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Por supuesto, una parte de mí sigue preguntándose por qué Camille tardó tanto en volver a casa, y ésta es la mayor fuente de tensión, creo. Entiendo lo que dijo Sosh acerca de que quería protegerme, de mi reputación y del recuerdo de mi padre. Y me parece comprensible que tuviera miedo de nuestro padre mientras estuvo vivo.

Pero creo que hay algo más.

Camille decidió no hablar de lo que pasó en aquel bosque. Nunca dijo a nadie lo que había hecho Wayne Steubens. Su decisión, correcta o no, había dejado a Wayne libre para matar a otras personas. No sé qué habría sido lo correcto, no sé si presentarse a la policía habría cambiado las cosas. Se puede decir que Wayne habría salido impune de todos modos, que podría haber huido o haberse quedado en Europa, que habría sido más cuidadoso en sus asesinatos, y habría cometido incluso más. ¿Quién sabe? Pero las mentiras tienen tendencia a infectarse. Camille creyó que podría enterrar esas mentiras. Puede que todos lo creyéramos.

Pero ninguno de nosotros salió ileso de aquel bosque.

En cuanto a mi vida amorosa, estoy enamorado. Así de sencillo. Amo a Lucy con todo mi corazón. No vamos despacio, nos hemos lanzado como si quisiéramos recuperar el tiempo perdido. Puede que en lo que somos haya una desesperación insana, una obsesión, un agarrarse a un clavo ardiendo. Nos vemos mucho, y cuando no estamos juntos me siento perdido y desorientado y sólo deseo volver a estar con ella. Hablamos por teléfono. Nos mandamos correos y mensajes de texto constantemente.

Pero así es el amor, ¿no?

Lucy es divertida, tontorrona, cálida, lista y hermosa, y me abruma de la mejor de las maneras. Es como si estuviéramos de acuerdo en todo.

Excepto, claro, en que yo realice este viaje.

Entiendo su miedo. Sé perfectamente lo frágil que es todo esto. Pero tampoco se puede vivir siempre sobre hielo fino. Así que aquí estoy, en la cárcel estatal de Red Onion, Virginia, esperando enterarme de algunas últimas verdades.

Entra Wayne Steubens. Estamos en la misma habitación que la última vez. Él está sentado en el mismo sitio.

– Vaya por Dios -dijo-. Has estado muy ocupado, Cope.

– Les mataste -dije-. Después de todo, tú, el asesino en serie, lo hiciste.

Wayne sonríe.

– Lo planificaste todo el tiempo, ¿no?

– ¿Están escuchando esta conversación?

– No.

Él levanta la mano derecha.

– ¿Tengo tu palabra de que no escuchan?

– Tienes mi palabra -digo.

– Entonces, por qué no. Sí, fui yo. Planifiqué los asesinatos.

Ya estamos. Por fin ha decidido que necesita afrontar el pasado.

– Y lo hiciste tal como explicó la señora Pérez. Degollaste a Margot. Después Gil, Camille y Doug echaron a correr. Los perseguiste. Atrapaste a Doug. También lo mataste.

Levanta el dedo índice.

– Cometí un error de cálculo. Metí la pata con Margot. Ella tenía que ser la última porque ya estaba atada. Pero su cuello estaba tan a la vista, tan vulnerable… que no pude resistirme.

– Al principio había cosas que no entendía -digo-. Pero ahora creo que sí.

– Te escucho.

– Los diarios que los detectives privados mandaron a Lucy -digo.

– Ahhh.

– Me preguntaba quién nos había visto en el bosque, pero Lucy lo vio enseguida. Sólo una persona podía saberlo: el asesino. Tú, Wayne.

Separó las manos.

– La modestia me impide decir más.

– Fuiste tú quien facilitó la información a MVD, lo que utilizaron en aquellos diarios. Fuiste la fuente de información.

– Modestia, Cope. De nuevo me remito a la modestia.

Está disfrutando.

– ¿Cómo conseguiste que Ira te ayudara? -pregunté.

– El bueno del tío Ira. Ese hippie medio descerebrado.

– Sí, Wayne.

– No me ayudó mucho. Sólo necesitaba quitarlo de en medio. Mira, Cope, esto puede que te descoloque, pero Ira tomaba drogas. Yo tenía fotos y pruebas. Si se sabía, su precioso campamento iría a la ruina. Igual que él.

Sonríe más aún.

– Así que, cuando Gil y yo amenazamos con destaparlo todo -digo-, Ira se asustó. Como has dicho, estaba medio descerebrado entonces, y ahora era mucho peor. La paranoia le nubló el raciocinio. Tú ya cumplías condena, y Gil y yo no haríamos más que empeorar las cosas destapándolo todo. Ira fue presa del pánico. Silenció a Gil e intentó silenciarme a mí.

Otra sonrisa de Wayne.

Pero ahora su sonrisa tiene algo diferente.

– ¿Wayne?

No habla. Sólo sonríe. No me gusta. Repaso lo que acabo de decir. Sigue sin gustarme.

Wayne sigue sonriendo.

– ¿Qué? -pregunto.

– Se te escapa algo, Cope.

Espero.

– Ira no fue el único que me ayudó.

– Lo sé -dije-. Gil contribuyó. Ató a Margot. Y mi hermana también estuvo allí. Te ayudó a atraer a Margot al bosque.

Wayne entorna los ojos y separa un poco los dedos pulgar e índice.

– Todavía se te escapa una cosita de nada -dice-. Un secretito de nada que he guardado todos estos años.

Contengo el aliento. Él sólo sonríe. Rompo el silencio.

– ¿Qué? -repito.

Se inclina hacia delante y susurra:

– Tú, Cope.

No puedo hablar.

– Estás olvidando tu papel en esto.

– Sé lo que hice -digo-. Abandoné mi puesto.

– Sí, cierto. ¿Y si no lo hubieras hecho?

– Te habría detenido.

– Sí -dice Wayne, arrastrando la palabra-. Exactamente.

Espero algo más. No dice nada.

– ¿Esto es lo que querías oír, Wayne? ¿Que me siento responsable en parte?

– No. No es tan sencillo.

– ¿Entonces qué?

Sacude la cabeza.

– No captas la idea.

– ¿Qué idea?

– Piensa, Cope. Cierto, abandonaste tu puesto. Pero tú mismo lo has dicho: yo lo tenía todo planificado.

Se rodea la boca con las manos y su voz es sólo un susurro.

– Contéstame a esto: ¿cómo sabía yo que no estarías en tu puesto aquella noche?

Lucy y yo vamos en coche al bosque.

Ya he conseguido el permiso del sheriff Lowell, así que el guarda de seguridad, sobre el que Muse me había advertido, nos deja pasar enseguida. Paramos en el aparcamiento frente a los pisos. Es raro, pero ni Lucy ni yo habíamos vuelto allí en dos décadas. Evidentemente, entonces aquella urbanización no existía. Aun así, después de tanto tiempo, sabemos perfectamente dónde estamos.

El padre de Lucy, su querido Ira, había sido el dueño de aquella tierra. Había llegado allí hacía muchos años, sintiéndose como Magallanes descubriendo un nuevo mundo. Probablemente Ira miró aquel bosque y sintió que estaba cumpliendo su sueño de toda la vida: un campamento, una comuna, un hábitat natural libre de los pecados del hombre, un lugar de paz y armonía, todo, algo que fomentara sus valores.

Pobre Ira.

La mayor parte de los delitos que veo empiezan con algo pequeño. Una mujer hace enfadar a su esposo por algo intrascendente -dónde está el mando de la tele, una cena fría- y la cosa pasa a mayores. Pero en este caso, era todo lo contrario. Algo grande hizo rodar la bola. Al final, un asesino en serie desquiciado lo había iniciado todo. La sed de sangre de Wayne Steubens había sido el desencadenante.

Tal vez todos se lo pusimos fácil de un modo u otro. El miedo terminó por ser el mejor cómplice de Wayne. EJ Jenrette también me había enseñado su poder: si metes miedo a la gente, logras que acepten lo que tú quieres. Aunque no había funcionado en el caso de violación contra su hijo. No había podido asustar a Chamique Johnson. Tampoco había podido asustarme a mí.