Выбрать главу

Adam vestía ropa apropiada para el viaje, lo cual ella habría hecho de no necesitar la armadura que le brindaba su ropa de trabajo. Sin decir palabra, él estudió sus facciones con tanta intensidad, que la sonriente fachada de Tara casi se derrumba.

El silencio se prolongó tanto, que cuando Adam habló, la sobresaltó.

– ¿Vendrá, entonces? ¿No se opondrá el señor Lambert? -se asomó por encima del hombro de ella, desafiándolo a que hiciera acto de presencia.

– El señor Lambert no está en posición de oponerse -le indicó ella en voz baja.

– Entonces, será mejor que partamos -sin más, Adam tomó la maleta y bajó hasta el auto con chofer que los llevaría al aeropuerto.

Tara lo siguió y se acomodó en el asiento posterior con la esperanza de que él ocupara el asiento junto al chofer. Esperanza inútil. Adam fue a sentarse a su lado, extendió las piernas y cerró los ojos.

Alguien debía hacer el esfuerzo por establecer una relación normal, o el viaje sería una pesadilla, reflexionó la joven, así que comentó:

– El vuelo saldrá a tiempo, ya lo comprobé.

– Eficiente como siempre, señora Lambert.

– Por favor, no…

– ¿Por qué no? -preguntó él con tono hiriente y tan helado como sus ojos-. Sólo respondo a su petición.

Tara no replicó y aparentemente satisfecho, Adam volvió a cerrar los ojos. Hicieron el trayecto al aeropuerto en silencio absoluto y cumplieron con los trámites de aduana sin complicaciones.

Adam titubeó un instante al entregarle su pasaporte, poniendo atención al espacio donde aparecía el "Señora Tara Lambert" escrito con excelente caligrafía en el espacio adecuado. Observó un instante su rostro pálido. El exabrupto de ella de la noche anterior al menos la libró de la situación embarazosa que se habría producido si él se hubiera enterado allí en público. Pero si ella le explicaba en ese momento que era viuda, sólo provocaría su lástima y eso era lo último que quería de él, se dijo con tristeza. El desagrado que manifestaba por ella era mil veces mejor.

– ¿Quiere un café?

El amable ofrecimiento la sorprendió.

– No, gracias -Tara se encaminó hacia un exhibidor de libros y revistas-. Sólo compraré algo para leer -suponía que jamás podría concentrarse en la lectura, pero un libro haría más tolerable el silencio del largo viaje.

Su mirada se detuvo ante una portada llamativa y Adam arqueó una ceja y tomó el libro.

– Nunca hubiera imaginado que este es su tipo de lecturas, señora Lambert. ¿Quiere este libro?

– Ya lo leí, muchas gracias. De pasta a pasta al menos veinte veces.

– ¿En serio? Adam mantuvo el ejemplar en la mano-. Tengo que leerlo. Con seguridad me dará algunas pistas.

– Dije que lo leí, no que me gustara.

– Todavía más interesante -él le dio vuelta al libro y leyó la contraportada con el entrecejo fruncido; luego señaló el exhibidor-. ¿Encontró algo que le agrade?

– No, gracias, creo que llevaré una revista -tomó dos revistas casi sin fijarse en las portadas y fue a reunirse con Adam, quien ya la esperaba en la caja. Ella se las entregó, esperando en cualquier momento el comentario hiriente acostumbrado, pero él ni siquiera prestó atención a lo que ella eligió. El anuncio de su vuelo por los altavoces fue una interrupción oportuna que los obligó a dirigirse a la puerta de abordaje.

La azafata los instaló en sus asientos. Era la primera ocasión que Tara volaría en primera clase y la amplitud de los asientos la sorprendió. Cuando despegaron, la joven miró a su alrededor con interés.

– ¿Es la primera vez que vuela? -preguntó Adam, observándola.

– No, pero esto es muy diferente a unas vacaciones en paquete a Grecia.

– ¿Allí fue a donde la llevó el señor Lambert en su luna de miel? -inquirió él en un tono tan casual, que Tara creyó no haberlo oído bien.

– ¿Perdón?

– El viaje a Grecia. ¿Fue allí donde…?

– No -con deliberación, Tara abrió una de las revistas y contempló sin ver la página frente a ella.

– ¿En dónde estaba él esta mañana? ¿Convenientemente fuera de vista? -como ella no contestó, él le tomó la mano izquierda y, a pesar de los esfuerzos de Tara por retirarla, la extendió sobre la suya-. No pude dejar de notar que no usa sortija.

– Es… demasiado grande y se me cae -había sido más rolliza. Perdió peso al enterarse del fallecimiento de Nigel y jamás lo recobró-. Tenía miedo de perderla -manifestó, mirándolo a la cara.

– Podía haberla mandado recortar. Es muy útil para aclarar cuál es su posición.

– ¿Para quién? -Tara se percató de que su mano todavía estaba sobre la de Adam y la retiró con un movimiento brusco-, ¿A ti en qué te afecta? Yo sé que estoy casada.

– Tiene una forma muy extraña de manifestado, señora Lambert y las mentiras me molestan.

– Nunca te he mentido.

– ¿No? Pregunté si ese pobre tonto enamorado era su esposo.

– Y dije que no lo era. Esa es la verdad.

Adam apretó los labios con desagrado y dio la vuelta al libro que compró en el aeropuerto. Horrorizada, Tara vio que en la contraportada aparecía la foto de Jim Matthews.

– Así que este es sólo el amante. Me pregunto si habrá el equivalente masculino de un harem -comentó él con tono indolente.

– No tengo idea -ella estaba furiosa. El no tenía ningún derecho para juzgarla-. Pero considerando que uso las faldas demasiado largas, no lo hago tan mal, ¿no te parece?

– Mal… -Adam se contuvo y casi sonrió-. Nada mal. Tal vez deba alegrarme de la armadura con la cual se viste. Si se lo propusiera, tendría a la mitad de la población masculina rendida a sus pies -se apoderó del eterno rizo rebelde de Tara y lo enredó alrededor de su dedo-. En una ceñida seda color rosa con esta nube de cabello negro rodeando su cara, ¿quién podría resistirse? -zafó el dedo con violencia y el tirón produjo que las lágrimas brotaran de los ojos de ella. Entonces le arrojó el libro, abierto en la página con la dedicatoria: "Para Tara… mi inspiración"-. Me pregunto qué hizo para ganarse eso, señora Lambert. Quizá la lectura del texto me ayude a averiguarlo..

La joven palideció. Encontraría demasiadas claves como las que buscaba. Ese fue el motivo por el cual ella se negó a volver a trabajar para el malvado escritor, a pesar de sus súplicas.

– La única inspiración que recibió de mí fue el no frenarlo cuando se exaltaba. Tuve que tomar en taquigrafía cada una de sus horribles palabras.

Adam le sostuvo la mirada y por un momento Tara pensó que le creía. Luego, él encogió los hombros.

– Creo que de todos modos lo leeré.

La azafata les ofreció bebidas, pero siguiendo el ejemplo de Adam, Tara sólo ordenó agua mineral, Y rechazó el almuerzo. El apenas probó el suyo y se dedicó a la lectura del libro, aparentemente fascinado por los horrorosos relatos. Ella dejó de fingir que leía y se dedicó a contemplar las nubes por la ventana.

Miró su reloj. Aterrizarían en una hora, calculó. Quería refrescarse antes de eso, pero la expresión de Adam era tan amenazadora, que no se atrevió a interrumpir su concentración en la lectura. No obstante, leyéndole la mente, Adam recogió las piernas.

– Gracias.

– Sólo tenía que pedirlo, señora Lambert.

Tara se tomó su tiempo en arreglarse el peinado y el maquillaje para darse un descanso lejos de él. Una vez que estuvieran en tierra, sabía que el trabajo ocuparía todo su tiempo. Reuniones de trabajo por las mañanas, eventos sociales por las noches. Por las tardes tendría que dedicarse a transcribir sus notas. Pero aún tendría que hacer frente a la siguiente hora. Reunió sus objetos personales y emprendió el camino de regreso a su asiento.

– Por favor regrese rápido a su lugar y abróchese el cinturón -le recomendó una azafata-. Encontraremos cierta turbulencia frente a nosotros.

En ese momento se encendieron los avisos de cinturones y el capitán confirmó las palabras de la azafata por los altavoces. Tara esperaba que Adam la dejara pasar, pero él sólo se concretó a mirarla.