¿Por qué me llamaste? Creí que preferías que no nos viéramos.
Y lo prefería. Pero desde que te dije eso hasta ahora han sucedido muchas cosas, y no todas malas, no creas. Me han hecho replantearme algunas de mis actitudes. Y en cuanto a ti… He pensado que te debía este encuentro. También supongo que no quería dejar de verte, antes de irme.
Te lo agradezco.
Lo que siento es resultar tan decepcionante.
¿Por qué dices eso?
Tus dudas eran fundadas. No tengo 25 años. Y en mi estado de forma hasta la petanca es un deporte de riesgo.
No me gustan tan jóvenes. Y puedo pasar sin la petanca.
Gracias por tu piedad. En fin, como dicen en Sudamérica.
¿Qué dicen?
A partir de cierta edad, o das pena, o das plata. *
Muy bueno. Pero tú dispones de otros recursos.
No temas. Ahora sí que estoy retirado de verdad.
Ya oí eso antes. Y no me lo creí. Afortunadamente.
Eres una mujer encantadora, Theresa. Y ahora hablo en serio. Me siento privilegiado por haber podido conocerte. Quería que lo supieras.
Si sigues por ahí, voy a llorar. Y también hablo en serio.
Sí, tienes razón. Mejor no sigo. Aparte de eso, hay otros dos motivos por los que quería verte.
Tú me dirás.
Quería darte algo. Y pedirte algo también.
Sabes que no tienes por qué darme nada.
Lo sé. Por eso te lo doy.
¿Qué es? Ah. Kierkegaard. O lo uno o lo otro. Un fragmento de vida. Qué detalle. ¿Estás seguro de que quieres desprenderte de él?
Sé que contigo estará bien. Yo ya no lo necesito.
¿Y estos folios?
Lo que faltaba. Lo que en su día no te di.
No entiendo.
Lo entenderás cuando los leas. Pero no lo hagas ahora. Luego tendrás tiempo. Como ya te habrán dicho, en mi estado se me racionan todos los placeres, y también el de tu compañía. Por cierto, ¿conocías Berlín?
No, es mi primera visita.
Le pedía Anna que te sacara la vuelta para mañana por no robarte más tiempo del imprescindible. Pero si puedes y quieres quedarte más, díselo y te cambiará el billete y te ampliará la reserva en el hotel.
Gracias. Debo volver mañana sin falta.
Aprovecha la tarde, entonces. Ella te aconsejará qué ver.
¿Puedo preguntarte algo? A lo mejor es impertinente.
Pregunta.
¿ Anna es tu secretaria?
No.
Es una de las tres, ¿verdad?
Verdad.
¿Una de las dos pródigas?
Por descontado.
¿La que te fustigaba o la incomprensible?
¿Necesitas que te responda a eso?
No.
Vino a verme al hospital, cuando se enteró. Y tan pronto como la vi, tuve la sensación de que el tiempo no había pasado entre nosotros. Que había algo que se había quedado ahí metido, aunque yo no lo quisiera.
Quién te lo iba a decir.
A la vida le gusta jugar con nosotros. Lo que necesitas, no siempre te lo encuentras en el momento en que puedes tenerlo. Pero tampoco sabes nunca lo que pasará más adelante. Ahora las circunstancias son otras. Las suyas y sobre todo las mías. Yo diría que las mías son para salir corriendo, pero por suerte ella no lo ve así. Y quiere quedarse a compartirlas.
Entonces es que es de las buenas. O que persigue heredarte.
Es de las buenas. Ya sabe que me va a heredar otra persona.
En ese caso me alegro. De verdad. Me consuela saber que me has abandonado por alguien que merece la pena.
Ella estaba antes. Y a ti no pude abandonarte. Nunca te tuve.
¿Está al tanto de quién soy y de qué me conoces?
Sí. Pero no de tus intimidades. Ya sabes que eso lo guardo.
Lo sé. Me asombra verte con una mujer. ¿Qué ha sido de todas tus teorías y prevenciones? ¿ Y de tu ángel exterminador?
El ángel ahora está demasiado ocupado, exterminándome a mí. Y en cuanto a lo demás, tenías razón. A veces, necesitamos a otro que nos salve. A mí es ella quien me ha salvado de ésta, por ahora, y me da fuerzas para seguir. Estoy jodido, pero me siento afortunado. Por tenerla.
Ya ves, no somos tan malas, las mujeres.
Claro que no. Al final, la mujer es la casa, y es bueno tener una casa.
La mujer es la casa… Que no te oiga una feminista.
Me da igual. La feminista que se busque al que le diga lo que quiera oír. A mí me gusta la mujer que no hace aspavientos a ser la casa de los suyos. Al revés, que quiere y puede serlo y sabe que eso no la limita.
Mientras no confundas ser la casa con limpiar la casa…
No lo confundo. Limpiar sabe cualquiera. Hasta yo.
Supongo que cada uno tiene su idea de lo que es la casa. Pero si ésa es la tuya, y tienes quien te la dé y consigues que le compense, me parece bien. Yo no soy feminista. Vivo y dejo vivir.
¿Sabes, estos días me acordaba de ti, oyendo una canción.
¿Cuál?
Tengo el disco por ahí. Sobre ese altavoz. ¿Puedes cogerlo?
Sí, cómo no.
Quédatelo, si quieres. Te gustará.
Johnny Cash. Desde luego, nunca dejarás de sorprenderme.
La canción no es suya. Corte número 8.
Aquí dice que el 8 es… In My Life.
Justo.
De otro John. Lennon.
El mismo.
¿Qué me dijiste una vez de él? Ah, sí. Que no lo contratarías como filósofo. ¿Es que has cambiado de opinión?
No. Aquí lo contrato como poeta, que es algo mucho más difícil. Y a Cash para cantarlo. Grabó ese disco cuando ya estaba muy enfermo. Óyelo. En esa voz suya, grave, y a la vez cansada y rota, es estremecedor.
¿Y por qué te hacía pensar en mí?
Sobre todo, por uno de los versos. Ese que dice lo de no perder nunca el afecto por lo que hubo en tu vida.
¿Debo entender que eso me otorga un lugar en tu vida?
Desde luego.
Gracias. Pero soy realista. Me toca aceptar que es otra la que se lleva el último verso, que es el mejor.
Tú puedes ser ese último verso de quien quieras.
Nadie puede eso. Se te concede o no. Y está bien así.
No te me hagas fatalista, al final.
No, claro que no. Pienso seguir esperando. Tú acabas de decirlo. Nunca sabes lo que pasará más adelante.
Algo sí sé, en cualquier momento entrará Anna a decirnos que se nos ha acabado el tiempo. Y aún me queda algo. Lo que quería pedirte.
Adelante.
Creo que entenderás por qué te lo pido a ti. Es más, que no había otra persona a quien pudiera pedírselo.
Si está en mi mano, lo haré. No lo dudes.
Gracias, Theresa.
No voy a contar ahora lo que me ha pedido. Estoy algo cansada. Si acaso mañana, cuando haya cumplido el encargo.
Tampoco voy a contar, ni ahora ni nunca, lo que he leído en el papel que me ha dado. Son tres folios, manuscritos. Su caligrafía es pequeña e irregular, y al principio me costó entenderla. En resumen, lo que ahí me desvela es aquello por lo que tantas veces le pregunté. La historia detrás de la historia. Los detalles. Ahora, al fin, sé lo que hizo y qué le pasó. Y por qué ha acabado aquí, en Berlín. No es una historia agradable, ni ejemplar, pero tenía razón: lo que importa es lo que le sucedió por dentro. Su dolor, su culpa, su reconstrucción. Como él me lo contó yo lo he contado, e incluso he podido añadir el último capítulo: el de la reparación que le ha dado al final la vida. Más no se me puede exigir. Y yo no debo decir más.