdiendo una posibilidad de engendrar al siguiente heredero al trono, y con ello la posibilidad de hacerse a sí mismos rey y a mí reina. No los culpaba, pero me gustaba el sexo oral, y había extrañado hacerlo. Las pocas veces que había sido capaz de persuadir a alguien, él ya había estado excitado, grande y duro, lo que era un placer en sí mismo, pero me gustaba la sensación de un hombre cuando no estaba erecto. Era mucho más fácil tomarlo todo en mi boca. Nada de estiramientos, nada de pelear contra toda esa longitud o anchura.

Lo hice rodar en mi boca, chupando suavemente, al principio. Pero quería disfrutar de toda la sensación mientras él permaneciera flácido, entonces aumenté la intensidad. Yo podía sentirlo moviéndose en mi boca, el deslizamiento de piel, su carne tan fácil de trabajar. Succioné rápido y más rápido, hasta que él lanzó un grito…

– Suficiente, basta.

Me moví hacia sus blandas pelotas, lamiendo a lo largo de la piel, deslizando toda esa sedosidad entre mis labios y lengua. Observé cómo se endurecía cuando jugué con sus pelotas. Hice rodar un testículo, con cuidado, en mi boca antes de jugar con los dos. Él era demasiado grande para mí como para intentar coger ambos al mismo tiempo; sería demasiado fácil perjudicar esas partes sensibles. La última cosa que quería hacer era causarle cualquier nuevo dolor.

Su mirada era salvaje cuando descendió por su cuerpo para llegar hasta mí. El triple dorado de sus ojos empezó a brillar, oro fundido en el centro, luego ámbar moteado por el sol, y por último un dorado amarillo pálido como las hojas del olmo en otoño. En un momento sus ojos resplandecían y al otro, esa luz explotó por su cuerpo, como si la luz blanca fuera líquido corriendo bajo su piel. Su piel brilló hasta debajo de la roja herida, como si estuviera tallado en rubíes sobre marfil, con el sol brillando a través del blanco y rojo de su cuerpo.

Me moví sobre su cuerpo, no con él dentro, sino con una rodilla a cada lado de sus caderas. Lo miré fijamente, queriendo recordar su belleza la primera vez. El brillo se había extendido a las puntas de su cabello, como si cada hebra estuviera bañada en la luz de la luna. Él era todo luz y magia, pero cuando usé mi mano para ayudarle a deslizarse dentro de mí, era todo piel de seda y músculo.

Deslicé su sexo dentro de mí, y me percaté de que yo estaba demasiado cerrada. Le había preparado con toda una serie de juegos previos pero yo no había recibido ninguno. Estaba mojada por el placer, pero cerrada, muy cerrada.