– ¿De verdad? -La curiosidad pudo con Rory; la rodeó y se dispuso a estrecharla. Notó que, bajo el vestido de novia, el cuerpo de Jilly estaba extraordinariamente rígido-. ¿Te encuentras bien?
Sin darle tiempo a responder, apareció el fotógrafo, que situó a Greg, a Kim y a Iris junto a ellos y se dispuso a tomar varias fotos. Rory intentó poner buena cara, pero hundió los dedos en la cintura de Jilly cuando esta le rozó la entrepierna con la cadera y volvió a percibir una rigidez extraña.
– ¿Estás bien? -preguntó a su esposa al oído-. Te noto… bueno, me parece que estás algo rígida.
Jilly levantó la cabeza y replicó con un susurro:
– No me atreví a ponérmelo antes de la ceremonia porque temí que me causase problemas.
– ¿De qué hablas?
– Llevo un corsé, ya sabes a qué me refiero. Es una de esas prendas de lencería victoriana que tanto despiertan tu curiosidad.
– ¡Vaya, vaya…! -gimió Rory, y notó que estaba a punto de desmayarse.
– ¿Hay algún problema? -preguntó el fotógrafo.
– ¿Te sientes bien? -se preocupó Jilly.
– ¿Qué pasa? -inquirió Kim.
– No cruces las rodillas -aconsejó Greg.
Rory los miró con una mezcla de malestar y contrariedad.
– Acabemos de una vez con las condenadas fotos.
Cuando el fotógrafo los agrupó para la última, en las proximidades resonó el estrépito del rotor de un helicóptero. Todos levantaron la cabeza cuando el helicóptero los sobrevoló; descendía cada vez más. Un hombre se asomó por el costado abierto y vieron que llevaba en la mano una cámara con teleobjetivo.
En ese momento un agudo chillido atravesó el aire; superó incluso el ruido del helicóptero. Rory miró en la dirección de la que procedía el grito y vislumbró un bulto de pelo gris que corría por la terraza. Una de las invitadas saltó y desencadenó el efecto dominó en otras, que intentaron escapar del roedor, que se había llevado un susto de muerte y se había visto obligado a aparecer inesperadamente.
Greg increpó a Iris:
– ¿Has traído a Beso a la fiesta?
La niña fingió que no había oído la pregunta y echó a correr hacia su mascota sin dejar de llamarla:
– ¡Beso! ¡Beso!
Kim y Greg pusieron los ojos en blanco y fueron detrás de la pequeña.
Rory miró a los invitados, que se dirigían hacia la casa, echó un vistazo al helicóptero entrometido, observó a su esposa… y se acordó del corsé Victoriano.
No pudo contenerse un segundo más, por lo que cogió a Jilly en brazos y la besó. Le dio un beso largo, profundo y muy prometedor.
– Rory… -Jilly logró apartarse de su marido. Se había ruborizado y su piel estaba encendida con ese ardor que él conocía tan bien. Ardía por él-. Piensa en el helicóptero, nos observan desde arriba. Mañana apareceremos en las revistas y en la televisión.
Rory ni siquiera se molestó en mirar hacia arriba; simplemente contempló a su esposa, que era su espíritu y su alegría.
– Vamos, amor mío. -La estrechó en sus brazos y sonrió-. Les daremos motivos más que suficientes para hablar.
Christie Ridgway
Nació y vive en el sur de California, en la costa del Oceano Pacífico.
Descubrió el romance cuando contaba 11 años en la cubierta de la revista Tigerbeat. Escribía sus propias experiencias en forma de cuentos románticos. Cuando estaba en el primer año de la universidad, en Santa Barbara, conoció al que hoy es su marido. Después de terminar su formación se casaron y ahora tiene dos hijos.
Su sueño inicial fue ser editor. Trabajó varios años como escritor técnico y programador. Redescubrió el romance con las lecturas de Goodnight moon a sus hijos. Entonces supo que quería escribir libros que transmitieran emociones. En sus novelas se mezcla el drama, el suspense y el sexo, con grandes dosis de humor para concluir con el «vivieron felices para siempre»…