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No me extraña que te guste. Suena muy tú…

Sigue: «Ésta es mi desdicha: a mi lado camina siempre un ángel exterminador y, si bien no es la puerta de los elegidos la que salpico con sangre, indicándole así que pase de largo, él entra justamente por esa puerta; pues sólo cuando el amor lo es del recuerdo, es feliz».

Me reservo mi opinión, por ahora…

Más: «El vino ya no deleita mi corazón; un poco de vino me entristece; mucho me apesadumbra. Mi alma ha perdido la posibilidad. De tener que pedir algo para mí, no pediría riquezas ni poder, sino la pasión de la posibilidad, el ojo que aquí y allá, eternamente joven, eternamente ardiente ve la posibilidad. El goce decepciona, la posibilidad no. ¡Y qué otro vino es tan espumoso, tan oloroso, tan embriagador!».

Empiezo a ver por dónde va, tu Kierkegaard.

Espera… Me queda el último trozo: «Me vienen a la memoria mi juventud y mi primer amor… Entonces anhelaba, ahora anhelo tan sólo mi primer anhelo. ¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? El contenido del sueño».

Mira tú. Al final va a resultar que es un poeta.

Por supuesto. Aunque no quería serlo, porque según él, un poeta siempre es un ser desdichado. Pero eso no se elige.

Veamos… Si no entiendo mal, lo que tratas de decirme, con ayuda de tu filósofo, es que el amor sólo es posible mientras uno conserva la ingenuidad. Y que tú la has perdido, porque has conocido no sólo el desgaste del tiempo y de los desengaños, sino también tu capacidad para dañar a otros a través de la relación amorosa. Ese ángel exterminador que va contigo…

Ésa es la idea general, aproximadamente.

¿Y no te parece una visión un poco tremenda?

Comprendo que lo parezca, considerándola en abstracto. Pero yo parto de una historia concreta. Me vas a permitir que no te la cuente con tanto detalle como tú me contaste la tuya, pero no me importa hacerte un resumen, si es que tienes interés en conocerla.

¿Tú qué crees?

Bien. Omitiré lo accesorio y me centraré en lo principal. Antes de nada te aclararé que sólo me gustan las mujeres, por lo que, para bien o para mal, mi historia amorosa tiene un sesgo exclusivamente femenino.

Es una aclaración importante. A ver adónde llevas ese sesgo.

A grandes rasgos, en mi relación con las mujeres hay dos grandes periodos. Una primera época en la que apenas me hacen caso, por mucho que yo intento buscarlas, lo que me procura una infelicidad moderada y apacible. Y una segunda época en la que ellas son las que vienen a buscarme a mí, lo que me provoca una turbulenta sucesión de éxtasis y desastres. Como puedes deducir, es de esta segunda parte de la que se trata, sobre todo. No hacerle caso a alguien, aunque ese alguien no lo sienta así, es una especie de deferencia. Lo ponemos a salvo de las dificultades y las zozobras que podemos traerle mezclándolo en nuestros asuntos. Con la perspectiva del tiempo, casi les estoy agradecido a las mujeres que no me hicieron caso, como me temo que algunas mujeres a las que yo se lo hice agradecerían que no hubiera sido así…

Qué enfoque más positivo.

Me obligan los hechos.

Los hechos no obligan a nada. Todo es cuestión de actitud.

Bueno, hasta cierto punto. Espera a ver. Resumiendo, y descartando episodios menores, en mi vida han tenido importancia tres mujeres.

La trinidad, otra vez…

Sí, casi resulta preocupante, ¿no? El hecho es que han sido tres, así son las cosas. Tres mujeres muy diferentes, y de diferentes edades también. Cada una nacida en una década distinta, de hecho.

Bueno, al menos has tenido variedad generacional.

Sí, de eso no puedo quejarme.

¿Contables o pródigas?

Tu agudeza resulta a veces temible, Theresa.

Responde.

Dos pródigas y una contable. Pero ya ves, con todas me fue mal.

¿Con todas igual de mal?

No sé si tiene sentido el ejercicio de buscar grados en la catástrofe. Podría decir que con las pródigas, dentro de todo, hubo menos destrozo recíproco. Que me las arreglé, pasado el tiempo, para recordarlas de manera más entrañable, porque acabé entendiendo mejor sus reacciones, incluso sus despropósitos. Y me da la sensación de que también ellas me entendieron mejor, en mis reacciones y en los despropósitos que hubo por mi parte. Aunque de poco sirviera, al final.

¿Qué pasó?

De todo, Theresa. De todo eso que trae el amor. Sinrazón, irrealidad, celos, afán de posesión, extorsión, ventajismo, dudas, sentimiento de rutina, de tedio, de incomprensión, de ahogo, deslealtades protagonizadas y sufridas, dependencias, huidas, soledad…

No puede decirse que seas un romántico, desde luego.

Soy realista. He conocido todo eso. En mí y en quien tenía enfrente. Claro que también estuvo lo otro, desde el placer hasta la sonrisa bobalicona y las flores y los versos, pasando por los desayunos con periódico en las mañanas de domingo. Pero estamos haciendo balance y los dos somos adultos. Y te estoy diciendo por qué, en definitiva, se acabó jodiendo todo, las tres veces. Podría contarte cada uno de los tres casos, con sus diferentes secuencias y responsabilidades. Tú lo hiciste y no soy quién para reprochártelo. Pero yo prefiero no hacerlo, porque no se trata sólo de mi intimidad, sino de la de otros, y tendría la sensación de que la estoy traicionando. Lo que en su día me prohibí.

¿Me estás llamando chismosa?

No, cada uno tiene sus reglas. Y las mías son éstas, nada más. En fin, la esencia es ésa. Al final, acabó prevaleciendo el lado oscuro. Y no quiero que me entiendas mal. Ante todo, me considero a mí mismo responsable. Porque seguramente no elegí bien. O mejor dicho, ya que las tres veces me eligieron, porque no supe decir que no.

Ya te salió el inquisidor. Siempre con la culpa…

No he dicho culpa, sino responsabilidad. Y para mí éste es un aspecto crucial de la cuestión. He abandonado y he sido abandonado, pero siempre, en mayor o menor medida, me encontré con que me culpaban, y con que yo, por el contrario, era incapaz de culpar. Puede ser que yo haya sido siempre el malo, o puede ser que haya tenido la mala suerte de tratar con mujeres propensas a descargarse de cualquier responsabilidad en los fracasos de pareja y a cargarla toda al varón. Pero renuncio a averiguarlo. Asumo yo la responsabilidad. No pienso ir por la vida apuntando a nadie con el dedo. Me apunto a mí mismo y tomo la decisión más coherente. Abstenerme. No dañaré más.

Ejem. Te hago notar que estás hablando con una mujer.

Soy consciente. ¿Y?

Podría decir que percibo un cierto tufo misógino.

Serías injusta. Relee mis palabras. No he hablado de todas las mujeres. Sino de las que a mí me han tocado en suerte.

Ya. Pero tu conclusión es rehuir a las mujeres.

No. Abstenerme de entablar relaciones de pareja con ellas. Me sigue gustando mucho mantener otras.

¿Ah, sí? ¿Como cuáles?

Como la que mantengo ahora contigo, por ejemplo. Estoy seguro de que con un hombre sería mucho más aburrida.

Ya… Pero no me convences. De lo de la misoginia, digo.

Voy a serte sincero. Quizá he simplificado algo, antes. Lo cierto es que de esas tres mujeres, dos acabaron odiándome, agrediéndome de una u otra forma y culpándome de todo. La otra… Bueno, simplemente se comportó de una manera incoherente, que nunca logré entender. Todo eso me ha llevado, no diría que a sacar conclusiones sobre las mujeres en general, pero sí a abrigar algunos temores fundados.