De acuerdo. Iría. Al menos eso le debía a la mujer. Le aseguraría a Jane que no tenía intenciones de irrumpir en su vida doméstica con Adam y para su propia tranquilidad mental, esperaba no tener que hablar con el hombre otra vez.
Por si fuera poco, Jim volvía a las andadas. Ya era tiempo de que le pusiera fin a eso de una vez por todas, decidió. Marcó el número de él, pero no obtuvo respuesta. Luego, con un grito de pánico, corrió al baño, llegando a tiempo para impedir una inundación.
Logró dormir y despertó al otro día con los párpados y las extremidades pesadas. Apenas sabía qué día era. Permaneció quieta un momento, poniendo en orden sus pensamientos. Sí, era jueves. La semana nunca terminaría. Debía levantarse. Los jueves siempre eran días atareados.
Se puso de píe, se dirigió al buzón y recogió el periódico y las facturas que había dejado el cartero. Puso todo sobre la mesa de la cocina y se metió en la ducha para acabar de despertar.
Después de vestirse, revisó su agenda. Le esperaban varias citas y ella y Beth tendrían que preparar los cheques para pagarles a las secretarias el viernes. Además debían revisar el periódico en busca de puestos vacantes y ofrecer sus servicios.
Se tomó un té, recogió la correspondencia y el periódico y partió para la oficina. Apenas eran las ocho cuando llegó, pero Beth entró detrás de ella, con la misma idea de empezar temprano con la rutina.
Pronto se hicieron cargo de los periódicos y para las nueve y media, Beth había colocado a dos secretarias y estaba lista para ir a su cita con Jenny Harmon.
– Estoy impaciente por ver el interior de Victoria House. Entiendo que sus tiendas son increíbles, que cada una es diferente.
Tara sonrió. Tal vez lo eran, pero formaban parte de una cadena nacional de tiendas, todas del imperio de Adam Blackmore.
– El edificio entero es asombroso. Cómo me gustaría alquilar un local allí. La gente nos tomaría más en serio si vieran que nuestro domicilio social se encuentra en Victoria House.
– Escucha -la atajó Beth con tono severo-. Ya empiezan a tomarnos en serio. El negocio mejora a pesar de que todavía no empieza la temporada de vacaciones.
– Tienes razón -concedió Tara. Además, contarían con el bono adicional devengado por los días que ella trabajó con Adam. Al menos en el aspecto financiero, la situación mejoraba-. La semana próxima sólo veremos sonrisas en el banco.
– Las hemos recibido desde esta semana, cariño. Ayer que fui, hasta el gerente se detuvo a charlar del clima conmigo.
– Las maravillas nunca dejarán de suceder. Aquí vamos -agregó Tara cuando empezó el desfile de las secretarias que acudían a presentar sus informes de horas trabajadas.
– Te traeré un emparedado -ofreció Beth.
Cuando ésta regresó con una sonrisa triunfal más tarde, Tara aprovechó el momento para ir a dar un paseo por la ribera del río con el fin de respirar aire fresco. La temperatura de abril ya era más primaveral y los botones de las flores se abrían por doquier. La joven se sentó en una banca para contemplar la corriente. Las embarcaciones de placer empezaban a ser botadas en anticipación al verano y había una gran actividad.
Sin embargo, Tara no lograba concentrarse en el espectáculo que siempre apreciaba. Con un suspiro, abrió el periódico y de inmediato su vista fue a la foto de una chica de cabello oscuro que sostenía a un bebé en los brazos. Un hombre sonriente tocaba los pequeños dedos, Adam. El periódico cayó de sus manos sin fuerzas.
Lo sabía y no obstante, se enamoró de él. No creía que esas cosas ocurrieran. Siempre imaginó que las personas controlaban sus propios destinos. Si eran tontas e irresponsables, resultaban lastimadas. Pero ella no quería enamorarse. Estaba satisfecha con su existencia; no era excitante, pero tenía amigos, su trabajo y el reto que significaba su nueva empresa. Su vida seguiría adelante, suponía. En el exterior, habría poco cambio. Más sabía que aquella satisfacción había salido por la puerta la noche que se arrojó, de manera inconsciente, en los brazos de Adam Blackmore.
Al fin se movió y se percató del frío que tenía. Al ver el reloj se dio cuenta de que llevaba dos horas allí. Regresó apresurada a la oficina, coincidiendo su llegada con la de Lisa Martin, quien de inmediato la atacó.
– Lo lamento, Tara, tendrás que encontrar a alguien más para el señor Blackmore.
– Dios mío, ¿se trata de los niños? -preguntó Tara, esperanzada-. Hay una guardería en Victoria House. Podríamos arreglar algo.
– Nada tiene que ver con los niños. Se trata de él.
Beth levantó los ojos al techo con un gesto expresivo y fue a sentar a la mujer antes de servirle una taza de café.
– Háblame de él -le pidió-. Eres la tercera secretaria que se le envía esta semana y ya empieza a intrigarme. ¿Qué hizo? ¿Se quejó de tu taquigrafía?
– Dicta muy rápido -Tara le lanzó una mirada de advertencia a Beth.
– Tu declaración se queda corta. No sé quién habrá sido su última secretaria, pero le sugerí que la recobre, le cueste lo que le cueste. Es extraño, pero me dijo que no era cuestión de dinero, y yo le indiqué que tampoco era mi problema, que no estaba dispuesta a trabajar para él a ningún precio.
– De acuerdo, Lisa. Te pagaremos por hoy y mañana -prometió Tara-. Esto es malintencionado, ¿no te parece? -le preguntó a Beth cuando Lisa se retiró-. ¿O es que me estoy volviendo loca?
– Lisa tiene razón. Quiere que vuelvas. El que él lo sepa, es una señal esperanzadora.
– El… -la voz de Tara se quebró y se aclaró la garganta-. Tonterías. Además, no podrá tenerme. Si sigue así, no tendrá a nadie.
– ¿No vas a llamarte? -preguntó Beth.
– No lo creo. Si quiere a alguien más, que nos llame.
– ¿Harás que te ruegue? -Beth fingía inocencia.
Tara negó con la cabeza. El que Adam rogara por algún motivo, era inimaginable.
Dedicaron la tarde a elaborar la nómina y el teléfono sonó tantas veces, que Tara dejó de sobresaltarse al escucharlo, por lo que se sorprendió al reconocer la voz de Adam por el auricular.
– Tara, he estado esperando tu llamada -declaró él sin preámbulos-. Ya debes de saber que necesito otra secretaria.
– Lisa pasó por aquí camino a su casa. Me temo que tendré que facturarte dos días completos para ella.
– Encuéntrame una secretaria decente -ordenó Adam, con tono cortante-. Entonces hablaremos -agregó antes de cortar la comunicación.
– ¿Alguna idea? -le preguntó Tara a Beth con un suspiro al dejar el teléfono.
– Ya sabes lo que pienso.
– Estás equivocada, Beth. El mismo me pidió que me marchara, que no quería volver a verme.
– ¿Lo hizo? -Beth analizó la situación-. Pues si no te importa que te lo diga, él ataca el problema de una manera muy extraña. ¿Por qué no te compadeces del pobre hombre?
Tara bajó las pestañas oscuras para ocultar el brillo súbito de sus ojos.
– Beth, su última secretaria regular acaba de tener un bebé. Es de ella de quien me compadezco.
– Oh, Dios. Lo siento mucho.
– Por favor no… -pero era demasiado tarde. Las lágrimas corrieron por las mejillas de Tara.
Beth se ocupó del archivo de tarjetas.
– ¿Qué te parece Mo? Su taquigrafía es buena.
– No se merece esto. Ninguna se lo merece.
– ¡La tengo! ¡Janice es nuestra chica!
– Tenía entendido que estaba trabajando con los contadores.
– Llamó el lunes para decirme que está disponible. Es firme como una roca. Toma en taquigrafía ciento cincuenta palabras por minuto sin inmutarse y no teme expresar su opinión -Beth rió-. Es lo más parecido que tenemos a ti. Excepto por la edad.