Выбрать главу

¿Qué piensas de alguien que en una reunión social donde corre el alcohol a raudales rechaza las copas y bebe sólo agua?

¿Que es abstemio, por ejemplo?

Vamos. ¿No crees que a estas alturas tiene más gracia dejarse de mascaradas y ser crudamente sinceros?

Quieres que te hable de mi relación con el sexo.

Está muy claro. Sí. Para empezar.

Soy heterosexual, eso ya te lo dije, ¿no?

Sí.

No lo entiendas como un desprecio hacia otras opciones. Probablemente sea una limitación por mi parte. Con ellas me pasa como con el tabaco. Si no fumo no es por motivos de salud o porque no quiera caer en el vicio. Nunca he sido capaz de encontrarle el punto.

Vamos al grano. ¿Te tiento sexualmente? ¿No tienes curiosidad por saber si soy rubia, morena, cómo son mis tetas?

¿Todas las escocesas sois así de diplomáticas?

Yo sólo me represento a mí misma.

Te responderé. Pero deja que antes te cuente una historia.

Oh, no. Por qué me lo temía.

Eres historiadora, no deberían disgustarte las historias. Nos ayudan a comprender lo que somos.

Y a manipularlo, también. De acuerdo. Me rindo. Adelante.

¿Has estado alguna vez en Lima, Perú?

No.

Hay allí un museo que merece la visita. Se llama Larco Herrera. Es un museo arqueológico. Tiene una colección principal, pero lo que nos interesa es algo que está en un edificio auxiliar, separado del resto. Allí se conservan decenas de piezas de cerámica de la cultura mochica, que se desarrolló en el norte de Perú entre los siglos I y VI. Representan figuras humanas en posturas obscenas. Los varones están dotados de enormes atributos. Y juegan abiertamente con todas las posibilidades que en la Europa de hace nada se seguían considerando como perversiones. Homosexualidad, sexo en grupo, sexo anal, etcétera.

Suena interesante.

La gente mira las figuras con una sonrisita, como si su intención fuera humorística. A mí, sin ir más lejos, me recomendaron ir a verlo diciéndome que era la sección porno del museo.

Bueno, es normal que a la gente le resulte gracioso, ¿no crees?

Sí. Pero el caso es que lo último que pretendían aquellos indios era hacer un chiste. Si uno se fija en las figuras, descubre que muchas de ellas tienen los rasgos de una calavera. En realidad, se trata de una advertencia. Avisan a quien las ve que detrás del goce sexual, en todas sus ilimitadas posibilidades, está la destrucción y la muerte.

La idea no es nueva. Eros y Tánatos…

Ajá. Pero llamo tu atención sobre el hecho de que los mochicas ni siquiera tenían noticia de la existencia de los griegos, y mucho menos de nuestras especulaciones modernas sobre sus mitos…

¿Adónde quieres ir a parar?

A una noción muy sencilla. El sexo es destructivo. Mortal.

¿Cómo? ¿He entendido bien?

No sé. Qué has entendido.

Oye, no serás un fanático religioso o algo así…

No. Y también te aclaro que me gusta el sexo y procuro practicarlo.

Entonces me he perdido. Además, lo que nos dice la biología es justo lo contrario: del sexo brota la vida. ¿No?

La transmite a un nuevo transmisor, que es diferente.

¿Qué diferencia hay?

El impulso sexual juega a favor de la vida de otro, y en contra de la vida del que lo experimenta. Al gorila dominante, su afición a montar a las hembras le hará verse, al cabo de los años, con otro bicho con sus genes pero mucho más joven y fuerte, que lo echará de la manada. Y en cuanto a la hembra, es más evidente: la lleva a pasar por el deterioro del embarazo, por los desvelos y sufrimientos que conlleva el cuidado de la cría, tal vez a morir por defenderla de un predador.

Vale. En plano estrictamente zoológico ya lo entiendo. Pero te recuerdo que hablamos de personas, no de gorilas. Y que podemos usar anticonceptivos, etcétera, etcétera.

Está bien… Te recuerdo que también somos primates, y que tenemos un lado animal. Pero si quieres, pasemos a la antropología.

Por favor.

¿Qué es lo que resulta constructivo para un profesor y padre de familia de, pongamos, 50 años? Mantenerse fiel a su esposa y considerarla la mujer más apetecible, aunque haya perdido el atractivo físico, incluso aunque observe, día a día, cómo la pérdida de hormonas femeninas acentúa en ella los rasgos masculinos. ¿Qué hace brotar en él su sexualidad? El deseo de tirarse a esa alumna de pómulos redondos y escote a punto de reventar que se sienta en la primera fila y que lo aturde con el efluvio de sus hormonas femeninas en ebullición.

Eso ha sido un golpe bajo.

No era mi intención. Estoy poniendo un ejemplo gráfico de los efectos del impulso sexual en las personas. No estoy juzgando moralmente al profesor, ni tampoco a la alumna que decide tentarlo o seducirlo, movida, aunque ella no lo sepa, porque su aura de macho alfa, portador de unos genes ídem que podrá derramar en su útero, excita en sentido correlativo y complementario (aunque muy probablemente tampoco sea lo más conveniente para ella) su propio apetito sexual…

¿Es necesario describirlo de forma tan desagradable?

¿No íbamos a ser crudamente sinceros? El sexo es cruel. Inoportuno. Absurdo. Y cuanto más cruel, más inoportuno, y más absurdo, más poderoso. Frente a él, antes o después, hay sólo dos opciones: o domarlo o dejarse arrastrar por él. Y si uno elige lo segundo, debe saber que tal vez esté eligiendo su perdición. Mira lo que le pasó nuestro fray Francisco. ¿Por qué? Porque nada era más absurdo e inoportuno que desear ponerles encima la mano a las monjitas cuyas almas le habían encargado dirigir. Y por eso mismo, nada podía resultarle más brutal e irresistiblemente deseable. Cedió al deseo y se arruinó la vida.

Vale. Pero estamos en el siglo XXI. Y no hablamos de la vida sexual de frailes y monjas, sino de la del resto de la gente. Para la que hoy, afortunadamente, el sexo es algo natural.

¿Y eso lo resuelve todo? Reflexiona un poco. ¿La diferencia es que ahora para la gente el sexo es algo natural? ¿Y cuándo no lo ha sido? De ahí el afán de la Inquisición, en su primera época, por enseñarle a la población que la simple fornicación, *el sexo entre no casados, era para la Iglesia un pecado mortal, de lo que casi nadie era consciente. Al final lo aprendieron, y aprendieron a esconderse, pero siguieron haciendo de todo, que para eso estaba la confesión, para lavarlo. Y aún aquello que no lavaba se siguió practicando con frenesí. En los archivos de la Inquisición se observa la frecuencia con que se procesaba y condenaba por cierto delito de índole sexual. ¿Sabes cuál?

Sí, lo sé. Ya te dije que estudié las estadísticas. La sodomía.

Bingo. Y lo que ves ahí es sólo la punta del iceberg. Muchos la practicaban, como método anticonceptivo. Los que terminaron respondiendo de ello ante la Inquisición fueron los que se pelearon con la mujer o le pusieron los cuernos y tuvieron la mala fortuna de que a ella se le ocurriera esa desproporcionada manera de hacérselo pagar.

Estoy tratando de averiguar qué quieres decirme con todo esto.

Que el sexo, aunque muchos lo trivialicen y se lo tomen como un entretenimiento, puede ser una fuerza devastadora. Y que la liberación sexual no lo ha vuelto más inofensivo. Al contrario.

¿Y en qué te basas para afirmar eso?

Antes, con todo, la moral oficial lograba imponer ciertas restricciones al flujo del impulso sexual, lo que mal que bien limitaba su potencial destructivo. Ahora cualquiera puede entrar en Internet y encontrarse de todo, gratis y en cantidades ilimitadas. Si el sexo es como una droga, y sus efectos en el cerebro sugieren que lo es, ahora los yonquis disponen de un hipermercado con los estantes rebosantes de heroína. Y se ponen morados. Hasta que enloquecen, y cruzan todos los límites. Para muestra, las redes de pederastas. ¿Quién, que no haya perdido por completo sus facultades mentales y morales, puede disfrutar mirando fotos donde se abusa de bebés? Pero ya ves. En cada redada caen más. Y cada vez se trata de ciudadanos más normales.

вернуться

* En castellano en el original. (N. del e./t.)