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– Bahrein es mi hogar adoptivo. Soy libanés -una sombra apareció en la mirada de Hanna-. Tal vez regrese algún día.

– Lo lamento.

– No tienes por qué hacerlo. Ven a ver la playa. No hace el calor suficiente para nadar, pero es bonita -él detuvo el auto y la llevó entre las palmeras a una playa pequeña, tomándola por la cintura-. Bahrein significa "dos mares". Aquí tienes el agua salada del Golfo, pero más allá, hay manantiales de agua dulce que surgen de la plataforma submarina. Es posible bucear y sacar agua dulce del fondo.

– ¿Entonces el mar salado está sobre un mar de agua dulce?

– Es parte de la leyenda de Dilmun -comentó él, complacido.

– Dijiste que había lugares antiguos. ¿En verdad es el Jardín del Edén?

– Eso debes juzgarlo tú misma -la sonrisa de Hanna era enigmática-. Ven, he dispuesto un sencillo almuerzo -señaló un pequeño pabellón entre las palmeras y campanas de alarma empezaron a sonar en la cabeza de Tara.

– ¿Almuerzo? -Tara vio la hora en su reloj-. Dios mío, es casi la una. Tengo que regresar.

– Cariño -Hanna rió con suavidad-, debes permitirte un poco de relajamiento -sujetándola por la cintura la impulsaba hacia el pabellón.

– Me temo que eso es imposible, Hanna -la joven se paró con firmeza-. Adam se preocupará si no regreso.

– Pero él supone que fuiste al mercado con Angela y pensará que te quedaste a almorzar con ella.

– Lo habría hecho -concedió Tara-. Pero le dejé una nota diciéndole que saldría contigo.

– No lo sabía -si Hanna se molestó, no lo manifestó-. No te vi entrar en la oficina.

Y si lo hubiera hecho, ¿habría desaparecido la nota? Tara rechazó la idea como injusta.

– La dejé arriba.

– Ah, entonces debo llevarte cuanto antes. No sería conveniente que nos encontrara aquí sotos. Puede ser tan… -esbozó una sonrisa-, tan puritano.

– ¿Vendría a buscarme? -preguntó Tara con bien disimulada sorpresa.

– Sí, Tara, me temo que lo haría.

– En ese caso, debemos darnos prisa. Muchas gracias por el paseo, Hanna -se dio la vuelta y se libró de la mano que la sujetaba, apresurando el paso-. Ha sido muy interesante.

Ya en el auto, se abrochó el cinturón de seguridad con rapidez por si él decidía ayudarla. "Adam tenia razón", pensó y le dio gracias a su ángel de la guarda por haberte inspirado que dejara una nota. No estaba segura de que Hanna le creyera, pero, evidentemente, no estaba dispuesto a correr riesgos. Y algo que estuvo en el fondo de su mente al fin cayó en su sitio. Hanna comentó que Adam le había hablado de la cita en el palacio, mas eso era imposible ya que Adam no supo de ella sino hasta la noche. Miró de soslayo a su guía. No podía creer que fuera una sorpresa total para el astuto señor Rashid. Adam esperaba en la entrada de la villa cuando llegaron. Los ánimos de Tara decayeron un poco, ya que abrigaba la esperanza de que todavía estuviera en el palacio, pero para como ocurrían las cosas, era inevitable que él regresara antes.

– ¿Se divirtieron? -preguntó Adam con aparente tranquilidad y Tara se relajó un poco-. ¿Encontraste lo que buscabas? -le preguntó a ella, mirándola a los ojos.

– ¿El Jardín del Edén? No lo creo -era probable que él tuviera razón en cuanto a Hanna, mas no le daría la satisfacción de aceptarlo-, pero fue muy interesante -con deliberación se volvió hacia el árabe y le tendió la mano-. Muchas gracias por tu esfuerzo por divertirme.

– No fue nada -le aseguró Hanna, haciendo una breve reverencia-. En otra ocasión exploraremos la isla con más calma, cherie -su mirada indicaba que tenía algo más que eso en mente.

– Lo espero ansiosa -respondió ella con imprudencia.

– Hay algunos telex que requieren atención si tienes un momento -comentó Adam, cortante-. Hanna, ¿puedo ofrecerte una bebida?

Pero, Hanna no aceptó la hospitalidad de Adam, y éste apareció en la oficina a los pocos minutos.

– ¿Cómo lograste librarte de Angela? -le preguntó a Tara.

– No fue necesario -ella levantó la vista del aparato de telex-. Ella canceló nuestra cita.

– ¡Mientes! Desde anoche me percató de que no te interesaba la visita al souk. Ahora veo por qué. Hanna se encargó de mi "invitación" al majlis ya que tenían organizada su expedición. ¿A dónde te llevó, a su pequeño pabellón en la playa?

– Me llevó a recorrer la isla, Adam -la mano de Tara temblaba un poco al oprimir un botón del aparato-. Te dije que era un caballero y así se comportó -tal vez ella imaginó sus intenciones con lo del almuerzo en la playa, pero las palabras de Adam lo confirmaban.

– Me inclino a creerte. Me pregunto por qué.

– Tal vez porque te digo la verdad -le indicó ella, molesta.

– No. Me pregunto por qué Hanna se toma tanto tiempo para seducirte-agregó él, ignorando la furia de la joven-. Normalmente basta una mirada suya para que las mujeres estén comiendo de su mano. Cuando descubrí que la otra noche partiste con él, estaba seguro…

– ¿De que él me traería aquí para exhibir su poder de seducción en tus propias narices? -terminó ella, asombrada.

– Es natural que él suponga que tengo derechos sobre ti. Le divertiría derrotarme en ese terreno.

– ¡Ah, ya veo! Es sólo un juego de niños tontos. Debiste explicármelo. Seré un poco más amable con él en el futuro -agregó. La dulzura de su voz no ocultaba la ira en su mirada-. Si me disculpas, iré a darme una ducha antes del almuerzo.

– ¿Tara?

Ella se volvió para encontrarlo frunciendo el entrecejo.

– No, nada.

El almuerzo transcurrió en calma. Adam habló poco, pero al levantar la vista, Tara lo sorprendió estudiándola con mirada especulativa. Ella apartó la mirada, pero sabía que él seguía observándola como si quisiera encontrar una respuesta.

Adam pasó la tarde haciendo llamadas telefónicas y le sugirió a Tara que descansara antes que anocheciera.

– Esta noche tenemos una reunión formal, Tara. ¿Trajiste un vestido largo?

– Sí, lo traje -respondió ella con cierta satisfacción. Se alegraba de que su vestido negro convencional estuviera a miles de kilómetros, así que no estaría tentada a usarlo.

Pero al ver su imagen ante el espejo más tarde, experimentó una sensación muy diferente. Se había maquillado para hacer resaltar sus ojos oscuros y se pintó los labios de color escarlata para hacer juego con el vestido. Su cabello negro caía como una cortina sobre sus hombros desnudos, y se puso unos pendientes alargados de oro, dejándose el cuello sin adornos. Bastaba la piel tersa e impecable de cuello, hombros y brazos.

El vestido era en extremo simple: un corpiño diminuto que se ceñía a su cuerpo, resaltando su cintura esbelta; la falda amplia le llegaba a los tobillos. Lo había encontrado en oferta en una barata en enero y lo compró con un dinero que su madrina le había enviado para Navidad con instrucciones de que se comprara algo "impráctico”. Era la primera ocasión que lo usaría. Extraordinario. Lo sabía y la atemorizaba, pero era demasiado tarde para lamentaciones. Un llamado a su puerta la sacó de su contemplación.

– ¿Estás lista, Tara? -la voz de Adam la sobresaltó. Por un instante, pensó en fingir una jaqueca, enfermedad, hasta un ataque de locura, pero respondió con voz bien modulada:

– Bajo en un momento -tomó su pequeño bolso de mano, una capa negra y con una última mirada al espejo, salió de la seguridad de su habitación.

Impaciente, Adam miraba su reloj cuando el movimiento en la escalera atrajo su atención.

Al levantar la vista, Tara advirtió por un instante la chispa de deseo que ardió en los ojos verdes y su sangre se aceleró en respuesta urgente. Pero la expresión desapareció pronto y ella llegó a pensar que sólo fue producto de su imaginación, porque los labios de él se apretaron en una línea dura y la frialdad resurgió en sus ojos. El se volvió y le abrió la puerta.