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Rory suspiró y cogió la bandeja. El jefe de seguridad se estaba alejando cuando vio que Jilly se separaba bruscamente de la señora Baxter, pero la anciana hizo un comentario que llevó a la muchacha a regresar a regañadientes a su lado.

Kincaid arrugó el entrecejo; la notoria consternación de Jilly disparó todas sus alarmas. Se preguntó qué estaba pasando. En el preciso momento en el que daba un paso hacia la joven, lo detuvo Charlie Jax, el jefe del equipo de estrategia del Partido Conservador. Este lo cogió del brazo y le dijo al oído:

– Ahora, Rory, el senador quiere que hagas la declaración ahora.

Rory cogió con más fuerza la bandeja de plata y tanto el tono de Jax como la certeza de que debía hacerle caso le crisparon los nervios.

– Entendido, voy para…

La señora Mack corrió a su lado con expresión angustiada.

– El señor Greg está a punto de irse. No sé… no sé qué hacer. Ha preparado el equipaje. Iris se va con él y sé que usted quería que asistiese a la fiesta.

Equipaje… Iris…

Charlie Jax tironeó del brazo del anfitrión.

– Rory, queremos que hagas inmediatamente una declaración.

Kincaid se preguntó qué demonios se proponía Greg. Se libró de Jax y pasó la bandeja a la señora Mack.

– Volveré tan pronto como sea posible -aseguró, y empujó a Jax hacia Aura.

Sin perder detalle, la astróloga volvió la espalda a la géminis con ascendente virgo con la que estaba hablando, miró la palma de la mano del político y sonrió tranquilamente.

– Echemos un vistazo a esta mano…

Rory no hizo caso de la expresión de pánico de Jax y entró a toda prisa.

El senador lo pilló cuando pasaba por la biblioteca y gritó:

– ¡Rory! ¿No crees que deberías…?

– Señor, solo tardaré un minuto -lo interrumpió, esbozó un ademán y pasó velozmente a su lado.

Aunque los invitados seguían llegando, no había indicios de Greg, de maletas ni de Iris. Se le hizo un nudo en la boca del estómago y tomó otro pasillo, en dirección a la cocina, pues dedujo que tal vez utilizarían la puerta de servicio.

Entró como una tromba en la cocina y se paró bruscamente. Se encontró ante una escena de ajetreo bajo controclass="underline" Paul y Tran no dejaban de moverse con rapidez entre las bandejas y la nevera. La puerta del extremo derecho de la cocina, que daba al exterior, estaba abierta y tres personas se disponían a salir maleta en mano. Se trataba de Greg, Iris y Kim… ¡Kim, la madre de Iris!

El parecido entre ambas lo sorprendió y se preguntó cómo no se había dado cuenta antes. Mientras los observaba, Kim apartó un mechón de la larga cabellera rubia de Iris de la tira de la pequeña bolsa de lona que llevaba colgada del hombro. La niña no hizo el menor caso del gesto ni de la mujer, pero la expresión de paciente anhelo de Kim fue como un puñetazo en pleno pecho de Rory.

Como si percibiese su mirada, la ex modelo levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Apretó la barbilla y con actitud amorosa apoyó la mano en el hombro de Greg.

El actor giró la cabeza y vio a Rory. Greg y Kim dejaron lentamente en el suelo las maletas. Iris fue la única que no reparó en la tensión que estaba a punto de estallar entre los adultos.

Rory acortó distancias y preguntó:

– ¿Adónde vais?

Greg apoyó la mano en la cabeza de Iris.

– Estoy trasladando algunas cosas a mi nueva casa. Kim e Iris vienen conmigo, pero volveremos.

Rory miró a su hermano con los ojos entornados.

– ¿Estás seguro de lo que dices?

– No pienso huir. Rory, esta vez controlaré la situación y no me echaré atrás.

– No -dijo en tono bajo pero claro la socia de Jilly y esposa de Greg-, soy yo la que se hará cargo de la situación. -Se acercó a Rory y le ofreció la mano-. Soy Kim… Kim Kincaid.

Rory detectó una ligera vacilación cuando pronunció el apellido y se dijo que, teniendo en cuenta el pasado, probablemente no se sentía muy cómoda al llevarlo. Por otro lado, el apretón de manos de la ex modelo no transmitió la menor vacilación.

– Me gustaría quedar para hablar contigo -añadió Kim.

Rory respiró hondo. ¡Por Dios, esa mujer no solo era su ex abuelastra, sino su nueva cuñada!

– ¡Greg! ¡Greg Kincaid! -De repente dos hombres se asomaron por la puerta de la cocina. Aunque las maletas les impidieron entrar, estalló el fogonazo de un flash-. Somos de la revista Celeb! ¿Es verdad que ayer se casó en Las Vegas?

– ¿Esta mujer es su nueva esposa? -preguntó el otro periodista, y hubo un segundo fogonazo-. ¿Es usted Kim Sullivan Kincaid Kincaid?

Automáticamente Rory se interpuso entre Kim y los periodistas, mientras Greg colocaba a Iris a sus espaldas, pero el que llevaba la cámara fotográfica ya había visto a la niña. Dio un codazo a su colega bocazas y al reportero se le iluminaron los ojos.

– Entonces ¿esta es la niña? ¿Es hija de Roderick… o suya?

Aunque su cerebro se quedó paralizado, el cuerpo de Rory entró en acción. Se lanzó hacia la puerta mientras la última pregunta resonaba en su mente. Greg se agachó y susurró algo al oído de Iris, que corrió hacia Kim. La ex modelo se llevó rápidamente a la niña y los hermanos se encararon con los periodistas.

– Será mejor que se vayan -advirtió Rory.

– Solo queremos unas respuestas. -El reportero les dedicó una relamida sonrisa-. No todos los días el nieto de una leyenda de Hollywood se casa con su exabuelastra. Greg, nos ha dado toda una noticia.

– Váyanse -aconsejó Rory en tono intimidador.

– Para no hablar de la niña. En Hollywood la paternidad siempre es una cuestión candente.

– Y la gota que colma el vaso -terció Greg, y apartó las maletas de una patada.

– ¡No! -Rory cogió a su hermano del brazo y lo retuvo mientras revivía mentalmente el comentario sobre el nieto de una leyenda de Hollywood y el tema candente de la paternidad.

A sus espaldas oyó un estrépito metálico que lo obligó a girar la cabeza. Armados con sendas bandejas de plata a modo de escudo, Paul y Tran habían ocupado posiciones detrás de Greg. Tras ellos varios residentes de Free West, incluido el doctor John, aguardaban formando un batallón extrañamente amenazador de chalecos rojos. El flash volvió a dispararse y la luz que rebotó en las bandejas resultó casi cegadora.

– ¡Largo! -ordenó Rory.

– ¿No quiere hacer una declaración ni decir unas pocas palabras?

Rory impidió que su hermano se abalanzase sobre los reporteros y lo obligó a retroceder antes de responder:

– No.

– Solo queremos que nos diga quién es el padre de la niña -lo desafió uno de los periodistas.

En esa ocasión las bandejas chocaron entre sí como armas de verdad y Rory y sus soldados dieron un paso al frente.

– Salgan inmediatamente de aquí.

Con el apoyo de los residentes de FreeWest y de Greg, Rory se dirigió hacia la puerta. Pese al bombardeo de los flashes logró cerrarla en las narices de los reporteros y echó el cerrojo, que produjo un chasquido tranquilizador.

Del exterior llegaron preguntas a gritos y la puerta tembló a causa de los aporreos. Rory no hizo el menor caso y se volvió hacia el peculiar grupo de voluntarios.

– Muchísimas gracias. Quiero daros las gracias a todos. -Las bandejas volvieron a resonar cuando los «soldados» esbozaron sonrisas de satisfacción. Rory se dirigió al más fornido-: Doctor John, ¿serías tan amable de buscar a un guardia de seguridad y pedirle que acompañe a nuestros amigos hasta la verja de Caidwater?

El hombretón asintió y los soldados de chaleco rojo se dispersaron. Agradecido, resignado y sorprendentemente divertido, Rory los vio volver a sus tareas. Su ingeniosa y espontánea defensa daría fotos muy interesantes a la prensa sensacionalista, pero lo más interesante fue que no se sintieron escandalizados o consternados por las acusaciones lanzadas por los periodistas, reacciones que sin duda habrían tenido los asistentes a la fiesta.