Выбрать главу

Vi que algo cambiaba en su cara. Era buena, sin duda, pero yo también. Dicen que una expresión de reconocimiento dura menos de una décima de segundo. Pero la detecté. No le sorprendió precisamente lo que le dije. Pero la sobresaltó, eso sí.

– ¿Qué pasa, Muse?

– Hoy he hablado con el sheriff Lowell.

Fruncí el ceño.

– ¿Todavía no se ha retirado?

– No.

Iba a preguntarle para qué se había puesto en contacto con él, pero ya sabía que Muse era concienzuda. Era normal que se hubiera puesto en contacto con el policía que había investigado aquellos asesinatos. En parte también explicaba su comportamiento hacia mí.

– Déjame adivinar -dije-. Cree que mentí sobre aquella noche.

Muse no dijo ni que sí ni que no.

– Es raro, ¿no crees? Que no estuvieras de guardia durante la noche de los asesinatos.

– Ya sabes por qué. Has leído los diarios.

– Sí, los he leído. Te escapaste con tu novia. Y después no quisiste que ella tuviera problemas.

– Exactamente.

– Pero esos diarios también decían que estabas cubierto de sangre. ¿Es cierto eso también?

La miré.

– ¿Qué diablos pasa?

– Estoy haciendo como si no fueras mi jefe.

Intenté sentarme. Los puntos del costado me dolían una barbaridad.

– ¿Lowell ha dicho que yo era sospechoso?

– No ha tenido que hacerlo. Y no hace falta que seas sospechoso para que te haga estas preguntas. Mentiste sobre aquella noche…

– Protegía a Lucy. Ya lo sabes.

– Sé lo que ya me has dicho, sí. Pero ponte en mi lugar. Necesito tratar este caso sin cortapisas ni sesgos. Si tú fueras yo, ¿no me harías estas preguntas?

Lo pensé.

– Entendido, vale, dispara. Pregunta lo que quieras.

– ¿Estaba embarazada tu hermana?

Me quedé atónito. La pregunta me había cogido totalmente por sorpresa. Probablemente ésa era la intención de Muse.

– ¿Lo dices en serio?

– Sí.

– ¿Por qué me preguntas esto?

– Tú contesta.

– No, mi hermana nunca estuvo embarazada.

– ¿Estás seguro?

– Creo que lo sabría.

– ¿Sí? -insistió.

– No lo entiendo. ¿Por qué me preguntas esto?

– Hemos tenido casos en los que las chicas lo han ocultado a las familias. Ya lo sabes. Qué caramba, tuvimos un caso de una chica que ni siquiera lo sabía ella hasta que se puso de parto. ¿Te acuerdas?

Me acordaba.

– Mira, Muse, te lo digo como jefe. ¿Por qué me preguntas si mi hermana estaba embarazada?

Me escrutó la cara, con unos ojos que me inspeccionaban como lombrices viscosas.

– Ya está bien.

– Tienes que recusarte, Cope. Lo sabes.

– No tengo que hacer nada.

– Sí, debes hacerlo. Lowell sigue dirigiendo el caso. Es suyo.

– ¿Lowell? Ese poli no ha trabajado en el caso desde que arrestaron a Wayne Steubens hace dieciocho años.

– Aun así. Este caso es suyo. Él manda.

No supe qué decir.

– ¿Sabe Lowell que Gil Pérez ha estado vivo todo este tiempo?

– Le he contado tu teoría.

– Entonces, ¿por qué de repente me acosas con preguntas sobre si Camille estaba embarazada?

No dijo nada.

– Vale, como tú quieras. Mira, le prometí a Glenda que intentaría mantener a su familia fuera de esto. Pero cuéntaselo a Lowell. Puede que te deje participar. Confío más en ti que en un sheriff rural. La clave es que Glenda Pérez ha dicho que mi hermana salió viva de ese bosque.

– En cambio Ira Silverstein dijo que estaba muerta -replicó Muse.

Todo se paró. La expresión de su cara fue más reveladora esta vez. La miré intensamente. Ella intentó sostenerme la mirada, pero al final la apartó.

– ¿Qué demonios pasa, Muse?

Se puso de pie. La puerta se abrió y entró una enfermera. Con un escueto saludo, me ató el aparato de tomar la presión al brazo y se puso a bombear. Me introdujo un termómetro en la boca.

– Vuelvo enseguida -dijo Muse.

El termómetro seguía en mi boca. La enfermera me tomó el pulso. El ritmo debía de salirse de las gráficas. Intenté gritar con el termómetro en la boca.

– ¡Muse!

Se marchó y yo me quedé en la cama echando humo.

¿Embarazada? ¿Podía ser que Camille estuviera embarazada?

No me lo imaginaba. Intenté recordar. ¿Empezó a ponerse ropa holgada? ¿De cuánto tiempo estaría embarazada? ¿De cuántos meses? Mi padre lo habría visto si se le hubiera notado, era tocoginecólogo. No podría habérselo ocultado.

Pero es que tal vez no lo hizo.

Habría dicho que era una tontería, que era absolutamente imposible que mi hermana estuviera embarazada, excepto por una cosa. No tenía ni idea de lo que pasaba, y Muse sabía más de lo que me decía. Su pregunta no era fortuita. A veces un buen fiscal tiene que hacer preguntas absurdas en un caso. Tienes que conceder el beneficio de la duda a una idea absurda. Sólo para ver qué pasa. Sólo para ver si encaja en algún sitio.

La enfermera acabó, yo cogí el teléfono y marqué el número de casa para saber cómo estaba Cara. Me sorprendí cuando contestó Greta con un amable:

– Diga.

– Hola -dije.

La amabilidad se esfumó.

– Dicen que vas a ponerte bien.

– Eso me han dicho.

– Estoy con Cara -dijo Greta, yendo directo al grano-. Puedo quedármela en casa esta noche, si lo prefieres.

– Te lo agradecería.

Hubo una pausa breve.

– ¿Paul?

Normalmente me llamaba Cope. Mala señal.

– ¿Sí?

– Me importa mucho el bienestar de Cara. Sigue siendo mi sobrina. Sigue siendo la hija de mi hermana.

– Lo entiendo.

– En cambio tú no me importas nada.

Colgó el teléfono.

Me recosté en los almohadones y esperé a que Muse volviera, intentando repasar los hechos en mi dolorida cabeza. Lo repasé todo paso a paso.

Glenda Pérez había dicho que mi hermana había salido viva del bosque.

Ira Silverstein había dicho que estaba muerta.

¿A quién debía creer?

Glenda Pérez parecía bastante normal. Ira Silverstein era un chiflado.

Un punto para Glenda Pérez.

También recordé que Ira había hablado todo el rato de que quería que las cosas siguieran enterradas. Mató a Gil Pérez, y había estado a punto de matarme a mí, porque quería que dejáramos de investigar. Debía de pensar que mientras yo pensara que mi hermana podía seguir viva, continuaría buscando. Buscaría, arrasaría y haría lo que fuera necesario, sin pensar en las consecuencias, si creía que había alguna posibilidad de encontrar a Camille. Estaba claro que Ira no deseaba eso.

Eso le daba un motivo para mentir, para decir que mi hermana estaba muerta.

Por otro lado, Glenda Pérez también quería que dejara de investigar. Mientras yo mantuviera activa la investigación, su familia corría un grave peligro. Su fraude y todos los otros casi delitos que ella había enumerado podían salir a la luz. Ergo, ella también se habría dado cuenta de que la mejor manera de hacer que me retirara era convencerme de que nada había cambiado en veinte años, de que Wayne Steubens había matado a mi hermana. A ella le habría interesado decirme que mi hermana estaba muerta.