La mirada de Adam era una advertencia de que estaba al borde de la insolencia, pero Tara sabía que hacia mucho que habían cruzado el límite que debía regir una relación profesional. Y no dudaba que de no ser por Jane, ella misma habría seguido la recomendación de Beth de que se divirtiera. Adam Blackmore estaba a punto de romperle el corazón y el dolor sin placer resultaba injusto.
El día resultó como estaba planeado. Hanna Rashid estuvo presente, pero manteniéndose a la expectativa, y Adam se sentó al lado de Tara, ignorando al otro hombre durante el almuerzo.
La villa contaba con una oficina bien acondicionada y Tara pasó la tarde mecanografiando sus notas y haciéndose cargo de la correspondencia, mientras Adam hablaba por teléfono. Hanna Rashid llegó a las cuatro, para la evidente molestia de Adam.
– Le prometí a la hermosa madame Lambert que le mostraría el desierto al atardecer.
– Tendrá que ser en otra ocasión Hanna. Vino aquí a trabajar y no tiene tiempo para paseos en el desierto, o cualquier otra cosa interesante que quieras mostrarle.
– Será en otra ocasión -acordó el árabe, mirando a Tara. Con los ojos le decía que sería pronto. Tara sonrió sólo por molestar a Adam.
Lo cual le costó que le dieran una carga de trabajo tal que se sentía agotada al bañarse antes de salir a la larga velada que los esperaba.
Se puso un traje rojo oscuro de falda un poco más corta que las que acostumbraba, el cual no era parte de su atuendo para el trabajo, y fue premiada con una sonrisa de parte de Adam al recibirla al pie de la escalera que daba a la sala.
– Hanna no estará allí esta noche, Tara -le recordó-. ¿No te parece un desperdicio?
– Si se supone que es un cumplido de tu parte, muchas gracias.
– De nada. ¿Quieres un trago?
– Ginebra con agua quinada, por favor. ¿Alguna instrucción especial de tu parte para esta noche? -agregó al recibir la bebida.
– Sólo que te diviertas.
– ¿Esos son tus planes también?
Adam brindó con una sonrisa, haciéndola ruborizarse, y luego le quitó con delicadeza la bebida de la mano.
– No deberían permitirte salir, mi hermosa Tara. Vamonos.
El cóctel resultó como docenas a las que Tara había asistido. Ni mejor, ni peor. Pero Mark Stringer, el secretario de comercio y su esposa Angela resultaron anfitriones agradables.
– ¿Qué planes tienen para el viernes? -preguntó Angela.
– Ninguno hasta ahora -expresó Adam-. Para ser sincero, esperaba poder salir de aquí antes del viernes, pero Hanna lleva las cosas con una lentitud pasmosa. Le gusta el estira y afloja y no quiere apresurarse -entonces miró a Tara y agregó-: Al menos espero que ese sea el motivo del retraso.
– Nosotros iremos a las carreras a Awali -le comentó Angela a Tara-. Distan mucho de ser como en Ascot, pero son divertidas. Caballos y camellos. ¿Por qué no van con nosotros?
Tara no contestó, no le correspondía aceptar invitaciones como esa.
– ¿Por qué no?-comentó Adam, alzando los hombros.
Concretaron la cita y Adam regresó con Tara a la villa. Cuando llegaron, un mensaje los esperaba.
– ¡ Maldición!
– ¿Qué sucede?
– El gobernante celebrará un majlis mañana por la mañana y me ha convocado.
– ¿Un majlis? -repitió Tara-. ¿Qué es eso?
– Es una especie de "casa abierta". Cualquiera puede asistir a un majlis del gobernante… su corte, supongo… y pedir sus favores, ayuda, o simplemente para presentarle sus respetos. En ocasiones celebra reuniones en las que se limita a saludar de mano a los presentes. Es una especie de fiesta en los jardines del palacio, con la salvedad de que no se permite la presencia de las mujeres. Yo tendré que ir a estrechar su mano.
– ¡Cielos, estoy impresionada!
– Me tomará toda la mañana -Adam hizo una mueca-. Te aburrirás a muerte aquí sola. Llamaré a Angela para que te lleve al souk de compras, si quieres. Las orfebrerías son dignas de visitar.
– No es necesario.
– No es problema -Adam entrecerró los ojos-. Angela lo disfrutará.
Pero media hora antes que Angela pasara por ella, le llamó por teléfono.
– ¿Tara? Tengo un problema. Mi hijo menor tiene una erupción y tengo que llevarlo al doctor. Lo siento muchísimo.
– No te preocupes, Angela. Aquí estoy bien. Espero que lo de tu hijo no sea nada grave.
– Me temo que puede ser sarampión. De ser así, tendré que entrar en cuarentena durante una o dos semanas. Aunque quizá resulte una bendición. Al menos no tendré que recibir al club de bridge esta semana. No obstante, lamentaré no poder verte de nuevo.
Tara deambuló por la casa durante un rato. Arregló la oficina, hojeó una revista y se preguntaba si haría el calor suficiente para ponerse el traje de baño y salir a tomar un baño de sol en el jardín, cuando oyó que un auto llegaba y el sirviente anunció a Hanna Rashid.
– Tara, querida -manifestó él al acercarse con las manos extendidas para tomar la suya-. ¿Adam te dejó aquí sola?
– Tuvo que asistir al majlis del gobernante.
– Claro. Lo oí mencionarlo cuando nos reunimos ayer -todavía le sujetaba la mano y Tara tuvo que retirarla con cierta fuerza-. Tengo que atender algunos asuntos con mi personal, pero después tendré el inmenso placer de enseñarte algo de la isla.
– No creo…
– ¿Sabías que Bahrein es conocido como el sitio del legendario Dilmun, el perdido Jardín del Edén?
Sorprendida y sin poder relacionar lo que había visto del lugar con el Edén, Tara cuestionó su declaración.
– Ciertamente -afirmó él-. Hay lugares antiguos. Los visitaremos, pero para hacerlo, deberás ponerte algo más cómodo -la rodeaba con el brazo por los hombros y la guiaba hacia la escalera.
– Creo que no -Tara se dio la vuelta con brusquedad y se libró del brazo que la sujetaba-. Muchas gracias por tu ofrecimiento, pero debo quedarme aquí.
– Eres demasiado responsable. Adam no te merece. Lo menos que puede hacer es organizar alguna actividad para ti mientras él está fuera.
– Lo hizo -apuntó Tara y le explicó el problema de Angela.
– Cuánto lo siento, pero no hay motivo por el que no debas aceptar mi ofrecimiento. Es evidente que Adam no tenía intenciones de dejarte aquí sola y tal vez no se presente la oportunidad de que conozcas algo de la isla.
Era cierto y a pesar de las advertencias de Adam, Hanna se había comportado como todo un caballero la noche que la llevó a casa. Mucho más que Adam, reflexionó con resentimiento.
Miró su reloj. Todavía era temprano y sería maravilloso salir una o dos horas.
– De acuerdo, pero debo estar de regreso antes de la una.
– Como tú ordenes -convino Hanna.
Tara fue a cambiarse. Se puso un pantalón estilo marinero y una camiseta tejida de un tono rosa brillante. Luego se calzó unas alpargatas y tomó una pañoleta.
En el último momento decidió dejarle un mensaje a Adam. Libreta de notas en mano, meditó en qué le diría hasta que una sonrisa maliciosa apareció en sus labios. "Fui a descubrir el Jardín del Edén con Hanna. Estaré de regreso a la una. Tara", escribió. Fijó la nota a la puerta del dormitorio de Adam al salir.
Capítulo 5
TARA quedó encantada con la isla. Algunas partes eran desérticas, otras, lujuriosos oasis. Primero, Hanna la llevó a ver un pozo petrolero en operación.
– No es lo que esperaba. Es muy pequeño, nada impresionante.
– Estás pensando en las grandes torres, chirrié. Cuestan dinero. ¡Este lo hace!
Le mostró el palacio donde Adam visitaba al rey.
– ¿Eres de aquí, de Bahrein? -le preguntó Tara-. No usas la ropa tradicional.