Tara también estaba bajo control. Se mantuvo demasiado ocupada para preocuparse de los motivos de Adam durante los días siguientes. Al menos él había dejado de tratarla como a una secretaria inexperta y la carga de trabajo previa al viaje fue tal, que ninguno de los dos tuvo tiempo para enfrentamientos verbales. Ella tampoco se quejaba de las horas adicionales de labores. Por el contrario, se alegraba de poder mostrarle a Adam de lo que era capaz.
Ya era tarde el lunes cuando llevó la carpeta que contenía las propuestas a la oficina de Adam. Este apartó la vista de su terminal de computadora y se volvió con el entrecejo fruncido.
– ¿Qué haces aquí? Creí que te habías ido hace varias horas.
– Dijiste que querías los documentos esta misma noche. Acabo de terminar de ordenarlos.
– Muy bonitos, pero mañana habría estado bien -comentó él con tono indolente, sonriendo al ver los labios apretados de Tara, única muestra visible de su enojo. Los dos sabían que su avión despegaba antes de las diez-. ¿Ya cenaste?
– ¿Cenar? -la pregunta era como si Tara no conociera el significado de la palabra.
– Parece que no -comentó él con tono seco-. Me alegro. Lo harás conmigo.
Tara se retrajo, furiosa por haberse delatado con una sola palabra, revelando el efecto que Adam provocaba en ella.
– En realidad no creo que deba hacerlo. Tengo que ir a casa a preparar mi maleta.
Adam pareció no oírla, o fingió no hacerlo. Apagó la computadora y rodeó el escritorio, sin dar muestras de verla dar un paso atrás.
– Me alegro de que todavía estés aquí. Quiero revisar los últimos detalles del viaje, así que puedes llamarla una cena de trabajo. Estoy seguro de que tu novio comprenderá. Tendrá que cocinar su propia cena.
– Si te refieres a Jim, te aseguro que él cocina su propia cena todas las noches.
Después de hacerla retroceder hasta el muro, Adam tomó el abrigo de ella del perchero, la envolvió en él y fue a solicitar el ascensor.
– Entonces, ¿no vive contigo?
– ¡No, no vive conmigo!
– En ese caso, me aseguraré de que nuestra gente de seguridad vigile tu apartamento en tu ausencia.
– No hay necesidad.
– Yo seré quien determine eso.
– Gracias -ella estaba demasiado cansada para discutir. Llevaba tres días trabajando a toda su capacidad y lo único que quería era irse a dormir.
El ascensor los dejó en el vestíbulo del edificio y por la escalera eléctrica bajaron al nivel de la calle para entrar en el restaurante-bar. La camarera rubia espigada tomó sus órdenes y desapareció.
– ¿Alguna vez has estado en el Medio Oriente, Tara? Es interesante -agregó Adam ante la negativa de ella-. La gente es muy amistosa, en especial los hombres. Te vendrá bien. Tal vez hasta consigas… algunos clientes.
– ¿Cómo le rompiste la nariz, Adam? -preguntó ella después de mirarlo airada.
– No fue un marido enfurecido, si eso es lo que estás pensando -él se frotó la nariz.
– No, más bien esperaba que fuera una secretaria enfurecida -ella se puso de pie-. Todavía puede ocurrir. Me temo que esta noche tendrás que comer los dos filetes, Adam. De pronto perdí el apetito.
Salió del restaurante apresuradamente y una vez en la calle empezó a correr, desesperada por llegar a casa, apenas consciente de las lágrimas que amenazaban con escapar de sus párpados.
– ¡Maldito, maldito, maldito! -se apoyó contra la puerta de su apartamento. ¿Por qué diablos tenía que tratarla como si fuera una cualquiera? Nada había hecho ella para merecerlo. Nada, excepto responder a su beso esa primera fatídica noche.
Con un sollozo buscó la llave en su bolsillo. No la encontró. Desolada, gimió. Estaba en su bolso de mano y éste se encontraba sobre su escritorio en la oficina. Bajó la escalera y fue a llamar a la puerta de su vecina. No obtuvo respuesta. Con seguridad la susodicha regresaría tarde. Bravo por su decisión de dejarle un juego de llaves a la vecina para una emergencia.
– ¡Esta es una emergencia! -gritó, golpeando la puerta con violencia. Necesitaba desahogar su frustración.
Con renuencia, se obligó a regresar al restaurante y se sentó frente a Adam.
– ¿Cambiaste de opinión? -preguntó él con una sonrisa burlona.
– No, no lo hice. Dejé mi bolso en la oficina. No es gracioso -protestó ante la risa de Adam.
– Sí lo es. Es un alivio que la perfecta… la infalible señorita Lambert sea capaz de olvidar algo.
– Si no me hubieras sacado tan rápido de la oficina…
– No importa -la interrumpió él-. La caminata debe de haberte despertado el apetito.
– Sólo quiero mi bolso, Adam.
– Entonces, tendrás que sentarte a verme cenar. Me parece una lástima dejar esto -los alimentos llegaron en ese momento, demostrando que Adam no se molestó en cancelar la cena de Tara, seguro de que regresarla.
– ¿Vas a mantenerme aquí contra mi voluntad? -inquirió la joven.
– Por supuesto que no. Estás en libertad de hacer lo que quieras -Adam tomó el tenedor con una sonrisa socarrona-. Te llevaré tu bolso cuando termine.
– No tienes que dejar tu cena. Sólo préstame tu llave del ascensor.
– Vaya, vaya. Este sí que es un cambio. Por norma, no te cansas de estar a mi lado.
– Eres insufrible, Adam Blackmore -siseó Tara.
– Lo sé -respondió él con una sonrisa cínica-. Y no tienes idea de la alegría que me produce verte sufrir. Lo tolerabas tan bien, con tanta nobleza, que estaba a punto de perdonarte. Es una lástima que lo arruinaras todo con este arranque temperamental. Ahora tendrás que empezar de nuevo.
– ¡No he hecho algo de lo que debas perdonarme!
– ¿No? Pues en ese caso considéralo una grave caso de envidia. Yo tuve que esforzarme mucho para iniciar mi negocio, Tara. No tenía unos ojos castaños y una boca que enloqueciera a cualquiera para ganarme un sitio en el consejo directivo -creyendo haberla hecho callar por fin, continuó-: Te daré tu oportunidad. Te la habría dado si hubieras llamado a mi puerta y hablado conmigo. Todo el mundo merece eso. Pero tú trataste de usar un camino corto y ahora tendrás que esforzarte al doble para demostrar tu rabia.
Tara parpadeó. Ya creía estar haciéndolo. Sabía que era demasiado tarde para explicarle lo de Jim. Demasiado tarde para explicar cualquier cosa. Sólo empeoraría la situación, si es que eso era posible. Pero ella se había metido en el lío y la única forma de salir era con su trabajo, y a eso nunca le tuvo miedo.
– Trato hecho, Adam Blackmore -tomó el tenedor y el cuchillo, y al cortar el primer trozo del filete, descubrió que estaba muerta de hambre. Lo que Adam Blackmore hiciera con Jane, no era de su incumbencia, se dijo. Siempre que él aceptara que su relación no era más que por negocios, podría salir adelante. Las lamentaciones eran inútiles, así que durante la cena se concretó al hablar del inminente viaje.
– ¿Por qué Bahrein? -preguntó, permitiendo que Adam rellenara su copa-. Me parece un camino demasiado largo para encontrar financiamiento para una planta manufacturera al norte de Gales.
– Al contrario. Muchos de los bancos se establecieron allí cuando Beirut fue destruida. Hay mucho dinero proveniente del petróleo que busca caer en buenas manos.
– Yo había creído que estaría feliz en algún banco suizo -comentó Tara.
– ¿Qué sabes de cuentas bancarias en Suiza? -preguntó Adam, divertido.
– Nada. Bastantes dificultades tengo para mantener tranquilo a un simple gerente de sucursal aquí en casa.