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– Eso, me gustaría verlo -dijo ella.

– No creo que funcionara si estás aquí -dijo Rhys. Una pálida luz blanca apareció sobre su cabeza. Pequeña, esférica, una suave blancura que iluminaba por donde él caminaba. Era la luz que la mayoría de los sidhe, y muchos de los duendes menores podían hacer a voluntad; Una pequeña magia que la mayoría poseía. Pero si yo quisiera tener luz en la oscuridad, tenía que encontrar una linterna o una cerilla.

Rhys avanzó hacia la reina, envuelto en un suave círculo de luz.

Ella habló…

– Parece que el follar unas cuantas veces después de soportar unos pocos siglos de celibato te envalentonan, Un Ojo.

– La jodienda me hace feliz -dijo él-. Me hace ser atrevido -continuó levantando su brazo derecho, mostrándole la parte oculta. Ni la luz era lo bastante fuerte, ni el ángulo era el correcto para que yo pudiera ver qué era tan interesante.

Ella frunció el ceño; luego, cuando él se acercó, sus ojos se ensancharon.

– ¿Qué es eso? -Pero su mano había bajado lo suficiente como para que Mistral ya no tuviera que incorporarse de su posición arrodillada para evitar ser cortado.

– Es exactamente lo que tú piensas que es, mi reina -dijo Doyle. Él comenzó a acercarse a ella, también.

– No más cerca, los dos. -Ella enfatizó sus palabras obligando otra vez a Mistral a casi incorporarse de nuevo.

– No te queremos dañar, mi reina -dijo Doyle.

– Quizás me propongo dañarte yo a ti, Oscuridad.

– Ese es tu privilegio -dijo él.

Abrí la boca para corregirle, porque él ahora era mi capitán de la guardia. Ella ya no tenía permiso para lastimarle simplemente por puro gusto, nunca más.

Abeloec me contuvo cogiéndome del brazo, y dijo murmurando contra mi pelo…

– Todavía no, Princesa. La Oscuridad no necesita tu ayuda todavía.

Quise discutir, aunque parecía que su razonamiento era lógico. Abrí la boca para rebatirlo, pero cuando alcé la vista para mirarle a la cara, mi argumento pareció desvanecerse. Su sugerencia simplemente parecía ser lo razonable.

Algo golpeó mi cadera, y me percaté de que él todavía sostenía la copa de cuerno. Él era el cáliz, y el cáliz era él, de alguna mística manera, pero cuando él lo tocó, pareció más… más razonable. Mejor dicho, sus sugerencias parecían más razonables.

No estaba segura de que me gustara que él pudiera hacerme eso, pero lo dejé estar. Ya teníamos suficientes problemas para necesitar otras distracciones.

– ¿Qué hay en el brazo de Rhys? -le susurré.

Pero Abeloec y yo estábamos de pie en la oscuridad, y la Reina del Aire y la Oscuridad podía oír cualquier cosa que fuese pronunciada en la oscuridad. Y me contestó…

– Muéstraselo, Rhys. Muéstrale a ella lo que te ha envalentonado.

Rhys no le dio la espalda, pero se movió algo lateralmente hacia nosotros. La suave, pequeña fuente de luz blanca se movió con él, perfilando la parte superior de su cuerpo. En una batalla habría sido un desastre; le habría convertido en un blanco. Pero los inmortales no sudan por cosas como esa… si no puedes morir, supongo que puedes convertirte en un blanco perfecto sin que te importe lo más mínimo.

La luz nos rozó primero, como esa primera respiración blanca del amanecer que se desliza a través del cielo, tan blanco, tan puro, cuando el amanecer no es nada más que el desvanecimiento de la oscuridad. Cuando Rhys se acercó más a nosotros, la luz blanca pareció expandirse, deslizándose sobre su cuerpo, mostrando que todavía estaba desnudo.

Él tendió su brazo hacia mí. Mostraba la silueta azul claro de un pez que se alargaba empezando justo desde su muñeca hasta casi llegar a su codo. El pez estaba cabeza abajo en dirección a su mano y parecía extrañamente curvado, como un semicírculo en espera de su otra mitad.

Abeloec lo tocó de la misma forma que la reina había hecho, levemente, con sólo las yemas de sus dedos.

– No he visto eso en tu brazo desde que dejé de ser un portero de discoteca.

– Conozco el cuerpo de Rhys -dije. -Eso nunca ha estado ahí antes.

– No en toda tu vida -dijo Abeloec.

Le eché un vistazo para luego mirar a Rhys y luego de nuevo a él, y le dije…

– Es un pez, ¿qué…

– Un salmón, para ser exactos -dijo él.

Cerré la boca para no decir algo estúpido. Traté de hacer lo que mi padre siempre me había enseñado a hacer, pensar. Pensé en voz alta…

– El salmón significa conocimiento. Una de nuestras leyendas dice que puesto que el salmón es la criatura viviente más antigua, posee todo el conocimiento desde que el mundo es mundo. Según esa misma leyenda significa longevidad.

– Leyenda, ¿verdad? -dijo Rhys con una sonrisa.

– Tengo una licenciatura en biología, Rhys; nada de lo que digas me convencerá de que un salmón antecedió a los trilobites, o hasta a los dinosaurios. Un pez moderno es justo eso, moderno dentro de la escala geológica.

Abeloec me miraba con curiosidad.

– Me había olvidado de que el Príncipe Essus insistió en criarte entre los humanos -sonrió-. Cuando razonas las cosas, no eres tan fácil de distraer. -Él tensó su otra mano, con el cáliz todavía sujeto en ella.

Fruncí el ceño, y finalmente me alejé de él.

– Déjalo estar.

– Bebiste de su copa -dijo Rhys-. Él debería poder persuadirte de casi cualquier cosa… -sonrió abiertamente cuando continuó-…si fueras humana.

– Supongo que ella no es lo bastante humana -dijo Abeloec.

– Todos estáis actuando como si ese tatuaje pálido fuera importante. No entiendo el por qué.

– ¿Essus no te contó nunca nada sobre ello? -preguntó Rhys.

Fruncí el ceño.

– Mi padre no mencionó nada acerca de un tatuaje en tu brazo.

La reina hizo un ruido burlón.

– Essus no pensó que fueras lo suficientemente importante para decírtelo.

– Él no se lo dijo -dijo Doyle-, por la misma razón que Galen tampoco lo sabe.

Galen todavía yacía en el jardín muerto. Todos los otros hombres que se habían desplomado sobre el suelo estaban todavía de rodillas o sentándose en la vegetación muerta. Una suave incandescencia blanca verdosa comenzó a tomar forma sobre la cabeza de Galen. No era un halo como el de Rhys, sino algo más parecido a una pequeña pelota de luz por encima de su cabeza.

Galen encontró su voz, ronca, y tuvo que aclararla bruscamente antes de poder decir…

– Yo no sé nada tampoco sobre ningún tatuaje en Rhys.

– Ninguno de nosotros se lo ha dicho a los más jóvenes, Reina Andais -dijo Doyle. -Todo el mundo sabe que nuestros seguidores se pintaban con símbolos y entraban en batalla con sólo esos símbolos para protegerles.

– Finalmente aprendieron a llevar puesta la armadura -dijo Andais. Su brazo había bajado lo bastante como para que Mistral estuviera cómodo sobre sus rodillas otra vez.

– Sí, y sólo las pocas y últimas tribus fanáticas siguieron tratando de buscar nuestro favor y bendición. Ellos murieron por aquella lealtad -dijo Doyle.

– ¿De qué estás hablando? -Pregunté.

– Hubo un tiempo, en que nosotros, los sidhe, sus dioses, estábamos pintados con símbolos que representaban la bendición de la Diosa y el Consorte. Pero cuando nuestro poder se desvaneció, así también lo hicieron las marcas en nuestros cuerpos -explicó Doyle con su voz espesa como la miel.

Rhys prosiguió la historia.

– Antiguamente, si nuestros seguidores se pintaban sus cuerpos para imitarnos, obtenían algo de la protección y la magia que teníamos. Era una señal de devoción, sí, pero una vez, mucho, mucho tiempo atrás, literalmente nos podían llamar para ayudarles -dijo, contemplando el tenue pez azul en su brazo. -No he tenido esta marca desde hace casi cuatro mil años.

– Está borroso e incompleto -dijo la reina desde la pared lejana.

– Sí. -Rhys inclinó la cabeza y la miró-. Pero es un comienzo.