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Él logró decir con voz entrecortada…

– No estás lo suficiente abierta.

– ¿Te hace daño? -Mi propia voz parecía un susurro.

– No -susurró él.

– Entonces quiero sentir que fuerzas tu camino dentro de mí. Quiero sentir cada centímetro empujar dentro de mí mientras estoy así de cerrada -Moví mis caderas un poco más abajo, luchando por cada delicioso centímetro. Yo estaba tan apretada que él rozaba cada milímetro de mí, deslizándose pesada y lentamente sobre ese punto sensible en mi interior.

Esperaba tenerlo dentro de mí tan profundamente como pudiera antes de mi liberación, pero mi cuerpo tenía otras ideas. Era como si mi cuerpo al estar tan ceñido alrededor del suyo, hiciera que su cuerpo presionara justo, exacta y directamente contra ese punto. En un momento yo trataba de ir con mucho cuidado, aliviándolo dentro de mí, y al siguiente gritaba mi orgasmo, mi cuerpo pulsando alrededor del suyo, el movimiento forzándome más abajo sobre su verga y más rápido de lo que podría haber manejado sin la liberación. Y mientras podía seguir empujándolo dentro de mí, el orgasmo continuaba creciendo. Siguió cuando me presioné contra él, y en algún momento, antes de que el último centímetro de él estuviera dentro, Sholto comenzó a ayudar a empujar.

Me senté encima de él con nuestros cuerpos unidos tan cerca como un hombre y una mujer podrían estarlo, el orgasmo haciéndome danzar encima de él. Yo era vagamente consciente de que mi piel estaba brillando con un brillo lunar que se equiparaba al suyo. El viento de mi propio poder hizo volar mi pelo alrededor de mi cara como granates centelleando en el fuego. Mis ojos brillaban tan intensamente que yo podía ver los coloreados matices de verde y oro de mis propios ojos bailando en los bordes de mi visión. Grité y me retorcí encima de ola tras ola de placer. No había sido planeado, o conseguido con habilidad, sino más bien con suerte; una llave deslizándose en una cerradura en el momento exacto. Nuestros cuerpos tomaron ese momento y lo aprovecharon.

Oí que él gritaba mi nombre, sentí su cuerpo empujar bajo el mío, lo sentí conducirse a casa con fuerza y tan rápido como podía. Golpeó en lo más hondo de mí y eso me hizo llegar al orgasmo otra vez. Eché mi cabeza hacia atrás y grité su nombre al cielo.

Sholto estaba todavía debajo de mí, pero yo no podía enfocar mis ojos para verle, no del todo. Todavía veía ráfagas de colores. Me desplomé hacia delante, y olvidé. Olvidé que él todavía estaba herido. Olvidé que yo llevaba puesto el anillo de la reina en mi mano derecha; un anillo que había pertenecido una vez a una verdadera diosa de la fertilidad.

Tuve un segundo para comprender que la piel de su estómago bajo mis manos ya no estaba rasgada, sino que la notaba lisa y perfecta. Parpadeé, luchando a través de la sensación de bienestar del placer para verlo. Su estómago estaba tan plano y perfecto como cuando su ilusión había estado allí, pero esto no era ninguna ilusión. Sus tentáculos habían regresado, pero como un tatuaje tan brillante y real que en un primer vistazo parecían verdaderos. Eran un cuadro, dibujado sobre su piel.

Vi todo eso en apenas el tiempo de tres parpadeos, pero ya no hubo ninguno más porque de repente el anillo cobró vida. Fue como ser sumergido en agua tocada por una corriente eléctrica. No era bastante para matar, pero suficiente para que doliera.

Sholto gritó bajo mí, y no de placer.

Traté de alejar el anillo de su cuerpo, pero mi mano parecía pegada a su piel recién decorada. El poder sopló desde nosotros, como si la magia se derramara lejos por encima de la roca desnuda. Yo podía respirar otra vez.

Sholto jadeó…

– ¿Qué fue eso?

– El anillo.

Él bajó la mirada, mirando fijamente mi mano presionada contra su abdomen. Sus dedos tocaron el tatuaje, una mirada de maravilla en su cara, y de pérdida. Era como si le hubieran otorgado su deseo más querido, y en el mismo momento experimentase una pérdida que lo acompañaría para siempre.

Oí algo metálico deslizándose por encima de la roca. El sonido hizo que me diera la vuelta. El cáliz rodaba hacia nosotros aunque el suelo era completamente plana. Miré hacia el otro lado y vi la lanza de hueso rodando desde allí. Iban a tocarnos al mismo tiempo.

– Espera -le dije.

– ¿A qué?

– A mí.

Él agarró mis brazos, y mi mano se vio liberada de su estómago. Me sujeté a sus brazos sin pensarlo, poniendo el anillo contra su piel desnuda, otra vez. A veces la Diosa nos extiende la mano en nuestro camino, y otras veces se pone detrás de nosotros y nos empuja por el borde del acantilado.

Estábamos a punto de ser lanzados.

CAPÍTULO 16

MADERA, METAL, CARNE; TODO SE PRECIPITÓ SOBRE nosotros. Nos dejó abrazados en el centro de una ráfaga de poder que levantó el lago sobre la isla. Nos hundimos durante un momento, y entonces literalmente el mundo se movió. Pareció como si la isla se elevara y cayera otra vez.

El agua se asentó, la tierra dejó de moverse, y el cáliz y la lanza se habían ido. Quedamos mojados y jadeantes, desnudos y acurrucados el uno contra el otro. Temía el tener que separarnos, como si nuestros brazos rodeando al otro y nuestros cuerpos todavía unidos, fuesen todo lo que nos impedía caer de cara a tierra.

Las voces llegaron, gritos, alaridos. Reconocí la voz de Doyle, la de Frost, y la áspera llamada de Agnes. Las voces hicieron que nos giráramos, con el agua resbalando por nuestros ojos. En la orilla, que estaba mucho más lejos de lo que había estado antes, estaban todos nuestros guardias. Habíamos vuelto a los jardines muertos de los sluagh, pero ahora el lago estaba lleno de agua, y la Isla de los Huesos estaba en su centro.

Doyle se zambulló en el agua, su cuerpo oscuro cortando la superficie. Frost lo siguió. Los otros guardias hicieron lo mismo. Los tíos de Sholto se quitaron sus capas y se lanzaron al agua tras mis guardias. Sólo la Negra Agnes se quedó en la orilla.

Miré a Sholto, que todavía estaba debajo de mí.

– Estamos a punto de ser rescatados.

Él me sonrió.

– ¿Necesitamos que nos rescaten?

– No estoy segura -le dije.

Sholto se rió entonces, y el sonido hizo eco contra la piedra desnuda de la caverna. Me abrazó con fuerza, y puso un beso suave en mi mejilla.

– Gracias, Meredith -me dijo, pronunciando las palabras contra mi piel.

Presioné mi mejilla contra la suya y susurré en respuesta…

– Eres más que bienvenido, Sholto.

Él hundió su mano en mi pelo mojado y dijo, suavemente…

– He deseado mucho tiempo que susurrases mi nombre así.

– ¿Así cómo? -pregunté, mi rostro aún presionado contra el suyo.

– Como una amante.

Oí movimiento detrás de nosotros, y Sholto liberó mi pelo de su agarre. Lo besé en los labios, antes de levantar mi cuerpo para ver quién había llegado a la isla primero.

Doyle, por supuesto, caminaba hacia nosotros. Resplandecía negro y brillante, el agua goteando a lo largo de su cuerpo desnudo. La luz atrapaba destellos azules y purpúreos en su piel mientras avanzaba hacia nosotros. La luz parecía danzar sobre su piel y sobre el agua, reflejando su brillo. Mi piel estaba tibia debido a la luz. Luz solar, era la luz del sol otra vez. Como el mediodía llegando a este oscuro lugar.

Había una neblina verde sobre la roca desnuda donde Sholto y yo yacíamos. Esa neblina tomó la forma de tallos diminutos, extendiéndose sobre la roca, enraizando mientras Doyle se acercaba y se detenía junto a nosotros.

Su rostro luchaba por componer una expresión, y finalmente se decidió por esa expresión severa que tanto me había asustado siendo una niña y él se encontraba de pie junto a mi tía. De alguna forma, la expresión no era ni de cerca tan espantosa estando él desnudo, sobre todo teniendo en cuenta mi actual e íntimo conocimiento de él. La Oscuridad de la Reina era mi amante, y yo nunca podría verlo otra vez como esa figura amenazante, el asesino de la reina, su perro negro adiestrado para la caza y la muerte.