Miré fijamente a los tres altos trasgos, y a los demás que estaban esperando entre las sombras. Hice la única cosa en que pude pensar. Registré a Frost hasta encontrar una pistola. La saqué de la pistolera y me puse de pie.
Bancroft finalmente había conseguido esposar a su compañero al volante, aunque el Agente Charlie todavía trataba de escapar y acercarse a mí, y se unió a nosotros en la nieve.
– ¿Qué va a hacer, Princesa?
– Voy a volver y a luchar.
Esperé que ante mi determinación, los trasgos no pudieran hacer otra cosa que seguirme.
– No -dijo Bancroft, y comenzó a rodear a Frost para llegar hasta mí.
Le apunté con el arma y quité el seguro.
– No deseo pelearme con usted, Agente Bancroft.
Él permaneció callado durante un momento.
– Me alegra oírlo. Ahora déme el arma.
Comencé a retroceder ante él.
– Voy a regresar para ayudar a mis hombres.
– Sólo está alardeando -dijo el trasgo lleno de verrugas.
– No -contestó Frost-, no lo hace. -Luchó por ponerse en pie, luego volvió a caer sobre la nieve. -¡Merry!
– Bancroft, llévelo al hospital.
Alcé la pistola apuntando al cielo y eché a correr por donde habíamos venido. Traté de pensar en el calor del verano. Intentaba llevar la sensación de calidez como un escudo, pero todo lo que yo podía sentir era el hielo bajo mis pies. Si era lo bastante humana como para congelarme, pronto perdería el conocimiento.
Ash y Holly avanzaron para llegar hasta mí, uno a cada lado. Corrieron a largas zancadas mientras yo intentaba ir más rápido. Podrían haberme dejado atrás y haberse puesto a luchar mucho antes, pero ellos sólo cumplirían estrictamente con su parte del pacto. Si yo luchaba y pedía su ayuda, entonces tenían que ayudarme, pero no tenían que unirse a la batalla un segundo antes de que yo lo hiciera.
En ese momento recé.
– Diosa, ayúdame a mí y a mis aliados a llegar a tiempo para salvar a mis hombres.
Sentí a alguien corriendo detrás de nosotros, pero no eché un vistazo hacia atrás, segura de que era uno de los trasgos más grandes.
Entonces vi unas manos, plateadas por la luz de la luna. Y antes de darme cuenta, fui alzada sobre un pecho que era tan ancho como yo de alta. Jonty, un Gorra Roja, de 3 metros de puro músculo trasgo. Él me echó una mirada, con ojos que con una buena iluminación serían óvalos rojos como si mirases el mundo a través de una cortina de sangre fresca. Sus ojos eran dignos rivales de los de Holly. Esto me había hecho preguntarme si el trasgo gemelo era medio Gorra Roja. La sangre que goteaba continuamente de la gorra en su cabeza brilló con la luz. Pequeñas gotas salían despedidas hacia atrás mientras tomaba velocidad y corría hacia la lucha. Los Gorras Rojas habían ganado su nombre porque bañaban sus gorras en la sangre de sus enemigos. Una vez, uno de sus caudillos tuvo que poseer la suficiente magia para hacer que su sangre goteara indefinidamente. Jonty era el único Gorra Roja que yo me había encontrado alguna vez que podía hacer ese truco, aunque él no era un líder, porque los Gorras Rojas ya no formaban un reino por ellos mismos.
Esto hizo que Ash y Holly se vieran forzados a mantener un ritmo más rápido que el hombre más grande; Jonty era como un pequeño gigante entre ellos. Los gemelos se habían hecho responsables de esta expedición, porque eran los trasgos más resistentes. Si dejaban que Jonty llagara a la batalla primero, ellos quedarían como la parte más débil, más lentos, y entonces no podrían ser responsables del resultado final de esta noche. Y en la sociedad trasgo la supervivencia es de los más fuertes.
Aparté el arma con cuidado, manteniéndola lejos de Jonty. Nadie nos adelantó, nadie tenía unas piernas tan largas, y los demás sólo lucharon por mantener el ritmo. Para ser una criatura tan grande, corría con la gracia y la velocidad de alguien ágil y hermoso.
Le pregunté…
– ¿Por qué me ayudas?
Con su vos profunda y áspera, me contestó…
– Hice un juramento personal para protegerte. No faltaré a mi palabra. -Él se inclinó, a fin de que una gota de la sangre mágica cayera sobre mi cara. Luego susurró… -La Diosa y el Dios todavía me hablan.
Susurré mirando hacia atrás.
– Oíste mi ruego.
Él asintió levemente. Toqué su cara, y mi mano se separó cubierta de sangre, de sangre caliente. Me abracé más cerca de su calor. Él levantó su mirada una vez más, y luego corrió más deprisa.
CAPÍTULO 20
EL CIELO HERVÍA CON NUBES DE TORMENTA SOBRE LOS pequeños bosques que lindaban con el aparcamiento. La jauría salvaje ya no era una pesadilla llena de tentáculos. Parecía más una tormenta, si es que las tormentas podían cernirse sobre las cumbres de los árboles y cubrirlas con algo parecido a seda negra goteando entre los troncos.
Un relámpago destelló hasta el suelo de entre las nubes. Mistral todavía estaba luchado y resistía. ¿Quién más? Una llama verde titiló a través de los árboles, y algo duro y tirante se alivió en mi pecho. Esa era la llama de la mano de poder de Doyle. Él también estaba vivo. En aquel momento, nada más me importó. Ni la corona, ni el reino, ni siquiera los elfos en sí mismos; nada me importó salvo que Doyle estaba vivo, y no gravemente herido ya que todavía seguía luchando.
Ash y Holly aumentaron la velocidad para llegar por delante de Jonty y de mí cuando alcanzáramos el claro más cercano a los árboles. No había suficientes lugares para guarecerse en campo abierto, hasta desde las sombras más tenues los trasgos aparecían. No se materializaron, surgían desde su escondite como francotiradores en un campo de batalla, salvo que el único camuflaje que tenían los trasgos era su propia piel y ropa.
Ash había llamado a Kurag, el Rey de los Trasgo, mientras corríamos a este lugar. Para hacerlo, había desenvainado su espada y había puesto una mano sobre mi hombro para que la sangre corriera por la hoja. Sangre y metal afilado: la vieja magia que se utilizaba mucho antes de que los teléfonos fueran siquiera un sueño en la mente de los seres humanos. Personalmente yo no habría querido llevar una hoja desnuda mientras corría por un terreno helado. Pero Ash no era humano, y él hizo que todo pareciera más fácil.
Ash y su hermano corrían por delante de Jonty. Quienquiera que llegara en primer lugar lideraría a los trasgos sin discusión. Pero yo no me preocupé por eso; mientras salváramos a mis hombres, no me importaba quién se lo adjudicara. Habría seguido a cualquiera en aquel momento sólo para salvarlos.
Uno de los hermanos comenzó a hablar con las fuerzas que estaban esperando. Pero hasta que el otro hermano no se acercó lo suficiente como para ver destellar sus ojos carmesí no supe que era Holly el que había vuelto junto a Jonty y a mí. Holly luchaba por respirar con normalidad. El superar a alguien cuyas piernas eran casi tan altas como uno, comportaba bastante esfuerzo, incluso para un guerrero tan formidable como era él. Su voz mostraba sólo un indicio de este sofoco que hacía que sus hombros y pecho subieran y bajaran rápidamente.
– Los arqueros estarán listos en breves momentos. Necesitamos a la princesa.
– Yo no soy un gran arquero -dije, todavía acunada por el calor del cuerpo de Jonty, y la sangre. La sangre que fluía de su gorra deslizándose por mi cuerpo era caliente. Igual de caliente que la que manaba de una herida abierta.
Holly me dirigió una mirada que pareció irritada incluso bajo el indulgente brillo de la luz de la luna.
– Eres la portadora de la mano de sangre -dijo él, dejando que esa cólera que siempre subyacía en su interior se oyera en su voz.
Casi pregunté que qué tenían que ver los arqueros con eso. Pero un momento antes de que dijera algo, lo supe.
– Ah… -dije.
– A menos que Kitto exagerara con lo que le hiciste en Los Ángeles al Innombrable -añadió Holly.
Negué con la cabeza, la sangre caliente se deslizaba por mi cuello, entre mi piel y el abrigo que había tomado prestado. La sangre debería haber sido molesta, pero no lo era, más bien parecía una manta caliente durante una fría noche: era consoladora.