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– ¡No, Sholto! Déjanos llevar a la princesa a la seguridad primero, te lo ruego -dijo Doyle con urgencia.

– La Oscuridad por lo general no ruega. Me siento adulado, pero si ella puede llamar al sol para ahuyentar a la noche, debo llamar a la caza ahora. Ella debe ser la presa. Lo sabes.

Me asusté. ¿Éste era el mismo hombre que había rechazado sacrificarme sólo momentos antes? ¿El que me había mirado con tal ternura? La magia en efecto trabajaba poderosamente en él, para lograr este cambio.

La voz de Rhys se oyó, cautelosa…

– Llevas puesta una corona de flores, Rey Sholto. ¿Tan seguro estás de que la jauría salvaje te reconocerá como sluagh?

– Soy su rey.

– Ahora mismo pareces lo bastante sidhe como para ser bienvenido en la cama de la reina -dijo Rhys.

Sholto tocó su plano estómago con su carne curada y el tatuaje. Vaciló, luego sacudió la cabeza.

– Llamaré a la magia salvaje. Llamaré a la caza. Si ellos me ven como la presa y no como sluagh, entonces que así sea -Él sonrió, e incluso bajo la incierta luz no parecía particularmente feliz. Se rió, y la noche hizo eco de ello. Se oyó la llamada de un ave expresada en una suave y soñolienta voz, desde la orilla distante.

Sholto habló otra vez.

– Esta es una larga tradición entre nosotros, Lord Rhys, matar a nuestros reyes para devolver la vida a la tierra. Si por mi vida, o mi muerte, puedo devolver a mi gente su poder, lo haré.

– Sholto -dije-, no lo hagas. No digas eso.

– Está hecho -dijo él.

Doyle comenzó a empujarnos hacia el otro lado de la isla.

– Salvo asesinándolo, no podemos detenerlo -me dijo-. Vosotros dos portáis la más antigua de las magias. No estoy seguro de que él pueda ser asesinado ahora mismo.

– Entonces tenemos que marcharnos -dijo Rhys.

Abeloec finalmente alcanzó la orilla. Todavía llevaba su copa en la mano, y parecía como si su peso le hubiera impedido llegar más pronto.

– No me digáis que tengo que regresar al lago -dijo-. Si ella ha sido tocada con la magia de la creación, permitidle crear un puente.

No esperé.

– Quiero un puente hasta la otra orilla -Dije. Un elegante puente blanco apareció, así como así.

– Estupendo -dijo Rhys-. Vamos.

Sholto habló con voz resonante.

– Llamo a la jauría salvaje, por Herne y el cazador, por el cuerno y el sabueso, por el viento y la tormenta, y por la destrucción del invierno, os llamo a casa.

La oscuridad cercana al techo de la hendidura de la caverna se abrió como si alguien la hubiese cortado con un cuchillo. Se dividió y algo saltó de ella.

Doyle giró mi rostro hacia el otro lado y dijo…

– No mires hacia atrás -comenzó a correr, arrastrándome con él. Comenzamos a correr. Sólo Sholto y sus tíos se quedaron en la isla cuando la noche misma se rasgó y vertió sus pesadillas detrás de nosotros.

CAPÍTULO 17

ALCANZAMOS LA ORILLA LEJANA, PERO YO TROPECÉ CON UN esqueleto sepultado en el suelo. Doyle me levantó y siguió corriendo. Los disparos retumbaron, y vi a Frost luchando con Agnes mientras ella se lanzaba sobre él. Pude vislumbrar su rostro; algo estaba mal en ella, como si sus huesos se movieran bajo la piel.

– Frost -Grité, cuando un destello de metal apareció en su mano. Sonaron más disparos. Mistral estaba junto a Frost, las espadas centelleaban.

– ¡Doyle, para! -Grité.

Él no me hizo caso, y siguió corriendo conmigo en sus brazos. Abe y Rhys estaban con él.

– ¡No podemos dejar a Frost! -Le dije.

– No podemos arriesgarte por nadie. -Me contestó Doyle.

– Haz que aparezca una puerta -dijo Abe.

Doyle echó un vistazo detrás de nosotros, pero no hacia donde Mistral y Frost luchaban con la arpía nocturna. Miraba más arriba. Eso me hizo alzar la vista, también.

Al principio mis ojos percibieron nubes, nubes negras y grises en movimiento, o humo, pero eso era sólo mi mente que trataba de darle un sentido. Pensé que había visto todo lo que los sluagh tenían que ofrecer, pero me había equivocado. Lo que se vertía hacia la isla donde Sholto estaba de pie no era nada que mi mente pudiera aceptar. Cuando trabajaba para la agencia… algunas veces en la escena de un delito, si éste era lo bastante malo, tu mente rechazaba hacerse una imagen de lo que estabas viendo. Se convertía en algo confuso. Tu mente te da un momento para no ver cosas horribles. Si tienes la posibilidad de cerrar los ojos y no mirar una segunda vez, puedes salvarte. El horror no entrará en tu mente y manchará tu alma. En la mayoría de las escenas del delito no tenía la opción de no ver. Pero aquí… de momento aparté la mirada. Si no conseguíamos escapar, entonces tendría que mirar.

Teníamos que escapar.

Doyle gritó…

– No mires. Llama a una puerta.

Hice lo que me pidió.

– Necesito una puerta a la Corte Oscura. -La puerta apareció, colgando en medio de ninguna parte, igual que la vez anterior.

– Que no haya puerta -gritó Sholto detrás de nosotros.

La puerta desapareció.

Rhys blasfemó.

Frost y Mistral estaban con nosotros ahora. Había sangre en sus espadas. Eché un vistazo atrás a la orilla, y vi a Agnes la Oscura, todavía yaciendo sobre el suelo.

Doyle comenzó a correr otra vez, y los demás se unieron a nosotros.

– Llama a algo más -dijo Abe, cerca de perder el aliento por intentar mantenerse a la altura del paso de Doyle. -Y hazlo silenciosamente, así Sholto no puede oír lo que haces.

– ¿Qué? -Pregunté.

– Tienes el poder de la creación -jadeó él. -Úsalo.

– ¿Cómo? -Mi cerebro no trabajaba bien bajo esta presión.

– Conjura algo -dijo él, y tropezó, cayendo. Se reincorporó y nos alcanzó, la sangre manaba de su pecho por el nuevo corte.

– Deja que la tierra tenga hierba suave bajo nuestros pies. -La hierba fluyó bajo nuestros pies como agua verde. Hierba que no se extendió sobre todo el terreno como las hierbas en la isla. Apareció por el camino por donde corríamos, y en ninguna otra parte.

– Intenta algo más -dijo Rhys al otro lado de nosotros. Él era más bajo que el resto, y su voz mostró la tensión de mantenerse al paso de los demás que tenían las piernas más largas.

¿Qué podía llamar de la tierra, de la hierba, que pudiera salvarnos? Yo lo pensé y encontré la respuesta; una de las plantas más mágicas.

– Dame un campo de tréboles de cuatro hojas. -La hierba se desarrolló ante nosotros extensa y lisa, el trébol blanco comenzó a crecer entre la hierba, hasta que estuvimos de pie en el centro de un campo repleto de ellos. Capullos blancos de flores perfumadas emergieron como estrellas a través de todo ese verde.

Doyle redujo la marcha, y los demás la redujeron con él. Rhys dijo en voz alta:

– No está mal, nada mal en absoluto. Piensas bien en una crisis.

– La jauría salvaje tiene mala intención -dijo Frost. -Deberían quedar detenidos en el borde del campo.

Doyle me sentó entre el trébol alto que me llegaba por los tobillos. Las plantas se rozaban contra mí como si fueran pequeñas manos.

– El trébol de cuatro hojas es la planta de protección más poderosa de las hadas -dije.

– Sí -dijo Abe-, pero parte de lo que nos persigue no tiene que caminar, Princesa.

– Haznos un techo, Meredith -dijo Doyle.

– ¿Un techo de qué?

– De serbal, espino y fresno -dijo Frost.

– Por supuesto -dije. Cualquier sitio donde los tres árboles crecieran juntos era un lugar mágico, un lugar de protección y un lugar donde la realidad entre los mundos se desvanecía. Tal lugar te salvaría de la magia, o atraería a la magia; como tantas cosas relacionadas con nosotros, nunca era un sí, o un no, sino un sí, un no, y un a veces, todo al mismo tiempo.

La tierra bajo nosotros tembló como si empezara un terremoto; entonces los árboles emergieron del suelo, lanzando roca, tierra y tréboles sobre nosotros. Los árboles se elevaron hacia el cielo, parecía como si la madera gritara, haciendo el ruido de una tormenta o de un tren, arrasándolo todo a su paso. No se parecía a nada que hubiera escuchado antes. Mientras los árboles se entrelazaban juntos encima de nuestras cabezas, miré hacia atrás. No pude evitarlo.