La voz de Nicca llegó tenue, y yo casi le había olvidado, mientras permanecía ahí parado a un lado. Sus alas comenzaron a brillar en la oscuridad, como si por sus venas hubiera comenzado a fluir la luz en lugar de sangre. Él batió esas enormes alas. Habían sido sólo una marca de nacimiento en el dorso de su espalda hasta unos cuantos días atrás, cuando por fin habían brotado realmente. Comenzaron a resplandecer como si cada uno de sus colores fuera de cristal coloreado brillando bajo la luz de un sol que no podíamos ver.
Tendió su mano derecha, y nos mostró una marca en la cara externa de la muñeca, casi en la mano misma. La luz era demasiado vacilante para que yo pudiera estar segura de lo que era, pero Doyle dijo…
– Una mariposa.
– Nunca he tenido una marca del favor de la Diosa -dijo Nicca con su voz tenue.
La reina bajó su espada completamente, de modo que volvió a ser invisible dentro de la falda totalmente negra de su túnica.
– ¿Y el resto de vosotros?
– Podréis ser capaces de sentirlo, si os concentráis en ello -dijo Rhys a los demás.
Frost convocó un globo de luz que era de un débil gris plateado. Se sostenía sobre su cabeza, al igual que la luz verdosa que Galen tenía. Frost empezó a desabrocharse la camisa. Raramente iba desnudo si lo podía evitar, así que supe antes de que desnudara la curva perfecta de su hombro derecho que allí habría algo.
Él giró su brazo de forma que pudiera verlo.
– Muéstranos -dijo la reina.
Frost le dejó a ella ver primero, luego se volvió hacia nosotros en un semicírculo lento. El dibujo era tenue y azul como había sido el de Rhys, un pequeño árbol muerto, sin hojas, desnudo, y la tierra bajo él parecía esbozar un montículo de nieve. Como el salmón de Rhys, estaba borroso, y parecía no estar dibujado del todo, como si alguien hubiera empezado el trabajo y no hubiera acabado.
– Asesino Frost nunca había tenido un símbolo de favor -dijo la reina y su voz sonó extrañamente infeliz.
– No -dijo Frost-, no lo tuve. No era del todo sidhe cuando el último sidhe sostuvo tales favores. -Se encogió de hombros para acomodar la camisa en su lugar y comenzó a abotonarla. Él no estaba simplemente vestido, estaba armado. La mayor parte de los otros conservaban una espada y una daga, pero sólo Doyle y Frost tenían pistolas. Rhys había dejado la suya con sus ropas en el dormitorio.
Noté un bulto aquí y allá bajo la camisa de Frost, lo que quería decir que llevaba más armas que podrían ser vistas con facilidad. A él le gustaba estar armado, pero tantas armas significaban que algo le había puesto nervioso. Puede que fueran los intentos de asesinato, o tal vez alguna otra cosa. Su atractivo rostro estaba cerrado para mí, escondido tras la arrogancia que él usaba como una máscara. Quizás simplemente escondía sus pensamientos y sus sentimientos de la reina, pero de todas formas… Frost tendía a ser temperamental.
Rhys dijo…
– Deja que Abeloec y Merry acaben lo que comenzaron. Déjalos terminar.
La reina Andais inspiró tan profundamente, que incluso a pesar de la débil luz que iluminaba la cámara, pude ver como subía y bajaba la “V” de carne blanca que se veía en su túnica.
– Muy bien, que acaben. Ven conmigo entonces, tenemos mucho de qué discutir -dijo ella, alargando su mano hacia Mistral. -Ven, mi capitán, dejémoslos a sus placeres.
Mistral no lo dudó. Se levantó y tomó su mano pálida.
– Le necesitamos -dijo Rhys.
– No -dijo Andais-, no, ya le he dado a Meredith mis hombres verdes. Ella no necesita el mundo entero.
– ¿Crece la hierba sin viento y lluvia? -preguntó Doyle.
– No -dijo ella, y su voz volvió a ser poco amistosa, como si le hubiera gustado estar enojada y fuera consciente de que ahora no podía permitírselo. Andais era esclava de su temperamento, pocas veces se controlaba. Tanto autodominio en ella era raro.
– Para hacer la primavera, tú necesitas muchas cosas, mi reina – dijo Doyle. -Sin calor y agua, las plantas se marchitan y mueren. -Se quedaron mirándose el uno al otro, la reina y su Oscuridad. Fue la reina quien apartó la mirada primero.
– Mistral puede quedarse. -Andais soltó su mano, luego me miró desde el otro extremo de la caverna. -Pero que esto quede claro entre nosotras, sobrina. Él no es tuyo. Es mío. Él es tuyo sólo por este espacio de tiempo. ¿Está eso claro para todos vosotros?
Todos asentimos con la cabeza.
– Y tú, Mistral -dijo la reina-. ¿Lo entiendes?
– Mi orden de celibato es levantada por este espacio de tiempo y sólo con la princesa.
– Perfecto, entonces -dijo ella. Dio la vuelta como si fuera a atravesar la pared andando, luego se giró mirando por encima de su hombro. -Terminaré lo que estaba haciendo cuando advertí tu ausencia, Mistral.
Él cayó de rodillas.
– Mi reina, por favor no hagas esto…
Ella se volvió con una sonrisa que fue casi agradable… si no fuera porque la mirada en sus ojos, aún desde aquí, fue aterradora.
– ¿Estás intentando decirme que no te deje con la princesa?
– No, mi reina, sabes que no es eso lo que quiero decir.
– ¿Lo hago? -dijo ella, sonando el peligro en su voz. Se deslizó sobre la maleza muerta y colocó la punta de Terror Mortal bajo su barbilla. -Tú no viniste a pedir el consejo de mi Oscuridad. Viniste a obligar a la princesa a interceder por la Casa de Nerys.
Los hombros de Mistral se movieron como si hubiera tomado aire profundamente, o hubiera tragado saliva.
– Contéstame, Mistral -siseó ella, sonando la furia en su voz afilada como una hoja de afeitar.
– Nerys sacrificó su vida por tu palabra de que no matarías a su gente. Tú… -él dejó de hablar abruptamente, como si ella hubiera aproximado la punta tan cerca que no pudiera hablar sin cortarse.
– ¿Tía Andais -dije-, qué has hecho con la gente de Nerys?
– Trataron de matarnos a ti y a mí anoche, ¿o lo has olvidado?
– Lo recuerdo, pero también recuerdo que Nerys te pidió que tomaras su vida, a cambio de que tuvieras piedad de su casa. Diste tu palabra de que los dejarías vivir si ella moría en su lugar.
– No he dañado ni a uno solo -dijo ella, y pareció demasiado contenta consigo misma.
– ¿Qué significa eso? -Pregunté.
– Solamente les ofrecí a los hombres una oportunidad para servir a su reina como miembros de mi guardia real. Necesito a mis Cuervos a pleno rendimiento.
– Unirse a tu guardia significa abandonar todas las lealtades familiares y volverse célibe. ¿Por qué estarían de acuerdo con cualquiera de esas cosas? -Pregunté.
Andais apartó la espada de la garganta de Mistral.
– Estabas muy impaciente por chismear sobre mí. Díselo a ella ahora.
– ¿Puedo levantarme, mi reina? -preguntó Mistral.
– Levántate, bufón, no me importa; simplemente díselo a ella.
Mistral se levantó cautelosamente, y cuando ella no hizo ningún movimiento hacia a él, comenzó a moverse con cuidado a través del cuarto hacia nosotros. Su garganta se veía oscura bajo las luces parpadeantes. Ella le había cortado. Cualquier sidhe podría cicatrizar un corte pequeño, pero como el daño había sido producido por Terror Mortal, Mistral se curaría mortalmente despacio, a velocidad humana.
Los ojos de Mistral se veían abiertos, asustados, pero él se movió fácilmente atravesando el jardín muerto, como si a él no le preocupara que ella le hiciera algo mientras se estaba alejando de ella. Sé que a mí ya me hubiera estado doliendo la espalda con el miedo del golpe. Sólo cuando él estuvo fuera del alcance de su espada permitió que un poco del pánico dejara sus ojos. Aun así, eran del color de la verde sombra del tornado. Ansiedad.
– Suficiente -dijo ella-. Meredith puede oírte desde allí.
Él se detuvo obedientemente, pero tragó saliva, como si no le gustara nada que ella le hubiera detenido antes de haber regresado con nosotros. No lo culpaba. La magia de la reina podría destruirle desde esa distancia. Probablemente, Andais le había ordenado detenerse simplemente para que él se preocupara. Igual ya no se proponía hacerle más daño, pero quería que tuviera miedo. A ella le gustaba que las personas le tuvieran miedo.