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Tal vez porque a mí ya me habían asustado bastante.

Lucy lleva flores, pero no debería haberlo hecho. En nuestra tradición no colocamos flores en las tumbas. Colocamos piedras. Tampoco sé para quién son las flores: para mi madre o para su padre. Probablemente para ambos.

Tomamos el antiguo sendero, que todavía existe, aunque está un poco desdibujado, hacia el lugar donde Barrett encontró los huesos de mi madre. El hoyo donde ha yacido todos estos años está vacío. Los restos de cinta amarilla de la escena del crimen han volado con la brisa.

Lucy se arrodilla. Escucho el viento, me pregunto si oigo los llantos. No. No oigo nada más que el hueco de mi corazón.

– ¿Por qué fuimos al bosque aquella noche, Lucy?

No me mira.

– Nunca había pensado en ello. Todos se lo preguntaban. Todos se preguntaban cómo había podido ser tan irresponsable. Pero para mí estaba claro. Estaba enamorado. Me había escapado con mi novia. ¿Qué podía ser más natural que esto?

Deposita las flores con esmero. Sigue sin mirarme.

– Ira no ayudó a Wayne Steubens aquella noche -digo a la mujer que amo-. Fuiste tú.

Oigo al fiscal en mi voz. Quiero que se calle y se vaya. Pero no se va.

– Me lo dijo Wayne. Los asesinatos estaban cuidadosamente planificados: ¿cómo podía saber que yo no estaría en mí puesto aquella noche? Porque tu misión era hacer que no estuviera.

Veo que se encoge y se marchita.

– Por eso no podías enfrentarte a mí -digo-. Por esto te sientes como si rodaras colina abajo y no pudieras parar. No es porque tu familia perdiera el campamento o la reputación o el dinero. Es porque ayudaste a Wayne Steubens.

Espero. Lucy baja la cabeza. Estoy de pie detrás de ella. Esconde la cara entre las manos. Solloza. Le tiemblan los hombros. La oigo llorar y mi corazón se parte en dos. Doy un paso hacia ella. A la mierda, pienso. Esta vez el tío Sosh tiene razón. No necesito saberlo todo. No necesito destaparlo todo.

Sólo la necesito a ella. Así que doy este paso.

Lucy levanta una mano para detenerme. Se recupera poco a poco.

– No sabía lo que pensaba hacer -dice-. Me dijo que haría arrestar a Ira si no le ayudaba. Pensé… pensé que sólo iba a asustar a Margot. A hacerle alguna broma estúpida.

Se me forma un nudo en la garganta.

– Wayne sabía que nos separamos.

Asiente.

– ¿Cómo lo supo?

– Me vio.

– A ti -digo-. No a nosotros.

Asiente otra vez.

– Encontraste el cadáver, ¿no? El de Margot. Ésa era la sangre de la que habla el diario. Wayne no hablaba de mí. Hablaba de ti.

– Sí.

Pensé en ello, en lo aterrada que debió de sentirse, en cómo debió de correr a ver a Ira, el pánico que debió de sentir también Ira.

– Ira te vio manchada de sangre. Pensó…

No habla. Pero ahora todo cobra sentido.

– Él no nos habría matado a Gil ni a mí para protegerse -digo-. Pero era padre. Al final, por mucha paz, amor y comprensión que predicara, Ira era ante todo un padre como cualquier otro. Y mató para proteger a su hijita.

Ella vuelve a sollozar.

Todos habían callado. Todos tenían miedo: mi hermana, mi madre, Gil, su familia y ahora Lucy. Todos eran igual de culpables, y todos habían pagado un precio terrible. ¿Y yo qué? Busco excusas argumentando que era joven y que sólo quería echar una canita al aire. Pero ¿es esto una excusa en realidad? Tenía la responsabilidad de vigilar a los campistas aquella noche y fui un vago.

Los árboles parecen caernos encima. Los miro y después miro la cara de Lucy. Veo la belleza. Veo el dolor. Quiero acercarme a ella. Pero no puedo. No sé por qué. Quiero hacerlo, sé que es lo correcto. Pero no puedo.

En lugar de esto me doy la vuelta, alejándome de la mujer que amo. Espero que me llame, que me pida que me detenga. Pero no lo hace. Me deja marchar. La oigo sollozar. Sigo caminando. Camino hasta salir del bosque y llegar al coche. Me siento en una acera y cierro los ojos. Un día u otro tendrá que pasar por aquí. Así que me siento y la espero. Me pregunto adonde iremos cuando venga. Me pregunto si nos marcharemos juntos o si este bosque, después de todos estos años, se habrá cobrado una última víctima.

* * *

Agradecimientos

No soy especialista en casi nada, pero tengo la suerte de conocer a genios generosos que sí lo son. Esto parecerá una lista de nombres, pero me ayudaron mis amigos y colegas, el doctor Michael Baden, Linda Fairstein, el doctor David Gold, la doctora Anne Armstrong Coben, Christopher J. Christie y el auténtico Jeff Bedford.

Gracias a Mitch Hoffman, Lisa Johnson, Brian Tart, Erika Imranyi y a todos los de Dutton. Gracias a Jon Wood de Orion y a Francoise Triffaux de Belfond. Gracias a Aaron Priest y a todos los de la Agencia Literaria Aaron Priest, de nombre tan creativo.

Por último, quiero manifestar un agradecimiento especial a la inteligente Lisa Erbach Vanee, que en la última década ha aprendido a tratar magníficamente mis cambios de humor e inseguridades. Gracias, Lisa.

* * *

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

Harlan Coben

Con 46 años, 15 novelas y millones de libros vendidos, Harlan Coben es uno de los valores en alza de la novela policiaca. Su obra se aleja de los lugares tópicos del género para escarbar en los barrios acomodados y mostrar sus secretos. Ganador del Edgar Award, el Shamus Award y el Anthony Award, es autor de grandes best-sellers como La promesa, El inocente, Golpe de efecto, Última oportunidad, Motivos de ruptura y No se lo digas a nadie, Sólo una mirada, Por siempre jamás. Sus libros han sido publicados en más de 33 idiomas en todo el mundo.

Harlan Coben viene de Newark (Nueva Jersey), una ciudad deprimida y violenta. Como lector, Coben llegó al thriller de la mano de William Goldman. Él tenía 15 años y su padre le pasó Marathon man. No pudo soltarlo hasta que lo terminó. De ahí extrajo una de sus máximas: «Lo más importante es hacer un libro irresistible. Se trata de que cada frase atrape al lector según avanza la historia», afirma convencido.

Harlan Coben lo pasa bien escribiendo. Le gusta hacerlo por las mañanas, cuando sus cuatro hijos y su mujer, una pediatra, ya se han puesto en marcha. Normalmente acude a algún café o biblioteca del pueblo. «Soy un escritor de calle. En casa uno siempre encuentra algo mejor que hacer». Apenas investiga o se documenta antes de escribir. A veces le basta con llamar al fiscal jefe de Nueva Jersey, un amigo de la infancia con quien jugaba al béisbol. «Le digo: “¿Si pasara esto o aquello, cómo sería el proceso?”. Él me lo aclara y ya está», cuenta divertido.

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