– Ciertamente, Jim Matthews -declaró con enojo-, eres el hombre más molesto que he tenido la mala fortuna de conocer -pero sus palabras no surtieron efecto. Jim Matthews poseía ese supremo egoísmo que no le permitía satisfacer más que sus propios deseos.
Y el daño estaba hecho. Molestarse con él jamás lo cambiaría. Pero cuando Jim repitió que debería casarse con él, ella estalló.
– ¿Es que no sabes escuchar? ¡No, no y no!
Algo en su expresión al fin pareció alcanzarlo, pues no discutió, cuando Tara insistió en que debía marcharse. Quizá debió hacerlo prometer que no volvería, pero estaba demasiado cansada y tal vez de nada serviría.
Capítulo 3
EL agotamiento le facilitó conciliar del sueño. Sin embargo, Tara tuvo que obligarse a abordar el ascensor privado de Adam Blackmore para que la llevara, demasiado rápido, al piso veintiuno a la mañana siguiente.
Hizo una aspiración profunda y alzó el mentón. Era inútil demorar el momento. Había hecho su mejor esfuerzo, pero hay ocasiones en las que las cosas jamás podrán resultar. Llamó a la puerta de la oficina de Adam y entró. Estaba vacía, lo que fue una gran decepción.
Molesta, fue a su propia oficina para encontrar en su escritorio una pila de correspondencia y una nota autoadherible fijada al monitor de su computadora. "Adelante, Tara. Te veré más tarde", era el mensaje escueto. Revisó la agenda de Adam, pero no halló alguna anotación que le indicara dónde podría estar él.
Con el abrecartas, atacó la correspondencia, clasificándola. Parte de la misma ella podría contestarla, por su cuenta; para el resto, Adam tendría que darle instrucciones. Le llamó la atención especialmente un recibo de una clínica privada de Londres por haber atendido a la señora Jane Townsend. Esto, más que todo, necesitaría la atención personal de Adam, se dijo.
El teléfono sonó varias veces, sobresaltándola en cada ocasión pues creía que era Adam. Tomó mensajes, contestó preguntas cuando le fue posible y en caso de no poder hacerlo, averiguó quién podía atender el asunto. Poco a poco se daba cuenta de la magnitud del grupo empresarial controlado por Adam.
Estaba inmersa en la lectura del informe financiero anual del grupo cuando algo la hizo levantar la mirada.
Le fue imposible saber cuánto tiempo llevaba Adam observándola desde el marco de la puerta que comunicaba sus oficinas, pero su actitud le indicaba que ya tenía allí un rato.
– ¿Un poco de lectura durante tu hora del almuerzo? -preguntó él con tono burlón.
– ¿Ya es hora del almuerzo? -sorprendida, Tara miró su reloj-. No me di cuenta de que era tan tarde. La mañana ha pasado muy rápido.
– ¿De veras? Me alegro de que no te hayas aburrido. Trae tu libreta, me aseguraré de mantenerte ocupada el resto del día.
Tara le entregó la correspondencia y le dio los mensajes.
– ¿Esto es todo?
– Me hice cargo de la correspondencia de rutina. En la carpeta encontrarás copia de lo que ya contesté.
– Asumes demasiadas responsabilidades -comentó Adam al revisar la documentación.
– Me indicaste que siguiera adelante. Si quieres una simple mecanógrafa, la tendrás aquí en una hora.
– No lo dudo -murmuró Adam sin dejar de revisar la correspondencia-. Pero, por el momento seguiremos como estamos. Un día no es suficiente para saber sí llenas todos los requisitos, ¿no te parece?
Tara apretó los labios. ¿Qué era lo que el hombre quería? ¿Sangre?
– ¿Podrías darme una idea del tiempo que se requiere? Tengo un negocio que atender, recuérdalo.
Adam la contempló un largo momento, como si pudiera leer hasta el fondo de su alma. Luego regresó la vista a sus papeles.
– Hasta que Jane regrese.
Ella sintió que el calor invadía sus mejillas y bajó la vista a su libreta. La hora siguiente la pasaron en firme concentración hasta que fueron interrumpidos por una llamada en el teléfono privado de Adam, quien escuchó un momento e hizo una señal para que Tara se retirara.
– Eso es todo por el momento -le indicó.
Con un suspiro de alivio, la joven regresó a su escritorio.
– Tara -el llamado unos minutos después la sobresaltó-. Haz reservaciones para dos personas en un vuelo a Bahrein para el martes de la semana próxima.
– ¿En dónde quieres alojarte? -buscó libreta y lápiz.
– Nuestros anfitriones se encargarán de eso. Sólo ocúpate de los vuelos.
– De acuerdo. ¿Quién te acompañará?
– Tú, querida.
Por la excesiva presión, Tara rompió la punta del lápiz sobre el papel.
– ¿Sucede algo?
– No -Tara pasó saliva con dificultad-. Claro que no.
– No creí que fuera un problema -Adam sonrió. Tu deseo de trabajar para mí debe de ser muy fuerte. Me preguntó cuánto estás dispuesta a soportar.
– Supongo que hasta el viaje a Bahrein -le espetó ella, cortante-. Pensaba que Jane estaría de regreso la semana próxima.
– Me conmueve tu actitud -manifestó él con ironía-. Pero no tienes por qué preocuparte. Lo de Jane no es grave, aparte de su presión que está un tanto elevada. No está enferma, Tara. Está embarazada.
– ¡Embarazada! Creía… -la joven se interrumpió. Lo que creía era tan absurdo, que ni siquiera encontraba la palabra para describirlo. El alivio la hizo sonreír-. Esa es una buena noticia. ¿Estás seguro?
– Lo estoy, Tara, ¿Por qué lo preguntas?
– Por nada en especial. Sólo que trabajando para ti… bueno, no imagino cuándo encontró el tiempo.
– ¿No? -la sonrisa de Adam era malévola-. Me ofrecería a hacerte una demostración en este momento, pera me temo que tengo una reunión a la que no puedo faltar.
– Estoy aquí como tu secretaria temporal -le recordó ella, ruborizada-. No tengo que probar si reúno "requisitos" en otros ámbitos, aun cuando caigan en el rubro de "tiempo extra" -antes que terminara de hablar, Tara supo que cometió un error.
Molesto, Adam se acercó a su escritorio y le levantó el mentón.
– Estás muy equivocada en ese sentido, Tara. En este puesto, el sexo cae en la misma categoría que lavar la ropa. Lo harás en tu tiempo libre -sus labios se posaron sobre los de ella con brutal determinación. La joven luchó un instante, mas estaba atrapada por su propia silla y la traicionera disposición de sus labios a corresponder a la caricia. Pero cuando comenzaron a abrirse, él se separó con la furia reflejada en sus verdes ojos y caminó de prisa hacía la puerta, donde se detuvo con la respiración agitada, como si acabara de subir los veintiún pisos corriendo por la escalera.
– Recuérdame deducir eso de tu factura.
Tara permaneció inmóvil en su asiento por lo que le pareció una eternidad. Alargó una mano hacia el auricular y luego la retiró despacio. Ya bastantes preocupaciones tenía Beth sin que su socia la usara como paño de lágrimas. El viaje a Bahrein seria por negocios. Adam no pudo indicárselo con mayor claridad. Y hasta que tuviera asegurado el contrato, ella tendría que mantener fría la cabeza y la lengua sujeta. Ya no habría más cenas en el penthouse. No haría más comentarios tontos que dieran a Adam la oportunidad de probar sus afirmaciones como acababa de hacerlo. Se tocó los labios, que todavía vibraban por el asalto que acababan de sufrir. Sería fáciclass="underline" Sólo tenía que pensar en Jane.
"Embarazada". Recordó la convicción con la que Adam había pronunciado la palabra. Estaba absolutamente seguro. Era probable que Jenny Harmon lo supiera, pero no le comentó nada a ella, únicamente dijo que la secretaria permanente estaba ausente por enfermedad. Solo había un motivo por el cual guardar el secreto, por el cual Adam pagaba una clínica privada. Un largo suspiro escapó de sus labios y se obligó a moverse. No era de su incumbencia. Jane no era la primera secretaria que tenía relaciones con su jefe, aun cuando no muchos esposos están dispuestos a guardar las apariencias cuando hay un bebé de por medio. A menos que el esposo de la mujer ya no fuera parte de la ecuación y sólo aguardaban el divorcio para que Jane se convirtiera en la señora de Adam Blackmore.