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Sholto estaba cubierto por las pesadillas que él mismo había convocado. Los tentáculos se retorcían; trozos y pedazos que no tenía ninguna palabra para describir o catalogar. Había dientes por todas partes, como si el viento pudiera estar hecho de colmillos sólidos hechos para rasgar y destruir. Los tíos de Sholto atacaron a las criaturas con espadas y músculo, pero estaban perdiendo. Perdiendo, pero luchando con la fuerza suficiente para darnos tiempo para acabar de construir nuestro santuario.

Frost se movió de forma que su amplio pecho bloqueara mi visión.

– No está bien mirarlos fijamente durante mucho tiempo. -Había un surco sangriento que bajaba por un costado de su rostro, como si Agnes hubiera tratado de arrancarle los ojos. Hice el intento de tocar la herida, y él me alejó, tomando mi mano en la suya. -Me curaré.

No quería que me preocupara excesivamente por él delante de Mistral. Si eso hubiera pasado estando delante sólo Doyle y Rhys, él podría habérmelo permitido. Pero no dejaría que Mistral lo viera débil. No estaba segura de cómo se sentía acerca de Abe, pero sabía que él veía a Mistral como una amenaza. A los hombres no les gusta parecer débiles delante de sus rivales. Independientemente de lo que yo pensara de Mistral, así era como Frost y Doyle lo veían.

Tomé la mano de Frost y traté de no parecer preocupada por sus heridas.

– Sholto llamó a la jauría. ¿Por qué le están atacando a él? -Pregunté.

– Le advertí de que parecía muy sidhe -dijo Rhys. -No lo decía sólo para convencerlo de que no hiciera algo peligroso para nosotros.

Algo caliente goteó sobre mi mano. Miré hacia abajo para encontrar la sangre de Frost resbalando sobre mi piel. Luché contra el pánico y pregunté tranquilamente…

– ¿Estás muy mal herido? -La sangre seguía brotando, y eso no era bueno.

– Me curaré -repitió Frost con voz ronca.

Los árboles se cerraron sobre nosotros con el sonido de las olas del océano precipitándose sobre la orilla. Las hojas se desprendieron y llovieron sobre nosotros cuando las ramas tejieron un escudo de hojas, espinas, y brillantes bayas rojas por encima de nosotros. La sombra que creó la bóveda de hojas hizo que la piel de Frost pereciera gris durante un momento, y eso me asustó.

– Te curas de heridas de bala aunque la bala te atraviese de lado a lado. Te curas de heridas de espada si éstas no son mágicas. Pero Agnes la Negra era una arpía de la noche y también fue una diosa una vez. ¿Tu herida es de espada o de garra?

Frost trató de retirar la mano, pero no le iba a dejar hacerlo. A menos que él quisiera parecer poco digno, no podía liberarse. Nuestras manos estaban cubiertas de su sangre, pegajosa y caliente.

Doyle estaba al lado de Frost.

– ¿Cómo son de graves tus heridas?

– No tenemos tiempo que perder con mis heridas -dijo Frost, sin mirar a Doyle, ni a ninguno de nosotros. Compuso en su cara aquella máscara arrogante que le hacía parecer imposiblemente hermoso, y tan frío como su nombre. Pero las terribles heridas en el lado derecho de su rostro arruinaban su máscara. Era como una grieta en su armadura y él no podía esconderse detrás de ella.

– Tampoco tenemos tiempo para perder, mi fuerte brazo derecho, – dijo Doyle-, no, si hay un tiempo límite para salvarte.

Frost le miró, con la sorpresa mostrándose a través de su máscara. Me pregunté si Doyle había alguna vez, en todos estos largos años, llamado a Frost, el fuerte brazo derecho de la Oscuridad. La mirada en su rostro sugería que no. Y tal vez esto era lo más cerca que Doyle iba a estar de darle una disculpa por abandonarlo en su lucha con Agnes a fin de poder salvarme. ¿Pensaría Frost que Doyle le había dejado atrás a propósito?

Todo un mundo de emoción pareció pasar entre los dos hombres. Si hubieran sido humanos podrían haber intercambiado alguna blasfemia o alguna metáfora deportiva, que es lo que parece pasar entre amigos humanos cuando existe un profundo afecto entre ellos. Pero ellos eran quiénes eran, y Doyle dijo, simplemente…

– Quítate las armas suficientes para que podamos ver la herida. -Él sonrió cuando dijo esto, debido a que de todos los guardias, Frost era el que mayor número de armas cargaba, con Mistral en un segundo lugar aunque a bastante distancia.

– Lo que sea que vayáis a hacer, hacedlo rápido -dijo Rhys.

Todos le miramos, y luego miramos más allá de él. El aire hervía de color negro, gris, blanco, y horrible. La jauría venía hacia nosotros como un alud de pesadillas. Me costó un momento localizar a Sholto en la isla. Era una pequeña, pálida figura corriendo, corriendo a toda la velocidad que podía desarrollar un sidhe. Pero aunque era rápido, no se movía con la suficiente velocidad; y lo que le perseguía se movía con la rapidez de las aves, del viento, del agua. Era como tratar de superar al viento; simplemente no podías hacerlo.

Doyle se volvió hacia Frost.

– Quítate la chaqueta. Taponaré la herida. No tendremos tiempo para más.

Eché un vistazo hacia la isla. Los guardias de Sholto, sus tíos, trataban de comprarle tiempo. Se ofrecían como un sacrificio para retrasar la marcha de la jauría. Funcionó, durante un momento. Algunos de los integrantes de aquel horrible hervidero de formas redujeron la marcha y les atacaron. Creo que oí a uno de ellos gritar por encima de los agudos chillidos de las criaturas. Pero la mayor parte de la jauría salvaje fue tras su objetivo. Y aquel objetivo era Sholto.

Él cruzó el puente y siguió corriendo.

– Diosa ayúdanos -dijo Rhys, – viene hacia aquí.

– Finalmente entiende lo que ha llamado a la vida -dijo Mistral. -Ahora corre aterrorizado. Corre hacia el único santuario que puede ver.

– Estamos rodeados por tréboles de cuatro hojas, serbales, fresnos y espinos. La jauría salvaje no puede tocarnos aquí -dije, pero mi voz fue tenue y no transmitía la seguridad que yo deseaba que tuviera.

Doyle había rasgado la camisa y la chaqueta de Frost en pedazos lo bastante pequeños para ser usados como compresas.

– ¿Es muy grave? -Pregunté.

Doyle sacudió la cabeza, presionando la tela en un área que parecía ir desde la axila de Frost hasta su hombro.

– Sácanos de aquí, Meredith. Atenderé a Frost. Pero sólo tú puedes sacarnos.

– La jauría salvaje pasará sobre nosotros -dije. -Estamos de pie en medio de cosas por las cuales ellos no pueden pasar.

– Si no fuéramos su presa, entonces estaría de acuerdo -dijo Doyle, mientras trataba de conseguir que Frost se acostara sobre el trébol, pero el otro hombre se resistía. Doyle presionó más fuerte sobre la herida, lo que hizo a Frost contener el aliento. Doyle continuó… -Pero Sholto nos dijo que si éramos sidhe, corriéramos. Él los ha conjurado para cazarnos.

Comencé a girarme, pero no podía apartar completamente mis ojos de Frost. Una vez él había sido el Asesino Frost: frío, temible, arrogante, intocado, e intocable. Ahora él era Frost, y no era temible, o frío, y yo conocía el roce de su cuerpo de casi cada posible manera. Quería ir con él, sostener su mano mientras Doyle atendía su herida.

– Merry -dijo Doyle, -si no consigues sacarnos de aquí, Frost no será el único herido.

Encontré la fija mirada de Frost. Vi dolor allí, pero también algo esperanzador, o bueno. Creo que le gustaba que estuviera tan preocupada por él.

– Sácanos, Merry -dijo Frost, entre sus dientes apretados. -Estoy bien.

No le llamé mentiroso, pero me giré para así no tener que mirarle. Eso me habría distraído demasiado, y yo no tenía tiempo para ser débil.

– Necesito una puerta a la Corte Oscura -dije claramente, pero no pasó nada.