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– ¿Lista? -sin esperar respuesta, él empezó a darle indicaciones, apenas permitiéndole sentarse-. Quiero que esto se mecanografíe de nuevo -Tara reconoció el documento que él leía la noche anterior-. Espero que esta vez quede sin errores -agregó él.

– Haré mi mejor esfuerzo, Adam -le aseguró Tara con un tono humilde que le valió una mirada dura de él antes que tomara una pila de cartas.

– Dile a esta gente que no. No. Pide más detalles -y así siguió hasta que terminó. Entonces se reclinó en su silla y enlazó las manos atrás de su cabeza-. Ahora, tengo un informe que necesito mecanografiado tan pronto como te sea posible. ¿Podrás terminarlo hoy mismo? -preguntó con tono burlón.

– Tal vez -respondió ella, ganándose otra mirada reprobatoria.

Adam empezó a dictarle a una velocidad increíble, sin pausas y sin indicarle signos de puntuación. Parecía hablar sin siquiera detenerse a respirar sólo por hacerla pedir clemencia. Los dedos de Tara volaban sobre hoja tras hoja hasta que él terminó.

– ¿Eso es todo? -preguntó Tara, en espera de la siguiente andanada.

– Por el momento. Quiero un borrador de eso antes que hagas lo demás. Eso te mantendrá ocupada el resto de la mañana.

– Ya son las doce y media y según la agenda de tu secretaria, tienes una cita a la una, con Jane.

– Así es -asintió él y Tara se levantó para retirarse-. Oh, algo más, Tara -le indicó él-. No quiero a ninguno de tus admiradores, desesperados o no, en mi oficina. ¿Te asegurarás de que se enteren?

La joven estaba en grave peligro de perder el control y golpear a Adam Blackmore, aunque eso significara perder la oportunidad de trabajar para su empresa. Se obligó a sonreír.

– Prepararé un boletín para que lo transmitan en los noticiarios de la una. Solo para asegurarme -comentó con una ligereza que distaba mucho de sentir.

– ¿Tantos son? -una chispa de enojo brilló en la profundidad de los ojos de Adam-. Dejo en tus manos el método de difusión, Tara, pero asegúrate de que sea en tu tiempo libre, no el de la compañía.

– Sí, señor-respondió ella, muy quedo.

Tara no consideró la posibilidad de tomarse una hora para salir a almorzar. Ni siquiera media hora. Era demasiado lo que estaba en juego. Dedicó el tiempo a familiarizarse con el sistema de cómputo antes de elaborar el borrador del informe.

Encontró el archivo de la versión inicial del documento que había que corregir y lo revisó antes que el apetito la hiciera salir en busca de un emparedado. Apenas estuvo fuera quince minutos, pero al regresar encontró a un Adam furioso, en su oficina.

– ¿En dónde diablos estabas? -le exigió él antes que ella pudiera siquiera quitarse el abrigo.

– Salí a almorzar.

– ¡A almorzar! -Adam miró su reloj de pulso-. ¿Este es el tiempo que se toman tus supuestas insuperables secretarías para almorzar?

– Más o menos -aceptó ella-. Si buscas el informe, dejé el borrador sobre tu escritorio.

Adam se dio media vuelta y salió sin decir palabra.

– Gracias, Tara. Eres un encanto -murmuró la joven para sí antes de empezar a mecanografiar la correspondencia que Adam le había encargado. A pesar de una incesante cadena de interrupciones, terminó justo a las cinco.

– Puedes irte cuando termines con esto -le indicó él al dejar caer sobre su escritorio la correspondencia firmada.

¿Irse? Por un abrumador momento Tara pensó que Adam creía que un día era suficiente, que estaba descalificada, mas antes de poder responder, él explicó:

– Sí. Quiero que estés lista para las seis y media. Tengo una cita con los fabricantes para los que se preparó el informe y quiero que estés presente para tomar notas.

– Ya veo -hasta allí todo iba bien-. ¿Se celebrará la reunión en la sala de juntas o aquí arriba?

– No, la cita es en Hammersmith. Pasaré por ti a tu casa -se detuvo ante la puerta que separaba sus oficinas-. No es un inconveniente para ti, ¿verdad, Tara?

– ¿Y si lo fuera?

– Mala suerte -Adam esbozó una sonrisa insolente y no esperó la respuesta de Tara, lo que quizá era mejor. Ella llamó a Beth para cancelar su cita, guardo las cartas en sus sobres, pegó las estampillas y se puso el abrigo. Entonces salió y se dirigió al ascensor.

– ¿Todavía estás aquí?

La joven se volvió para descubrir a Adam con una bata de baño corta y el cabello húmedo por la ducha. Una puerta frente a su oficina estaba entreabierta, revelando el interior. De pronto ella comprendió por qué él se había referido a sus "aposentos privados".

– ¿Vives aquí? -preguntó, a pesar de saber la respuesta. "Con razón Adam pensó que lo perseguía", reflexionó.

– Muy bien, Tara -comentó él con la parodia de una sonrisa-. ¿Alguna vez consideraste la posibilidad de actuar en un escenario? Te enseñaré todo algún día cuando tengamos tiempo. Quizá hasta podríamos tomar ese "café" que tanto te interesaba. Ahora sabemos exactamente cuál es nuestra posición -se reclinó contra el muro-. Te dije hace media hora que te fueras. ¿Por qué estás todavía aquí? -nada ocultaba el tono acerado de su voz bajo la aparente suavidad.

– Tuve necesidad de hacer cambios en mis planes para esta noche -manifestó ella con dificultad.

– Estoy seguro de que él podrá esperar. Eres digna de espera, ¿no es así, Tara?

– Nunca lo sabrás.

– Usa el ascensor privado. Te llevará a la entrada lateral eh el vestíbulo principal -abrió la puerta y le ofreció la llave-. Prefiero mantenerla cerrada para evitar que personas extrañas se metan aquí -su sonrisa era inquietante al tomarle la mano y depositar en ella la llave antes de cerrarle los dedos-. Será mejor que te vayas, o me harás esperarte, Tara Lambert, y esa seria una mala marca en tu contra -la impulsó hacia el pequeño ascensor, dándole una palmada en el trasero-. A las seis y media. Ni un minuto después.

Tara todavía estaba furiosa al meterse en la ducha. ¿Quién diablos se creía él? ¿Cómo podía alguien trabajar para un hombre como ese? No obstante, la ordenada pila de libretas de taquigrafía en un anaquel le indicaba que su secretaria regular llevaba tiempo a su lado.

El agua la ayudó a borrar la tensión de los músculos del cuello. Adam la ponía a prueba, eso era todo. Trataba de comprobar que ella era lo que él afirmaba. Y si pensaba que ella usaba su cuerpo para asegurar un trabajo, pronto descubrirla lo equivocado que estaba.

Una sonrisa ligera apareció en las comisuras de los labios de la joven. Había sobrevivido el primer día. Había salido bien librada de las trampas que Adam le tendió. Sintiéndose más confiada, tomó una toalla y comenzó a secarse con energía.

Decidió usar un sencillo vestido negro tejido de manga larga y escote discreto. Se puso un pequeño broche de oro al hombro, trazándolo con un dedo. Era la versión taquigráfica de su nombre. Sería un recordatorio, un talismán para defenderse del agresivo atractivo de Adam Blackmore.

Un llamado firme a su puerta la hizo sacudir, viendo su reloj. Las seis y media en punto. Nunca lo dudó. Tomó su abrigo y fue a abrir.

– Muy apropiado -comentó él al apreciar su apariencia-. Vamos -Tara no comentó nada. Se vestía bien para trabajar. Sabía que en muchas oficinas el personal femenino vestía con mayor informalidad, hasta usaban jeans, pero ella tenía motivos muy personales para vestir tan formal como pudiera.

Adam la precedió por la escalera y la guió hasta un elegante Jaguar negro. Tara se permitió una sonrisa al ajustarse el cinturón de seguridad. Era justo el auto que ella imaginaba que un caballero del siglo XX conduciría. Un caballero negro. Reprimió una risita.

– ¿Qué encuentras tan divertido? -preguntó él.

– Nada -ella movió la cabeza en sentido negativo.