Cansada, revisó que puertas y ventanas estuvieran aseguradas y diez minutos después, estaba profundamente dormida.
Alguien aporreaba una estaca con un martillo y Tara ansió que dejaran de hacerlo. Provenía de lejos, pero el ruido la regresó sin clemencia al mundo real. Por un momento, le pareció que era un sueño, pero de pronto se enderezó en la cama. Alguien llamaba a su puerta con fuerza.
Encendió una lámpara y vio la hora. Casi las dos de la mañana. Tal vez alguien necesitaba ayuda. Bajó de la cama, se puso una bata y corrió a la entrada. El instinto de autoconservación la hizo poner la cadena en la puerta antes de abrirla una fracción.
– ¡Tara, déjame entrar!
– Vete, Adam. No quiero verte -Tara dio un paso atrás.
Sin responder, él se apoyó contra la puerta haciendo que los tornillos que sujetaban la cadena cedieran en la desigual lucha. La puerta se golpeó ruidosamente contra la pared y Adam apareció en el umbral, furioso, amenazador, con la barba crecida. Al entrar, llenó el pequeño vestíbulo con su presencia y cerró la puerta de un puntapié, sin dejar de mirarla.
– ¿En dónde diablos has estado? -le exigió.
Tara quería correr, pero las piernas no le obedecían. Una actitud desafiante era el único recurso que le quedaba, de modo que levantó el mentón.
– No es de tu incumbencia.
– Estás equivocada, Tara, lo estoy haciendo de mi incumbencia -avanzó unos pasos, haciéndola retroceder hasta chocar contra el sofá-. ¿Con quién estabas?
– Basta, Adam -él cerró los ojos para alejar la furia verde que la devoraba-. Por todos los cielos, basta -suplicó-. ¿No me has hecho sufrir bastante?
– ¿Sufrir? ¿Tú, mi lady! No creo que conozcas el significado de la palabra. Estás hecha de hielo. Sin embargo, me propongo hacerte sufrir la agonía que me has hecho pasar esta semana.
– No puedes…
– Créeme. Te lo garantizo. Te gusta jugar, Tara, llevar a un hombre con un aro en la nariz con esos ojos que prometen tanto, hasta hacerlo enloquecer…
– No sabes lo que estás diciendo.
Adam la tomó por los hombros, acercándola a él hasta hacerla sentir el calor de su cuerpo.
– Créeme, Tara, lo sé.
– ¡Basta! -ella se cubrió las orejas con las manos-, ¡Basta! ¿Me escuchas? No tienes derecho a decirme eso…
– Entonces, confiesa. ¿Con quién estabas? -lanzaba chispas por los ojos-. ¡La verdad! -la sacudió con fuerza-. Te juro que de cualquier forma me enteraré si mientes.
Tara tenía la boca seca. Sabía que Adam estaba a punto de explotar y que lo haría si lo provocaba más. No tenía intenciones de mentirle.
– Estuve con mi madrina en Kendal toda la semana.
– ¿Con tu madrina? -eso era lo último que Adam esperaba escuchar. La soltó y dio un paso atrás. Ella trastabilló, estando a punto de caer.
– Tenía que alejarme. Necesitaba espacio, tiempo…
– Tiempo… -Adam rió con amargura-. Yo también lo intenté. De nada sirve, ¿verdad?
– No, me temo que no -Tara negó con la cabeza-, Pero nada hay que podamos hacer.
– Si, sí lo hay -Adam gimió y la atrajo con fuerza contra él-. Sólo existe una solución. Cásate conmigo y pongamos fin a esta tortura.
– ¿Cómo puedes pedirme eso? -inquirió Tara, atónita.
– Simplemente cedo ante lo inevitable. Te pido que hagas lo mismo. Sé que tus sentimientos todavía son muy fuertes por ese joven que murió, pero no puedes vivir en el pasado, Tara.
– ¿Y Jane? -preguntó ella con frialdad-. ¿Ella también debe quedar relegada al pasado?
– ¿Jane? -Adam la contempló sin entender-. ¿Qué tiene ella que ver con esto?
– Ella te necesita, Adam. Su hijo te necesita.
– Por Dios santo, Tara, ¿no he hecho suficiente? No puedo olvidarme de mí mismo sólo porque su marido pasa la mitad del tiempo en una selva remota…
– ¿En la selva? -lo interrumpió Tara.
– Por eso es que vino a trabajar conmigo, porque no toleraba estar sola en su casa todo el día.
– ¿Y por las noches? -le exigió la joven.
– ¿Por tas noches? ¿De qué hablas? -Adam la apartó sin soltarla-. Por Dios, ¿no te lo dijo? Prometió que lo haría.
Así que por eso había ido Jane a visitarla. Por complacer a Adam.
– No te preocupes. Cumplió su palabra. Me pidió que fuera más… amable contigo.
– Pero nunca te dijo…
– ¿Decirme qué, Adam? ¿Qué es tan importante?
– No puedo creer que sea tan tonta. Su hijo le ha convertido el cerebro en aserrín. Jane me llamó a Gales para informarme que habías vuelto. Le dije que regresaría en seguida y le pedí que viniera a aclarar contigo cualquier malentendido antes que yo llegara.
– ¿Qué malentendido puede haber, Adam? Todo parece tan simple.
– No, mi lady, el único simple aquí soy yo por permitir que mi hermana me metiera en una situación en la que estuve en peligro de perder a la única mujer sin la que me es imposible vivir.
– ¿Tu hermana? -repitió Tara al empezar a entender bajo la mirada observadora de Adam.
– Jane es mi hermana -confirmó él con cuidado, asegurándose de que ella lo entendiera-. Está casada con Charles Townsend.
Tara todavía trataba de entender lo que Adam le decía.
– ¿Charles Townsend, el explorador? -había visto fotografías de él en alguna revista. Un gigante vikingo rubio.
– Sí -afirmó con alivio evidente al ver que ella empezaba a comprender-. Cuando Jane descubrió que estaba embarazada, era demasiado tarde para que Charles regresara de su última expedición. Pero me alegra decirte que el pequeño Charles no es más que hijo de ellos.
– Pero tú pagaste sus facturas de la clínica. Regresaste de Bahrein de inmediato… -Tara se interrumpió cuando una ligera esperanza empezó a crecer en su interior. No debía hacerla crecer demasiado, pero tampoco dejarla morir-. ¿Es cierto lo que dices?
– Charles se encuentra en el centro de la selva amazónica, Tara, no al otro extremo de una línea telefónica. Necesitaba a alguien que cuidara a Jane mientras él está de viaje, así que tuve que encargarme de todos los detalles. Suponía que lo sabías. No sé por qué, pero eso creía.
– Pero, ¿por qué trabajaba ella para ti?
– Nunca soportó quedarse sola en casa mientras Charles está lejos. Funcionaba muy bien -Adam sonrió-. Si yo decidía ponerme insoportable, ella estaba en libertad de gritarme también -la acercó y la abrazó-. ¿Nos sentamos? El sofá me parece cómodo y hay varías cosas que todavía debemos aclarar -le levantó el mentón y la besó con gentileza-. Puede tomar cierto tiempo -agregó y se sintió ridículamente tímida cuando él la tomó por la cintura y la sentó en el sofá a su lado, tan cerca que le era difícil respirar-. Bien, ¿por dónde empezamos?
Tara se volvió en sus brazos y le acarició el rostro, titubeante. Adam permanecía inmóvil, sin apresurarla, sabiendo que debía permitirle acostumbrarse a la idea de que era todo suyo.
Contuvo el aliento cuando ella lo besó, apenas como la caricia de una mariposa. Luego lo hizo con más urgencia hasta que los anhelos de las últimas semanas explotaron y le rodeó el cuello con los brazos, acercándolo, ofreciéndose en rendición total.
Cuando al fin lo soltó, Adam sonrió despacio y sus feroces ojos verdes se suavizaron.
– Estos no eran los detalles que tenía en mente, cariño, pero supongo que los otros pueden esperar.
Tara rió feliz al verlo quitarse la chaqueta de ante, mas cuando los ojos de él brillaron con deseo, la risa desapareció. Gimió con suavidad cuando Adam volvió a besarla y al sentirlo estremecerse en su esfuerzo por controlarse. La punta de la lengua de él la invitaba a abrir la boca, y la atormentó hasta casi hacerla gritar.