Выбрать главу

Los brazos de Doyle se apretaron alrededor de mí, en advertencia.

– Ten cuidado con lo que dices, Sholto; no entiendes el poder de las palabras de alguien que la misma magia ha coronado.

– No necesito tu consejo, Oscuridad -dijo Sholto, y otra vez hubo amargura en su voz.

La luz del sol bajó de intensidad, y un suave crepúsculo comenzó a desplegarse. Hubo un sonido de salpicaduras, y luego Ivar y Fyfe subieron a la isla. Estaban desnudos excepto por la ropa necesaria para sostener sus armas. Cayeron sobre una rodilla ante él, las cabezas inclinadas.

– Rey Sholto -dijo Ivar-, te agradecemos el que hayas hecho marchar a la luz.

Sholto dijo…

– Yo no hice…

– Has sido coronado por la magia -dijo Doyle otra vez-. Tus palabras, quizás hasta tus pensamientos, transformarán lo que sucederá esta noche.

– Pensé, sólo pensé, que había más de una variedad de tomillo, y eso cambió las hierbas. Lo que pensé se volvió real, Sholto -le dije.

Agnes llamó desde la orilla.

– Nos has librado de la luz, Rey Sholto. Nos has devuelto el Lago Perdido y la Isla de los Huesos. ¿Te vas a parar aquí, o nos devolverás nuestro poder? ¿Harás renacer a los sluagh mientras la magia de la creación todavía arde a través de ti, o vacilarás y dejarás perder esta posibilidad para devolvernos a lo que éramos?

– La arpía tiene razón, Alteza -dijo Fyfe-. Nos has devuelto la magia del renacimiento, la magia salvaje, la magia de la creación. ¿La usarás para nosotros?

Bajo la agonizante luz observé cómo Sholto se lamía los labios.

– ¿Qué obtendríais de mí? -preguntó él cuidadosamente. Oí en su voz lo que comenzaba a haber en mi mente, un poco de miedo. Uno puede vigilar sus palabras, pero vigilar sus propios pensamientos, era más difícil, mucho más difícil.

– Llama a la magia salvaje -dijo Ivar.

– Está aquí ya -dijo Doyle-, ¿No puedes sentirla? -Su corazón se aceleró bajo mi mejilla. Yo no estaba segura de entender exactamente lo que sucedía, pero Doyle parecía asustado y excitado a la vez. Incluso su cuerpo comenzaba a reaccionar, presionándose contra la parte frontal del mío.

Las dos figuras arrodilladas miraron a Doyle.

– No miréis a la Oscuridad -dijo Sholto-. Yo soy el rey aquí.

Ellos volvieron su mirada hacia él, y se inclinaron otra vez.

– Eres nuestro rey -dijo Ivar-. Pero hay lugares donde no podemos seguirte. Si la magia salvaje es real otra vez, entonces tienes dos opciones, rey nuestro: puedes convertirnos en un grupo con coronas de flores y sol de mediodía, o puedes llamar a la antigua magia, y devolvernos a lo que una vez fuimos.

– La Oscuridad tiene razón -dijo Fyfe-. Puedo sentirla como un peso creciente dentro de mí. Puedes transformarnos en lo que ella quiere que seamos -dijo señalándome- o puedes devolvernos lo que hemos perdido.

Entonces Sholto preguntó algo que me hizo pensar aún mejor de él de lo que ya lo hacía.

– ¿Qué haríais vosotros en mi lugar, Tíos, qué me haríais hacer?

Ellos le miraron, primero a él, luego intercambiaron una mirada entre ellos para después volver a mirar cuidadosamente hacia abajo, al suelo otra vez.

– Queremos ser como una vez fuimos. Queremos cazar como lo hicimos una vez. Devuélvenos lo que ha sido perdido, Sholto. -dijo Ivar alargando su mano hacia su rey.

– No nos transformes a imagen de la perra sidhe -gritó Agnes desde la orilla. Eso fue un error.

Sholto le gritó en respuesta…

– Yo soy el rey aquí. Gobierno aquí. Creí que una vez me amaste. Pero ahora sé que sólo me impulsaste a tomar el trono porque deseabas sentarte en él. No puedes gobernar, pero pensaste que podrías gobernar a través de mí. Tú y tus hermanas creísteis convertirme en vuestra marioneta -Él se puso de pie y le gritó-. No soy la marioneta de nadie. Soy el Rey Sholto de los Sluagh, soy el Señor de Aquello que Transita Por en Medio, Señor de las Sombras. Hace mucho tiempo que he estado solo entre mi propia gente. Mucho tiempo deseando que alguien observara lo que hacía -Él se golpeó una mano contra el pecho, haciendo un sonido fuerte, carnoso-. Ahora me dices que tengo el poder de hacer exactamente eso. Has envidiado a los sidhe su piel lisa, su belleza que hacía volver mi cabeza. Entonces, tendrás aquello que envidias.

Un gemido vino de Agnes, pero estaba demasiado oscuro para ver lo que estaba sucediendo en la orilla. Ella gritó, un sonido horrible, un sonido de pérdida, y de dolor, como si fuera lo que fuera lo que estaba sucediendo, eso la hiriese.

Oí que Sholto decía, suavemente…

– Agnes… -El sonido de esa única palabra me permitió saber que él no estaba demasiado seguro de lo que quería, o de lo que había hecho.

¿Qué había hecho?

Sus tíos se postraron, sus rostros presionados contra la hierba.

– Por favor, Rey Sholto, te lo pedimos, no nos conviertas en sidhe. No hagas de nosotros versiones inferiores de los sidhe de la Corte Oscura. Somos sluagh, y es una cosa de la cual estar orgulloso. ¿Nos despojarías de todo lo que hemos preservado durante años?

– No -dijo Sholto, y ahora no había ninguna cólera en su voz. Los gritos de la orilla se habían llevado su cólera. Ahora entendía cuán peligroso era en este momento-. Quiero que los sluagh sean poderosos otra vez. Quiero que seamos una fuerza para ser considerada, con la cual negociar. Quiero que seamos una cosa temible.

Hablé antes de que poder pensar.

– No sólo temible, seguramente.

– Quiero que tengamos una belleza terrible entonces -dijo él, y fue como si el mundo contuviera el aliento, como si toda la magia hubiese estado esperando a que dijera esas palabras. Lo sentí en el hueco de mi estómago como el repique de una gran campana. Era un sonido hermoso, pero tan grande, tan pesado, que podría aplastar con la música de su voz.

– ¿Qué has hecho? -preguntó Doyle, y no estaba segura de a quién se lo había preguntado.

– Lo que tenía que hacer -le contestó Sholto. Él estaba ahí de pie, erguido y pálido en la creciente oscuridad. El tatuaje de sus tentáculos brilló como si hubiera sido perfilado con pintura fosforescente. Las flores de su corona parecían fantasmalmente pálidas, y pensé que habrían atraído abejas, si no hubiera estado oscuro. Las abejas no son criaturas nocturnas.

La oscuridad comenzó a clarear.

– ¿En qué pensaste exactamente? -preguntó Doyle.

– En que si la luz del sol hubiese permanecido, habría habido abejas para alimentarse de las flores.

– No, habrá noche aquí -dijo Sholto, y la oscuridad comenzó a espesarse otra vez.

Intenté un pensamiento más neutro. ¿Qué podría ser atraído por sus flores en la oscuridad? Pequeñas polillas aparecieron entre las flores, haciendo juego con la polilla en mi estómago. Pequeños destellos de luz centellearon encima de la isla, como si hubiesen sido lanzadas joyas desde el aire. Luciérnagas, docenas de ellas, de forma que realmente brillaban lo suficiente para alejar un poco la oscuridad.

– ¿Tú las llamaste? -dijo Sholto.

– Sí -le dije.

– Despiertan la magia salvaje juntos -dijo Ivar.

– Ella no es sluagh -dijo Fyfe.

– Pero ella es la reina para su rey esta noche; la magia es suya también -dijo Ivar.

– ¿Lucharás contra mí por el corazón de mi gente, Meredith? -dijo Sholto.

– Intentaré no hacerlo -dije suavemente.

– Yo gobierno aquí, Meredith, no tú.

– No quiero tomar tu trono, Sholto. Pero no puedo ser menos de lo que soy.

– ¿Qué eres?

– Soy sidhe.

– Entonces si eres sidhe y no sluagh, corre.

– ¿Qué? -Pregunté, tratando de alejarme un poco de Doyle y acercarme más a Sholto. Pero Doyle me mantuvo sujeta y no me dejó hacerlo.

– Corre -dijo Sholto otra vez.

– ¿Por qué? -Pregunté.

– Porque voy a llamar a la jauría salvaje, Meredith. Si no eres sluagh, entonces serás la presa.