Tara tuvo la impresión de estar en la cima del mundo, rodeada por bosques distantes y el río, que podía ver a través de una serie de ventanas en forma de arco que llenaban de luz la habitación. Cuando él la soltó, ella se puso de pie de inmediato. No se encontraba allí para admirar el panorama.
– Tengo una cita con la señora Harmon -declaró molesta cuando al fin controló sus cuerdas vocales-. ¿Te molestaría indicarme cuál es su oficina?
– Siéntate Tara -Adam se acomodó en la esquina de un escritorio despejado y, sin quitarle la vista de encima, se inclinó para oprimir un botón de un intercomunicador-. ¡Siéntate! -repitió. La joven volvió a instalarse en la silla, sabiendo que de lo contrarío él la obligaría a hacerlo sin miramientos. Pero se sentó en el borde con una expresión desafiante que indicaba que no se quedaría allí un momento más del que fuera necesario.
– ¿Jenny, esperas a una tal Tara Lambert esta mañana? -preguntó él por el aparato.
– Si, Adam, es de la agencia de empleados de oficina temporales de la que te hablaba. Entiendo que ya llegó, pero debe de haberse extraviado en algún lugar del edificio.
– Dudo mucho que esté extraviada -los labios de Adam se torcieron en una sonrisa que a Tara no le agradó-. De hecho, creo qué se encuentra en el sitio en el que ella quiere estar. Deja el asunto en mis manos-. Guardó silencio durante unos momentos, estudiando a Tara con irritación evidente. Luego, como si hubiera tomado una decisión, se levantó y fue a sentarse en una silla frente a ella. Apoyó los codos sobre el escritorio, tocándose el mentón suavemente con la punta de los dedos al observarla, pensativo.
– Una vez, Tara, podría considerarse una coincidencia, hasta un encuentro de apariencia accidental como el que dispusiste anoche -con un movimiento de cabeza rechazó la airada protesta de la joven-, pero, ¿dos veces? La señora Harmon está en el piso veinte. Este es el veintiuno. Mis aposentos privados.
– Entonces debí de oprimir el botón equivocado -ella se puso de pie-. Un simple error, fácilmente remediable. No tienes por qué molestarte más.
– ¡Quédate donde estás!
– ¿Para qué? ¿Para que sigas insultándome? No, muchas gracias -no se sentó, pero permaneció inmóvil. Sería imposible que hiciera negocios con esa empresa, pero le debía a Beth y a un banquero nervioso el esfuerzo de obtener lo que pudiera del enredo-. Lamento haberte interrumpido, Adam. Vine aquí por invitación de la señora Harmon para hablar con ella de los servicios de mi agencia. Me gustaría hacerlo ahora, si me lo permites.
– No. Hablarás conmigo. Convénceme de que tienes algo que ofrecer que me convenga -su gesto era duro-. No te será tan fácil con la ropa puesta, pero inténtalo.
– ¿Perdón? -cuestionó ella, atónita.
– Eso es lo que querías, ¿o no? Anoche te arrojaste en mis brazos y después me invitaste a pasar a tu apartamento "a tomar café". Lamentablemente para ti, no mordí el anzuelo, así que ahora estás aquí. Siéntate, Tara, haz tu oferta. ¿Quién sabe? Tal vez todavía me interese.
Capítulo 2
¿POR quién me tomas? -explotó Tara. -Tienes diez minutos para tu demostración. El método lo dejo en tus manos -Adam la observaba de pies a cabeza con mirada fría.
Tara se sentó. Ya había abandonado cualquier intento de explicar su presencia allí. El se exasperaría más y la oportunidad se perdería para siempre. Si Adam Blackmore era la cabeza de esa empresa, más valía que hiciera "su venta" como él sugirió sin pérdida de tiempo. De inmediato se lanzó a hacer una presentación de los servicios ofrecidos por su agencia antes que él cambiara de opinión y la expulsara de allí.
Si Adam se sorprendió de que Tara no hiciera un acto de striptease, no lo demostró. La joven no sabía siquiera si la escuchaba, pero cuando se detuvo ante su aparente falta de interés, los ojos de él brillaron, obligándola a seguir.
– Eres demasiado cara -fue su único comentario cuando ella terminó.
– Pero somos los mejores -respondió ella con alivio. Era más fácil hacer frente a cuestiones de negocios que a insinuaciones sexuales.
– Sólo según tu opinión. Y tus métodos para establecer citas no son muy tranquilizadores.
Tara se negó a dejarse llevar de nuevo por ese camino. Pensara lo que él pensara, ella no había hecho algo de lo que tuviera que avergonzarse.
– Puedo darte referencias. Las empresas para las que trabajamos con regularidad… aquellas con directores con la inteligencia suficiente para comprender que reciben lo justo por lo que pagan… -agregó sin resistir la pulla.
– Es difícil que menciones a alguien que no haya quedado satisfecho. Prefiero hacer mis propias indagaciones.
– Me parece bien. Ponnos a prueba.
– Te pondré a prueba a ti, Tara -repuso él después de una pausa.
– Me temo que yo no estoy a la venta, Adam -manifestó ante la oportunidad de rebatir a ese odioso hombre.
– Qué lástima -Adam se levantó y rodeó el escritorio-, Quizá, cuando tengas… -arqueó una ceja con expresión burlona-la astucia suficiente para comprender la oportunidad que te ofrezco, podamos volver a hablar -la ayudó a ponerse de pie y la encaminó hacia la puerta.
Sorprendida, Tara no ofreció resistencia, hasta comprender lo que sucedía. La despachaba.
– No… no puedo, tengo un negocio que debo administrar -protestó-. No me ocupo de vacantes temporales desde… -su voz se perdió al ver la mirada desafiante de Adam.
– ¿Tal vez temes ponerle en la línea de fuego? -sugirió él con voz suave y abrió la puerta. Un momento más y sería demasiado tarde.
– ¡Claro que no! -por la mente de Tara pasaba la oportunidad que se presentaba y quizá no fuera tan mala idea. Nadie estaba mejor capacitada que ella para demostrar la calidad de su agencia. Medía a todas las chicas conforme a su propia capacidad. Beth tendría que administrar sola la oficina una semana o dos y ella podría realizar por las noches las labores que le correspondían- Adam aguardaba y ella lo miró a los ojos.
– Muy bien, Adam. Muchas gracias por la oportunidad. ¿Puedo suponer que si lleno tus requisitos le darás a mi empresa la primera oportunidad de llenar tus vacantes temporales en los términos que te he planteado?
– De acuerdo -la sonrisa de Adam era un desafío-. Pero te lo advierto: mis niveles de exigencia son muy elevados.
– También los míos -respondió Tara, levantando el mentón-. ¿Cuándo empiezo y para quién voy a trabajar?
– En este momento, Tara. Y trabajarás para mí.
Tara pensó que debió imaginarlo. Adam la observaba con rostro inexpresivo, en espera de su protesta. Pero ella no le daría esa satisfacción. Había promocionado a sus chicas como lo supremo en servicios de oficina. Ese era el momento de demostrar la eficiencia de su personal.
– De acuerdo. ¿Puedo llamar a mi socia para avisarle?
Adam ocultó de inmediato la molestia que brilló en sus ojos, pero Tara la notó y se llenó de satisfacción.
– Por supuesto. Te llevaré a tu oficina -la condujo a un moderno despacho junto al suyo-. Aquí encontrarás todo lo necesario. Tienes cinco minutos para que hagas tu llamada y te instales; luego ven a verme con una libreta de notas -volvió a examinarla de pies a cabeza y se dispuso a salir, mas desde la puerta se volvió con una sonrisa en los labios-. Te has esforzado mucho en representar tu papel, pero, ¿sabes tomar dictado en taquigrafía?
– ¿Taquigrafía? -repitió ella como si jamás hubiera escuchado la palabra. Se tocó el broche que llevaba prendido al cuello-. Supongo que podré arreglármelas.
– Me temo que tendrá que ser mejor que eso, o no pasarás la primera prueba -señaló él con satisfacción.
Tara llamó a Beth para explicarle la situación y acordó verse con ella esa noche para ultimar detalles. Después buscó una libreta de taquigrafía, varios lápices y después de llamar a la puerta, entró en la oficina de Adam.