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Su mano se apoyó en el suelo, pero mi mano tocó su pecho. Él se estremeció encima de mí sosteniéndose sobre sus rodillas y una mano, como si yo hubiera hecho tambalear su corazón. Lo toqué a través de la resistente suavidad de su armadura de cuero. Él estaba seguro detrás de ella, pero la mirada en su rostro era la de un hombre golpeado, los ojos abiertos de par en par.

Estaba lo bastante cerca ahora como para que yo pudiera ver que sus ojos estaban del mismo color verde que adquiría el cielo antes de que una gran tormenta empezara, destruyéndolo todo a su paso. Sólo una gran ansiedad podía hacer que sus ojos se volvieran de ese color, o una gran cólera. Hacía mucho, el mismo cielo cambiaba según el color de los ojos de Mistral.

Mi piel cantó a la vida, brillando como una estrella incandescente. Abeloec brilló conmigo. Por primera vez, pude ver las líneas en mi propia piel, y esas intrincadas líneas nos recorrieron, ahora de un color azul eléctrico destacando sobre el brillo. Contemplé cómo una vid espinosa azul se movía lentamente hacia mi mano para desplegarse a través de la pálida piel de Mistral.

El cuerpo de Mistral convulsionó encima de mí, y era como si las líneas de color lo atrajeran arrastrándolo hacia mí; como si fueran cuerdas que lo derribaran. Sus ojos parecían contrariados, su cuerpo luchaba con toda su musculatura y poder. Sólo cuando casi estuvo encima de mí y Abeloec, y sólo la fuerza de sus hombros sostenía su cara encima de la mía, sus ojos cambiaron. Observé cómo el aterrador y tormentoso verde desaparecía de sus ojos, cambiándose en un azul tan claro y puro como el de un cielo de verano. Yo no sabía que sus ojos podían ser de ese azul.

Las líneas azules en su piel dibujaron un relámpago a través de su mejilla; en ese momento su rostro estaba demasiado cerca del mío para ver los detalles. Su boca estaba sobre la mía, y besé a Mistral por segunda vez.

Él me besó, como si tuviera que respirar el aire necesario para vivir a través de mi boca, como si no tocar mi boca con la suya significara su muerte. Sus manos se deslizaron hacia abajo por mi cuerpo y cuando tocó mis pechos, en su garganta resonó un sonido profundo que era casi un sonido de dolor.

En ese momento Abeloec decidió recordarme que había más de una boca contra mi cuerpo. Se alimentó entre mis piernas con la lengua y los labios y, suavemente, con los dientes, consiguiendo que yo dejara escapar mis propios sonidos impacientes en la boca de Mistral. Esto provocó otro de esos sonidos de él, que reflejaban lo mismo impaciencia que dolor, como si lo deseara tanto que le dolía. Su mano apretó convulsivamente mi pecho. Lo bastante fuerte como para que realmente doliera, pero de esa manera en que el dolor podía alimentar el placer. Me retorcí bajo ambas bocas, sumergida en los labios de Mistral, las caderas contra Abeloec. Fue en ese momento que el mundo naufragó.

AL PRINCIPIO PENSÉ QUE TODO ESTO ESTABA DENTRO DE MI cabeza, sumida en el placer. Pero entonces comprendí que ya no había una manta de piel empapada por el hidromiel bajo mi cuerpo. En cambio había ramitas secas que empujaban y pinchaban contra mi piel desnuda.

El cambio de escenario fue suficiente como para que apartáramos la atención de nuestras bocas y manos. Estábamos en un lugar oscuro, ya que la única luz existente era el brillo de nuestros cuerpos. Pero era un resplandor más brillante que cualquiera del que nosotros tres conteníamos. Me hizo observar más allá de los hombres que me tocaban. Frost, Rhys, y Galen parecían pálidos fantasmas de sí mismos. Doyle era casi invisible excepto por las líneas de poder. Había otros que brillaban en la oscuridad, casi todos los que eran deidades de la tierra y Nicca, que estaba de pie con sus alas brillando a su alrededor. Habían vuelto a ser un tatuaje en su espalda hasta esta noche. No recordaba que Nicca hubiese tocado el hidromiel. Busqué a Barinthus y a Kitto, pero no estaban aquí. Era como si la magia hubiera designado y elegido entre mis hombres. Gracias al brillo de nuestros cuerpos pude ver plantas muertas. Cosas marchitas.

Estábamos en los jardines muertos, esas mágicas tierras subterráneas donde la leyenda contaba que las hadas tenían su propio sol y luna, lluvia y tiempo. Pero yo no sabía nada de esto. El poder de los sidhe se había marchitado mucho antes de que yo naciera. Los jardines estaban simplemente muertos ahora, y arriba en el cielo sólo había roca desnuda y vacía.

Oí que alguien decía, -¿Cómo? -Entonces esas líneas de color carmesí, azul eléctrico, verde esmeralda resplandecieron llameantes en la oscuridad. Esto provocó gritos en la oscuridad, y devolvió la boca de Abeloec entre mis piernas. La boca de Mistral se presionó contra la mía, sus manos impacientes en mi cuerpo. Era una dulce trampa, pero una trampa al fin y al cabo, puesta para que nosotros no nos preocupásemos por lo que queríamos. La magia de las hadas nos sostenía, y no seríamos libres hasta que esa magia estuviera satisfecha.

Traté de tener miedo, pero no pude. Sólo existía la sensación de los cuerpos de Abeloec y Mistral contra el mío, y el empuje de la tierra muerta debajo de mí.

CAPÍTULO 3

LA LENGUA DE ABELOEC DIO LARGOS, CERTEROS GOLPES alrededor del borde de mi sexo, luego una caricia por encima cuando él se movió hacia abajo otra vez. Las manos de Mistral jugaban con mis pechos de la misma forma en que los besaba, como si no tuviera suficiente con que llenar sus manos, como si esa sensación fuese algo a lo que él tenía derecho. Hizo rodar mis pezones entre sus dedos, y finalmente separó su boca de la mía para llevarla junto a sus manos sobre mis pechos. Tomó un pecho en su boca, abarcándolo tanto como le fue posible, como si verdaderamente se alimentase de mi carne. Chupó fuerte, y más fuerte, hasta que sus dientes hicieron presa en mí.

Abeloec se movió hasta ese dulce lugar en lo alto de mi sexo y comenzó a hacer rodar su lengua a su alrededor. Los dientes de Mistral presionaron lentamente, como si estuviera esperando que le ordenara parar, pero no lo hice. La combinación de la boca de Abeloec, segura y suave entre mis piernas, y la presión inexorable de la boca de Mistral en mi pecho cada vez más fuerte, era exquisita.

Una leve brisa danzó a través de mi piel. Una racha de viento empujó hebras del pelo de Mistral de un lado al otro sobre mi cuerpo, liberándolas de su larga cola de caballo. Sus dientes continuaron ejerciendo una prensa implacable. Aplastaba mi pecho entre sus dientes, y se sentía tan bien. La lengua de Abeloec azotó con un golpecito rápido y luego más rápido sobre aquel punto dulce.

El viento sopló más fuerte, enviando hojas muertas moviéndose rápidamente a través de nuestros cuerpos.

Los dientes de Mistral casi se unieron sobre mi pecho, y ahora sí me hizo daño. Abrí la boca para decirle que se detuviera, pero en aquel momento Abeloec me lamió una última vez y eso fue todo que lo necesité. Me corrí gritando, alzando las manos, buscando algo dónde agarrarme, mientras Abeloec profundizaba mi orgasmo con la lengua y la boca.

Mis manos encontraron a Mistral. Hinqué las uñas en sus brazos desnudos, y sólo cuando unas de mis manos trató de alcanzar su muslo, él agarró mi muñeca. Para hacerlo, tuvo que soltar mi pecho de la prisión de su boca. Inmovilizó mis manos en la seca tierra, mientras yo gritaba y luchaba por alcanzarle con uñas y dientes. Él se quedó sobre mí, presionando mis muñecas en el suelo. Bajó la mirada clavando en mí unos ojos que destellaban luces resplandecientes. Mi última visión de sus ojos, antes de que Abeloec consiguiera que lanzara mi cabeza de un lado a otro, luchando contra el placer, fue de que estaban llenos de relámpagos, centelleando, bailando, tan brillantes que proyectaban sombras en la iridiscencia de mi piel.