– Soy Loren Muse, investigadora jefe del condado de Essex.
La mujer le ofreció una mano enguantada.
– Tara O'Neill, forense.
– ¿Qué puede decirme del cadáver?
Ella la miró cautelosamente, pero Lowell le hizo una seña dándole el visto bueno.
– ¿Es usted quien mandó al señor Barrett aquí? -preguntó O'Neill.
– Sí.
– Es un personaje interesante.
– Soy consciente de ello.
– Pero esa máquina funciona. No sé cómo se las ha arreglado para encontrar estos huesos. Pero es bueno. Supongo que fue una suerte que tropezara primero con el cráneo.
O'Neill parpadeó y miró a otra parte.
– ¿Algún problema? -preguntó Muse.
Ella meneó la cabeza.
– Yo crecí aquí. Solía jugar por aquí, justo en este sitio. Se diría que debería haber sentido algo, no sé, un escalofrío. Pero nada de nada.
Muse agitó los pies, y esperó.
– Yo tenía diez años cuando esos adolescentes desaparecieron. Mis amigos y yo solíamos caminar por aquí. Encendíamos hogueras. Nos inventábamos historias en las que los dos chicos que nunca se encontraron seguían aquí, observándonos; eran muertos vivientes que nos perseguirían y nos matarían. Una estupidez. Sólo una forma de hacer que tu novio te dejara su chaqueta y te abrazara.
Tara O'Neill sonrió y sacudió la cabeza.
– ¿Doctora O'Neill?
– Sí.
– Dígame qué ha descubierto, por favor.
– Todavía estamos en ello, pero por lo que puedo ver tenemos un esqueleto bastante completo. Se ha encontrado a menos de un metro de profundidad. Necesitaré llevar los huesos al laboratorio para hacer una identificación positiva.
– ¿Qué puede decirme ahora?
– Venga por aquí.
Acompañó a Muse al otro lado del hoyo. Los huesos estaban etiquetados y dispuestos sobre una lona azul.
– ¿No hay ropa? -preguntó Muse.
– No.
– ¿Se ha desintegrado o enterraron el cadáver desnudo?
– No puedo asegurarlo. Pero como no hay monedas, ni joyas, ni botones ni cremalleras, ni siquiera zapatos, que normalmente duran mucho más tiempo, diría que lo enterraron desnudo.
Muse miró fijamente el cráneo marrón.
– ¿Causa de la muerte?
– Es demasiado pronto para saberlo. Pero algunas cosas sí sabemos.
– ¿Cuáles?
– Los huesos están en muy mal estado. No estaban enterrados muy hondo y llevan mucho tiempo aquí.
– ¿Como cuánto?
– No sabría decirle. El año pasado hice un curso de muestras de tierra en escenas del crimen. Por la forma como se ha modificado la tierra se puede saber cuánto tiempo lleva excavado un hoyo. Pero esto es muy preliminar.
– Lo que sea. ¿Un cálculo?
– Los huesos llevan aquí bastante tiempo. Yo diría que al menos quince años. En resumen, y para responder a la pregunta que tiene en la cabeza, es consistente, muy consistente con el margen de tiempo en que tuvieron lugar los asesinatos en este bosque, hace veinte años.
Muse tragó saliva y preguntó lo que realmente quería consultar desde el principio.
– ¿Puede decirme el sexo? ¿Puede decirme si los huesos pertenecen a un varón o a una mujer?
Una voz grave las interrumpió.
– Eh, doctora.
Era uno de los técnicos, con el anorak exigido para todos los de su equipo. Era un hombre tosco, con una barba poblada y una buena barriga. Tenía una palita en la mano y respiraba con la pesadez característica de los que no están en forma.
– ¿Qué pasa, Terry? -preguntó O'Neill.
– Creo que ya lo tenemos todo.
– ¿Quieres dejarlo?
– Por esta noche, creo que sí. Puede que tengamos que volver mañana para asegurarnos. Pero nos gustaría llevarnos ahora el cadáver, si te parece bien.
– Concédeme dos minutos -dijo O'Neill.
Terry asintió y las dejó solas. Tara O'Neill siguió mirando los huesos.
– ¿Tiene conocimientos sobre el esqueleto humano, investigadora Muse?
– Alguno.
– Sin un examen concienzudo, puede ser bastante difícil diferenciar entre el esqueleto masculino y el femenino. Una de las cosas en las que nos podemos basar es el tamaño y la densidad de los huesos. Los masculinos tienen tendencia a ser más gruesos y más grandes, por supuesto. A veces la altura de la víctima puede ayudar: los hombres suelen ser más altos. Pero estas cosas a menudo no son definitivas.
– ¿Me está diciendo que no lo sabe?
O'Neill sonrió.
– No estoy diciendo eso en absoluto. Se lo enseñaré, si me permite.
Tara O'Neill se puso en cuclillas y Muse la imitó. O'Neill tenía una linterna pequeña en la mano, de las que proyectan un haz estrecho pero potente.
– He dicho que era bastante difícil, no imposible. Mire.
Apuntó la luz hacia el cráneo.
– ¿Sabe lo que está mirando?
– No -dijo Muse.
– Primero, los huesos parecen ser más bien ligeros. Segundo, mire el punto donde deberían estar las cejas.
– Vale.
– Eso se conoce técnicamente como cresta supraorbital. Es más pronunciada en los varones. Las mujeres tienen frentes muy verticales. Este cráneo se ha gastado, pero se ve que la cresta no es pronunciada. Pero la clave, lo que quiero que vea, es la zona pélvica, más concretamente la cavidad pélvica.
Desvió la linterna.
– ¿Lo ve?
– Sí, lo veo, creo. ¿Y qué?
– Es muy ancha.
– ¿Qué significa eso?
Tara O'Neill apagó la linterna.
– Significa -dijo O'Neill, poniéndose en pie- que su víctima es caucásica, que medía uno setenta más o menos, la misma altura que Camille Copeland, por cierto, y sí, era una mujer.
– No lo vas a creer -dijo Dillon.
York levantó la cabeza.
– ¿Qué?
– Tengo una concordancia para el Volkswagen. Sólo hay catorce que coincidan en la zona de los tres estados. Pero éste es el ganador. Uno matriculado a nombre de un tal Ira Silverstein. ¿Te suena?
– ¿No era el dueño del campamento?
– Sí.
– ¿Me estás diciendo que al fin y al cabo Copeland tenía razón?
– Tengo la dirección de Ira Silverstein -dijo Dillon-. Una especie de centro de rehabilitación.
– ¿A qué esperas, pues? -dijo York-. Vamonos pitando.
Capítulo 35
Cuando Lucy subió al coche, apreté enseguida el botón del reproductor de CD. «Back in Your Arms» de Bruce empezó a sonar. Ella sonrió.
– ¿Ya lo has descargado?
– Sí.
– ¿Te gusta?
– Mucho. He añadido algunas canciones más. Una grabación pirata de uno de los conciertos en solitario de Springsteen. «Drive All Night.»
– Esa canción siempre me hace llorar.
– Todas las canciones te hacen llorar -dije.
– «Super Freak» de Rick James, no.
– Me doy por corregido.
– Ni «Promiscuous». Esa tampoco me hace llorar.
– ¿Ni siquiera cuando Nelly canta Is your game MVP like Steve Nash?
– Ay, qué bien me conoces.
Sonreí.
– Pareces tranquilo para ser alguien que acaba de saber que su difunta hermana podría estar viva.
– Compartimentar.
– ¿Eso es una palabra?