Me gustaría saber por qué piensas eso.
Tengo testimonios que lo respaldan. Y mi propia apreciación.
No creo en esta clasificación tuya. Eso depende. Podemos ser dañinos para unas personas y curativos para otras.
Quizá tú. Y eso te haría del otro grupo. Si puedes curar…
¿Tanto has dañado?
Eso dicen. Pero ya no. Me he jubilado.
Eso es una estupidez. Una reacción inmadura. Tendrías que haber oído lo que me dijo el Redentor cuando me pilló. Y qué. Pude ser una calamidad para él, no lo dudo. Pero no soy una calamidad absoluta. Me niego a que nadie me haga creer eso.
Bien por ti.
Pero, vamos a ver, cómo que jubilado… ¿Qué edad tienes?
Qué más da eso, Theresa. La suficiente como para empezar a estar algo cansado. Creo que me voy a ir a dormir, con tu permiso.
Espera. Prométeme algo.
Qué.
Prométeme que mañana seguiremos hablando de esto.
Vale.
2 de diciembre
Theresa y el Inquisidor. 27 de agosto de 2007.
Aleluya, apareciste.
¿Te cabía alguna duda?
Alguna. Imagino que puedes entenderlo.
Prometí estar aquí hoy. Y ya sabes lo que opino de las promesas.
Antes no hacerlas que incumplirlas.
Exacto.
Pero ésta la hiciste muy rápido. Podías no haber tenido el tiempo necesario para pensártela bien.
Lo tuve.
¿Estás dispuesto a continuar con la conversación de ayer?
Por qué no.
Comprende que me sorprenda. Me tienes acostumbrada a que ciertas cosas haya que sacártelas con sacacorchos.
Bueno, dependerá de por dónde quieras continuar la conversación.
No volveré a preguntarte tu edad, si es eso lo que temes.
No lo temo. Sólo que es algo irrelevante, entre tú y yo. Imagina que tengo 25, o 38, o 54, o 63. ¿Qué cambiaría entre nosotros?
Sé que 25 no tienes.
Querrás decir que es improbable que los tenga. Saberlo no lo sabes, y si crees saberlo es que te dejas llevar por tus prejuicios. Que tienes una idea limitada de lo que puede caber en una vida de 25 años.
Ya… Me llama la atención que en esa lista de edades que me acabas de hacer te hayas saltado la década de los 40.
La hice sin pensar.
Con mayor motivo. He leído a Freud.
¿Y te lo creíste todo?
Está bien, hombre sin edad. Quisiera saber qué te lleva a pensar que eres dañino para los demás.
Cosas que sucedieron. Cosas que me dijeron. Cosas que yo sentí.
Qué sucedió.
Es largo de contar. Lamentablemente, recuerdo haber hecho daño más de una vez. En alguna ocasión, por necesidad. En alguna otra, por torpeza. También por miedo. Por negligencia. Y en fin, por placer. No por el placer de dañar, en sí mismo, sino porque otros placeres implicaban causar ese daño y no supe renunciar a ellos.
Bueno, también yo podría suscribir eso.
A lo mejor es que también eres de los míos… Lo que sí puedo decir es que nunca he hecho daño por odio, ni por codicia, ni por venganza. Aunque no sé si eso tiene alguna trascendencia. Al que sufre el daño le duele igual, sea cual sea el motivo del que se lo causa.
Pero ¿de qué clase de daño hablas? ¿Grave?
No leve.
Cuéntame más. Si puedes. Quiero decir, si no se trata de algo por lo que te persiga la ley. Con tu manía de ser tan enigmático ya no sé lo que has podido hacer y lo que no…
¿Crees que pude cometer un crimen?
No sé. ¿Lo cometiste?
Tengo derecho a no responder a eso. Bajo la ley española y bajo la británica. Y también bajo la del país que ahora me acoge.
Vaya. Estoy hablando con un abogado.
Fui a una facultad de Derecho. Perdona la deformación.
Bueno, al fin una pista sobre tu profesión secreta. Esto sí que es toda una novedad.
No es una pista sobre mi profesión. Sólo algo que estudié.
No te ganas la vida con eso, entonces.
No.
¿Estudiaste más cosas?
Alguna otra, sí.
Hablando de estudios, hay algo que hasta aquí me he quedado con las ganas de preguntarte.
A ver.
¿Dónde aprendiste inglés? Perdona si te ofende la observación, pero por lo general los españoles tenéis un inglés pésimo. Y aunque en el tuyo se cuelan a veces construcciones extrañas, me asombra tu soltura. Y el vocabulario que manejas.
He vivido en Inglaterra. Durante algunos años, fue el idioma en el que trabajaba y en el que leía. Incluso tenía que escribir en él.
Bueno, bueno. Eres una caja de sorpresas. ¿Y trabajabas en?
Eso ya no puedo decírtelo.
Vale. Volví a meterme en la Zona Prohibida. Bueno, ¿vas a contarme esas cosas que hiciste y que te hicieron pensar que eras tan dañino, o son también secreto del sumario?
No necesariamente. Pero como ya has adivinado se trata, en parte, de historias de amor. Y ya te dije lo que pienso sobre ellas.
¿Qué me dijiste? No recuerdo.
Sé que lo recuerdas. Guardas nuestras conversaciones. Te dije que no creo que tuviera demasiado sentido contarlas. Es difícil encontrar la manera de hacerlas interesantes. Al final, todas se parecen.
Vamos, yo te he contado las mías.
Te advertí que no esperaras correspondencia.
Pero hoy estás más comunicativo. Anda, no te resistas. Seguro que tus historias de amor me parecen interesantes. Y seguro que se te ocurre una forma original de contármelas.
¿Crees que puedes engatusarme apelando a mi vanidad?
Nunca se sabe.
Está bien. A ver cómo me las arreglo.
Soy toda ojos.
¿Has leído algo de Kierkegaard?
¿Eh?
No te asustes. Kierkegaard. Filósofo danés. Siglo XIX.
Hasta ahí llego. Pero poco más. No, no lo he leído. ¿Debería?
Tanto como deber… Pero me permito recomendártelo.
¿Es divertido?
No suelen considerarlo así. De hecho pasa por ser un pensador bastante sombrío. Pero a mí me parece ingenioso. Sobre todo en sus primeros escritos. Los que dedica al amor, precisamente.
¿ Y qué dice?
Muchas cosas. Entre otras, que siempre nos arrepentiremos de cualquier decisión que tomemos en ese terreno.
Pues qué bien. Un poco cenizo sí parece.
Bueno, lo dice con bastante ironía. Pero además, en uno de esos escritos de juventud, se describe a sí mismo de un modo con el que me identifico mucho, cuando repaso mi propia experiencia amorosa.
¿A saber?
Espera, que tengo el libro aquí.
Así que esto estaba preparado. Tramposo.
Tenía una ligera sospecha de por dónde podía ir esta conversación. ¿Me dejas copiarte algunos párrafos?
OK.
El fragmento se llama O lo uno o lo otro. Y tiene un subtítulo: Un discurso extático. Está dentro de una pieza titulada Diapsálmata.
¿Diap… qué?
Diapsálmata. Significa entreacto, en griego. En fin, una pedantería que podemos disculparle. El fragmento empieza, precisamente, con su tesis principaclass="underline" * «Cásate, te arrepentirás, no te cases, también te arrepentirás; te cases o no te cases, en ambos casos te arrepentirás, o bien te casas o bien no te casas, en ambos casos te arrepientes».
Me ha quedado claro.
Es un poco más adelante cuando viene lo que te decía. Su autorretrato. Dice así. «Nunca he deseado hacer mal a nadie, pero siempre he dado la impresión de que cualquier persona que se me acercase iba a ser ultrajada y agraviada. Nunca se ha endurecido mi corazón en contra de nadie, pero siempre, precisamente cuando me he sentido más conmovido, he dado la impresión de que mi corazón estaba cerrado y de que era ajeno a todo sentimiento. Cuando me veo maldecido, execrado, odiado por mi frialdad y por mi insensibilidad, me río. Y es que si precisamente la buena gente lograra que yo juzgase mal de verdad, que hiciese mal de verdad, sí, entonces yo habría perdido».