– No es de mi incumbencia -se repitió en voz alta. Tendría que olvidar que él la besó. Que eso despertó en su interior anhelos largamente adormecidos. El beso no significó nada para él, se dijo, furiosa. El hecho de que Adam fuera capaz de provocar una respuesta tan ávida de su parte sólo era debido a su experiencia. Quizá practicaba en todos sus momentos libres. Con Jane.
Primero tenía que encargarse de los billetes de avión, se recordó. Contempló sus manos, que apretaba con fuerza sobre su regazo. Al abrir los dedos doloridos, se preguntó cuánto tiempo llevaría sentada allí. Demasiado. Tenía un trabajo que hacer y debía sacarlo adelante.
Al tomar el teléfono, otra idea acudió a su mente. Adam le había dicho que tendría que quedarse allí hasta que Jane regresara.
– ¡Santo Dios! -gimió. Podrían pasar meses enteros. La situación empeoraba por momentos y a menos que abandonara la oficina, no había otra solución.
– ¿Cómo es él? -Beth estaba arrellanada en el sofá, sosteniendo un tarro de café en las manos para calentarse los dedos. Tara se sentó en un sillón frente a su amiga y aprovechó el momento para ordenar sus pensamientos y responder con cuidado.
– Es… difícil.
– Eso es interesante -Beth frunció el entrecejo-. Yo habría pensado que el hombre al que no puedas domar con tu eficiencia aún no había nacido.
– Te olvidas de Jim Matthews. Tal vez ya estoy perdiendo habilidad.
– Jim no cuenta.
– Tal vez no. No deja de ser original, después de todo. Pero Adam Blackmore también es original.
– ¿Tan original como para no estar casado?
– Oh -Beth rió-. ¿Tienes planes al respecto?
– No seas ridícula -protestó Tara y alzó de su taza para ocultar su expresión.
– Solo era una broma -insistió Beth entre risas antes de ponerse seria-. No fue mi intención entrometerme.
Tara comprendió lo cerca que estuvo de delatarse.
– Al menos no hay señales de una señora Blackmore en el penthouse -señaló antes de sonrojarse por la expresión de Beth-. Trabajé hasta tarde anoche y él me dio de cenar.
– Qué amable de su parte -comentó Beth con tono seco, pero se compadeció de su socia y cambió de tema-: ¿Cuánto tiempo estarás trabajando para él?
– No lo sé -respondió Tara con alivio-. Al menos durante dos semanas. Iremos a Bahrein la semana próxima. ¿Podrás hacerte cargo sola de la oficina?
– Tendré que hacerlo, cariño. El gerente del banco me citó para una de sus breves charlas esta tarde. Está inquieto por el sobregiro. Afortunadamente logré calmarlo con nuestros brillantes proyectos futuros -al notar la preocupación de Tara, agregó-; ¿Todo saldrá bien?
– Claro que todo saldrá bien. Sólo estoy cansada. Jim se apareció por aquí anoche y me costó trabajo despacharlo -no ahondó en el tema. No cansaría a Beth con el relato de cómo apareció Adam para defenderla, decidió. Su comentario hiriente de esa tarde aún hacía que le ardieran las orejas.
El no había hecho referencia al principio a su inesperada llegada al apartamento la noche anterior. Parecía haber decidido que las habilidades como secretaria eran más importantes que la urgencia de despacharla con cajas destempladas. Durante un rato ella abrigó la esperanza de que él decidiera olvidar el incidente, pero fue en vano.
Ella hizo todo lo que le pidió sin objeciones: revisó un informe financiero tantas veces, que los números ya se encimaban ante sus ojos; fue por su ropa a la tintorería; preparó cientos de tazas de café y en general fue tratada como una secretaria inexperta. A las seis y media, todo parecía estar a satisfacción de Adam, si bien jamás se molestó en siquiera darle las gracias.
– No hay nada pendiente, Adam. Me retiro.
El la hizo esperar un minuto antes de levantar la vista. Tara aceptó ese último insulto sin decir palabra hasta que él se dignó a mirarla e hizo un movimiento con la mano para despacharla.
– Así es, Tara. Creo que no hay nada que necesite de ti. Corre a tu nidito de amor -el gesto y las palabras llevaban toda la intención de lastimarla.
La joven se aterrorizó del daño que le hicieron. Se creía inmune a las insinuaciones sexuales de él. Conocía la reacción de hombres como él que tomaban el sereno y eficiente aspecto de ella como un desafío a su virilidad. Pero Adam la sorprendió con la guardia baja y, sin clemencia, aprovechó la situación. Y, desde entonces, seguía haciéndolo.
– ¿Tara?
– Lo lamento, Beth. ¿Qué decías?
– Sólo que creía haberte librado de él anoche. -¿De él? -Tara necesitó un momento para comprender a quién se refería Beth-, Oh, de Jim. Por desgracia no fue así. Pero me interesaría saber qué fue lo que le dijiste. Confesó estar asombrado por el lenguaje que usaste con él.
– Es evidente que no fue suficiente -comentó Beth con acidez-. Pero le dije que si volvía a aparecerse en la oficina, llamaría a la policía.
– ¡Imposible! -exclamó Tara, alarmada-. Prométeme que no lo harás. Piensa en la mala publicidad que eso nos redituaría.
– Tal vez tengas razón -concedió Beth antes de reír-. Al menos ahora podré decirle que has salido del país. Eso hará que se aleje.
– Sólo si no le dices a dónde he ido. De otro modo, es capaz de seguirme.
– Quisiera poder inspirar en alguien una devoción como esa.
– No es cierto -"si supieras lo cerca que nos puso Jim de perder el contrato con Adam", pensó Tara. Se está convirtiendo en una molestia.
– ¿Qué? -Beth la estudiaba con atención.
– Nada. Yo… -no podía comentarle a Beth sus temores-. Quisiera no tener que hacer ese viaje, eso es todo.
– No seas tonta. Me las arreglaré sola… Oh, ya veo, no se trata de eso. ¿Ha tratado el asombroso señor Blackmore de propasarse contigo?
– ¿Cómo sabes que es asombroso? Nunca mencioné…
– El Financial Times publicó una artículo sobre él hace unas semanas. La fotografía no era muy buena, pero cumplía su cometido. No evadas mi pregunta, ¿Lo ha hecho?
– No. Bueno… sí -Tara alzó los hombros-. Para ser sincera, no estoy segura.
– Sé que estás un tanto fuera de práctica, cariño, mas no es tan difícil decirlo.
– Era como si estuviera poniéndome a prueba, pero… -movió la cabeza. De ser así, ¿por qué había ido a rescatarla? Se obligó a sonreír, confiada-. No volverá a hacerlo.
– De acuerdo, entonces.
– Sí, será sólo por negocios -aseguró Tara, sabiendo que su socia se burlaba de ella.
– Por supuesto.
– ¿Quieres dejar de hacer eso?
– ¿Qué, Tara?
– Lo sabes bien. ¿Crees que debí alentarlo?
– No soy yo quien debe decirlo -Beth apretó los labios.
– Entonces, ¿por qué tengo la impresión de que vas a hacerlo de todas maneras?
– No tengo idea. A los veinticinco años, tienes la edad suficiente para decidir si debes enamorarte o no.
– No seas ridícula.
– Nada ridículo hay en enamorarse. Duele. Quieres que se detenga, pero eso no ocurrió. Escucha la voz de la experiencia.
– Sé todo lo referente a enamorarse, Beth. Lo que Adam Blackmore quiere, nada tiene que ver con el amor. Al menos no del amor "hasta que la muerte los separe"-y ese era el único amor que a ella le interesaba.
La mirada de Beth fue a la foto sobre la chimenea.
– Te refieres a que no es un adolescente sino un adulto y no se; conformará con tomarte de las manos y mirarte a los ojos, por hermosos que sean – Beth encogió los hombros-. Entonces, toma las" precauciones debidas y diviértete. Cuando te rompa el corazón, al menos sabrás que estás viva -concluyó. Tara palideció y Beth se levantó para ir a tomar a su amiga de las manos-. Lo lamento, mi boca habla antes de conectarse con la mente. Una vez más -Tara sólo movía la cabeza sin poder hablar-. Será mejor que me vaya -Beth pensó en agregar algo más, pero decidió en contra-. No te preocupes por la oficina. Todo está bajo control.