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– Me pregunto qué tipo de ropa interior usa.

– ¿Perdón? -Beth la miraba extrañada.

– Lo lamento. Pensaba en voz alta.

– Eso pensé. Bueno, deja a Janice en mis manos. Creo que debes irte a casa. Estás a punto de desplomarte.

– Dices las cosas más amables.

– ¿Crees que sea conveniente llamar al hombre y decirle a quién debe esperar por la mañana? -No -Tara negó con la cabeza-. Déjalo que sufra un poco.

El sábado amaneció despejado y brillante. Era el primer día verdaderamente primaveral. No obstante, Tara apenas le prestó atención. Se dedicó a limpiar su apartamento a fondo, pero eso no alivió su corazón. Ese día tendría que enfrentar a Jane y asegurarle que ella no sería competencia y se esforzaba por no pensar en eso.

Después del almuerzo, que apenas probó, fue a cambiarse. Se vistió con modestia y se aplicó sólo un poco de maquillaje. Luego, se examinó ante el espejo. Así, Jane nunca la consideraría como una rival. Le sonrió a su imagen, recordándose que debería hacerlo durante la visita al hospital.

Al llegar a la escalinata de entrada de la clínica estuvo a punto de perder el valor. Podría escribirle… hablar por teléfono… pero no eso.

– ¿Es su primera visita? -le preguntó un portero amablemente-. ¿A dónde quiere ir?

– A maternidad -respondió ella con voz ronca. El hombre le dio indicaciones y con la ayuda de una enfermera, Tara al fin dio con el cuarto de Jane y llamó a la puerta.

– Adelante -le indicó una voz conocida. Ya no podía dar marcha atrás. Jane Townsend la miró con curiosidad-. ¿Eres Tara Lambert? -preguntó con expresión sorprendida y luego sonrió-. Eres muy amable por haber venido.

– Yo… -titubeante, Tara le entregó las flores que llevaba. La mujer en la cama era mayor de lo que esperaba. Al menos tendría unos treinta años y mostraba hilos de plata en su cabello negro recogido. Por extraño que fuera, su rostro le parecía conocido. Entonces recordó la foto del periódico.

– Ven a conocer al hijo y heredero.

Como autómata, la joven rodeó la cama. El bebé dormía en una pequeña cuna al lado de su madre con los puños apretados junto a las mejillas.

– ¡Es rubio!-exclamó Tara, sorprendida. Temía tanto que fuera de cabello oscuro como el de Adam y que tuviera los ojos verdes. "Tonta, todos los bebés tienen ojos azules", se dijo cuando el pequeño abrió los ojos y pareció sonreírle.

– Es maravilloso -la madre le acarició los rizos-. Más adelante se le oscurecerá, pero me encanta.

– Es precioso.

– Tómalo en brazos, si quieres.

Tara alzó al pequeño, arrullándolo, acariciándole los dedos y permitiéndole que él asiera uno de los suyos. Al aspirar su aroma, un profundo anhelo la invadió. Jane la observaba interesada.

– Te has recobrado muy rápido -comentó la joven.

– Así es. Casi no tengo molestias, excepto cuando toso. Entonces sí que me duele la herida.

Tara había pensado que le sería fácil odiar a Jane Townsend, pero no era así. Era tan sencilla y natural.

– Háblame de Bahrein. ¿Te divertiste? ¿Cómo está Hanna?

– Es un hombre agradable -respondió Tara, con tacto.

– Te besó las manos y te hizo sentir la mujer más bella del mundo -comentó Jane entre risas.

– Me besó mucho las manos -aceptó Tara. Pero no la hizo sentir hermosa porque sabía que era fingido-. Creo que lo hacía sólo por molestar a Adam.

– ¿Y lo logró? -la pregunta fue tan rápida, que de inmediato Tara comprendió su error.

– Claro que no -se obligó a sonreír, consciente de que Jane la observaba-. ¿Por qué habría de hacerlo?

– Perdóname por meterme en algo personal, Tara, pero, ¿siempre vistes así?

– No siempre -admitió la joven al ver su austera ropa gris. Recordó el vestido rojo.

– Es extraño. Adam me comentó que eres viuda, pero esperaba algo mas alegre.

Sorprendida, Tara se obligó a sonreír de nuevo.

– También me dijo que eres hermosa -continuó Jane-, pero no con la hermosura que siempre es perseguida por hombres lujuriosos.

– No lo soy -respondió Tara con tono más fuerte del que se proponía. Era evidente que él la había hecho parecer una Jezabel. Volvió a colgarse la sonrisa de los labios-. Sólo se trata de que siempre me atrapa en mis peores momentos. Ha asumido el papel de Sir Galahad -¿con eso entendería Jane que quería presentarlo como un tipo de intenciones puras?

– Es cierto. Es el tipo de hombre en el que cualquier dama en peligro podría confiar su vida -Jane miró a Tara con astucia-. Y cualquier otra cosa, si quisiera confiar en él, por supuesto.

El comentario fue tan inesperado, que Tara se obligó a volver su atención al bebé en sus brazos.

– ¿Es un niño bueno? Entiendo que lo has llamado Charles Adam.

– Sí, en honor de su padre y de su tío -la puerta se abrió en ese instante y levantó la vista-. Hablando del rey de Roma… Hola, cariño.

– ¿Tara? -Adam se sorprendió al verla abrazando al niño.

– Yo le pedí que viniera -explicó Jane, un tanto desafiante-. Quería conocerla. Espero que hayas traído uvas suficientes para tres.

– No-dijo Tara, dejando al bebé en su cuna-. Tengo que irme.

– Tonterías -replicó Jane-. Siéntate, Tara. Adam no se quedará mucho tiempo y te llevará a casa si se lo pido de buen modo, ¿no es así, cariño?

– Por supuesto -respondió él, cortante y haciéndole una mueca.

Como en agonía, Tara se sentó, viéndolo inclinarse para besar la frente de la mujer en la cama.

– ¿Cómo estás? -le preguntó con tono más suave.

– Desesperada por irme a casa. Odio este lugar.

– La semana próxima -le indicó él con firmeza-. ¿Como está el pequeño llorón? -se inclinó más para acariciar la mejilla del bebé-. Hola, Charlie.

– ¡No lo llames así. Su nombre es Charles -el rostro de Jane se descompuso-. Lo siento, Adam. Sólo quisiera…

– Tranquila, pasará pronto -Adam se sentó en la cama y la abrazó para consolarla-. No tardará mucho. Te lo prometo.

Tara murmuró una disculpa y salió corriendo de la habitación. Adam la alcanzó a cien metros del hospital.

– ¿A dónde crees que vas? -le exigió, haciéndola regresar hacia el estacionamiento del edificio-. Dije que te llevaría a tu casa.

– No es necesario. Necesito aire fresco. Los hospitales me alteran -al menos ese la alteraba.

– ¿En serio? -él la miraba con dureza-. ¿O sólo huiste para que viniera tras de ti?

– ¿Por qué habría de querer eso?

– No tengo idea -Adam le abrió la puerta de su auto y Tara subió antes que él pudiera tocarla-. Como tampoco tengo idea de qué haces aquí.

– Jane me llamó y me pidió que viniera a verla.

– ¿Por qué? -insistió él, inclemente.

– Será mejor que se lo preguntes a ella.

Pero se había equivocado en cuanto a los motivos de Jane. No la había llamado para pedirle que se mantuviera alejada de su hombre, sino sólo para demostrarle que no tendría oportunidad alguna. Quiso que Tara sostuviera en sus brazos al hijo que ella y Adam procrearon, que lo tocara, que viera lo ligado que Adam estaba a ella. Debió de saber que él la visitaría esa tarde y por eso le pidió a Tara que fuera también a esa hora y cuando el escenario estuvo listo y los actores en escena, abrió el grifo de las lágrimas para que Adam la abrazara y consolara. La humillación final fue pedirle a él que llevara a Tara a casa. Y Adam acusaba a la joven de ser buena actriz.

Capítulo 8

JANE se disculpa por las lágrimas -le indicó Adam, volviéndose hacia ella mientras esperaban la oportunidad para incorporarse al tránsito-. Según entiendo, es normal. Las hormonas se alteran.