– Inténtalo otra vez -dijo Rhys.
Lo intenté otra vez, y otra vez nada pasó.
– Sholto dijo ninguna puerta -dijo Mistral. -Por lo visto su palabra prevalece.
Los pies de Sholto habían tocado el borde del campo que yo había creado. Él estaba a sólo unos metros de donde empezaba el trébol. El aire encima de él estaba lleno de tentáculos, bocas y garras. Aparté la mirada de todo eso, porque no podía pensar mientras lo miraba fijamente.
– Llama a algo más -dijo Abe.
– ¿El qué? -Pregunté.
Fue Rhys quien dijo…
– Donde el serbal, el fresno y el espino crecen juntos, el velo entre los mundos es muy tenue.
Alcé la vista al círculo de árboles que había llamado a la vida. Sus ramas habían formado un techo abovedado por encima de nosotros. Murmuraban y se movían sobre nosotros de la misma forma que las rosas en la Corte de la Oscuridad, como si estuvieran más vivos que un árbol ordinario.
Comencé a caminar hacia el interior del círculo de árboles, buscando no con mis manos, sino con aquella parte de mí que sentía la magia. La mayoría de los médiums humanos tienen que hacer algo para conseguir entrar en un trance adecuado para hacer magia, pero yo tenía que protegerme constantemente para no ser abrumada por ella. Sobre todo en la tierra de las hadas. Allí había tanta que hacía un ruido parecido al motor de algún gran barco; al rato dejabas de oírlo, pero siempre temblaba sobre tu piel, haciendo tus huesos vibrar a su ritmo.
Me desprendí de mis escudos y busqué un lugar entre los árboles que pareciera más… tenue. No podía buscar simplemente magia; había demasiada a mí alrededor. Demasiado poder fluyendo hacia nosotros. Tenía que atrapar algo más específico.
– Los tréboles han hecho que redujeran la marcha -dijo Mistral.
Eso me hizo echar un vistazo atrás, lejos de los árboles. La nube de pesadillas rodaba por encima de los tréboles como una jauría de sabuesos que hubiera perdido el rastro.
Sholto seguía corriendo, su pelo volando tras él; era hermoso ver su desnuda belleza en movimiento, como observar a un caballo corriendo a través de un campo. Era una belleza que no tenía nada que ver con el sexo; simplemente belleza en estado puro.
– Concéntrate, Merry -dijo Rhys. -Te ayudaré a buscar una puerta.
Asentí y volví a centrar mi mirada en los árboles. Temblaban con un poder intrínsecamente mágico, y estaban dotados de un poder adicional porque habían sido creados por una de las magias más antiguas.
Rhys llamó desde más allá del claro.
– ¡Aquí!
Corrí hacia él, los tréboles golpeando mis piernas y pies como si me acariciaran suaves manos verdes. Pasé a Frost recostado en el suelo, junto a Doyle que sentado a su lado ejercía presión sobre su herida. Frost estaba herido, muy mal herido, pero no tenía tiempo para ayudar. Doyle tendría que cuidar de él. Yo tenía que cuidar de todos nosotros.
Rhys estaba junto a un grupo de tres árboles que realmente no parecían ser diferentes de los demás. Pero cuando alargué mi mano hacia ellos, fue como si la realidad aquí hubiera sido estirada hasta ser muy fina, como una moneda de la buena suerte muy pulida en tu bolsillo.
– ¿Lo sientes? -preguntó Rhys.
Asentí.
– ¿Cómo lo abrimos?
– Atravesándolo -dijo Rhys. Él miró atrás hacia los demás. -Todos, rodeadnos. Tenemos que caminar juntos.
– ¿Por qué? -Pregunté.
Él sonrió abiertamente hacia mí.
– Porque las entradas que aparecen de forma natural como ésta, no siempre conducen al mismo sitio cada vez. Sería una mala cosa que quedáramos separados.
– Malo es una manera suave de decirlo -dije.
Doyle tuvo que ayudar a Frost a levantarse. Incluso así, tropezó. Abe vino y ofreció su hombro para que se apoyara, todavía sosteniendo el cáliz de cuerno en una mano, como si ésta fuera la cosa más importante en el mundo. Se me ocurrió entonces que el cáliz de la Diosa había vuelto a dondequiera que se iba cuando no estaba fastidiándome. Nunca me había agarrado a él del modo en que Abe lo hacía, pero entonces, yo había tenido miedo de su poder. Abe no tenía miedo del poder de su cáliz; tenía miedo de perderlo otra vez.
Mistral se giró hacia nosotros.
– ¿Esperamos al Señor de las Sombras o lo abandonamos a su destino?
Me costó un segundo comprender que él se refería a Sholto. Miré hacia el lago. Sholto estaba casi aquí, casi a la altura de los árboles. El cielo detrás de él estaba totalmente negro, como si la madre de todas las tormentas estuviera a punto de estallar, salvo que en vez de relámpagos habría tentáculos y bocas que chillaban.
– Él puede escapar por el mismo camino -dijo Rhys. -La puerta no se cerrará detrás de nosotros.
Lo miré.
– ¿No queremos que lo haga?
– No sé si podemos cerrarla, pero si lo hacemos, Merry, él estará atrapado. -Había una mirada muy seria en su único ojo. Era la mirada que yo comenzaba a temer de todos mis hombres. Una mirada que decía: la decisión es tuya.
¿Podía dejar morir a Sholto? Él había llamado a la jauría salvaje. Se había ofrecido como presa. Nos había atrapado aquí sin ninguna puerta. ¿Se lo debía?
Miré lo que lo perseguía.
– No podría abandonar a nadie a eso.
– Así sea -dijo Doyle a mi lado.
– Pero podemos pasar antes que él -dijo Mistral. -No tenemos que esperarlo.
– ¿Estás seguro de que sentirá la puerta? -Pregunté.
Todos contestaron al mismo tiempo…
– Sí -dijo Mistral.
– Probablemente -dijo Rhys.
– No lo sé -dijeron Doyle y Frost.
Abe sólo se encogió de hombros.
Sacudí la cabeza y susurré…
– Diosa asísteme, pero no puedo abandonarlo. Todavía puedo saborear su piel en mi boca. -Caminé delante de los hombres, más cerca de donde acababan los árboles. -¡Sholto, nos marchamos, date prisa, apresúrate! -Grité.
Sholto tropezó, se cayó sobre los tréboles, y rodó poniéndose en pie, con tal rapidez que parecía estar borroso. Se zambulló entre los árboles, y pensé que lo había logrado, pero algo largo y blanco se enredó alrededor de su tobillo justo antes de que alcanzara el círculo mágico. Eso lo agarró en el instante en que su cuerpo estaba saltando en el aire, ya no tocaba los tréboles, pero todavía no llegaba a los árboles. El tentáculo trató de levantarlo hacia el cielo, pero sus manos alcanzaron desesperadamente los árboles. Se agarró a una rama con sus manos, y quedó suspendido por encima del suelo.
Yo corrí hacia él antes siquiera de haberlo pensado. No sabía qué iba a hacer cuando llegara allí, pero no tenía de qué preocuparme, porque un borroso movimiento se precipitó por delante de mí. Mistral y Doyle estaban allí antes de yo.
Doyle llevaba la espada de Frost en sus manos. Saltó en el aire en un arco imposiblemente elegante, y cortó el tentáculo en dos. Olí a ozono un segundo antes de que el relámpago estallara desde la mano del Mistral. El relámpago golpeó la nube y pareció saltar de una criatura a otra, iluminándolos. Era demasiada luz. Grité y me cubrí los ojos, pero era como si las imágenes hubieran quedado grabadas en mis retinas.
Unas manos fuertes tomaron las mías, separándomelas de mis ojos. Mantuve los ojos cerrados, y oí la voz profunda de Doyle que me decía…
– Cerrar los ojos no ayudará, Meredith. Ahora está dentro de ti. No puedes dejar de verlo.
Abrí la boca y grité. Grité y grité y grité. Doyle me recogió en sus brazos y comenzó a correr hacia los demás. Yo sabía que Mistral y Sholto estaban detrás de nosotros. Mis gritos se convirtieron en gemidos. No tenía ninguna palabra para describir lo que había visto. Allí había cosas que no deberían haber estado. Cosas que no podían haber estado vivas, pero se movían. Yo las había visto.
Si hubiera estado sola, me habría tirado al suelo y habría chillado hasta que la jauría salvaje me alcanzara. En cambio me aferré a Doyle y hundí mi nariz y la boca contra la curva de su cuello, manteniendo mis ojos fijos en los tréboles, los árboles, y en mis hombres. Quería sustituir las imágenes que estaban grabadas a fuego dentro de mí; era como si tuviera que limpiar mis ojos de la visión de la jauría. Aspiré el aroma del cuello de Doyle, de su pelo, y eso me ayudó a calmarme. Él era real, y sólido, y yo estaba segura en sus brazos.