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– ¡Espera! -gritó papá.

Me volví.

– ¿Y ahora qué quieres, papá?

Parecía azorado.

– ¿Es ésta la parada del autobús?

Fue muy extraña esa conversación que tuve con papá, porque más tarde, cuando volví a verlo en casa, y durante los días que siguieron, se comportó como si nada hubiera ocurrido, como si no me hubiera dicho que estaba enamorado de alguien.

Todos los días, después de la escuela, llamaba a Jamila y todos los días la respuesta a mi «¿Cómo van las cosas?» era invariablemente «Igual, Dulzura» o «Igual, pero peor». Así que acordamos celebrar una reunión en la cumbre en Bromley High Street, después de la escuela, para decidir qué íbamos a hacer.

Sin embargo, aquel mismo día, al salir de la escuela con un grupo de chicos, vi a Helen. Fue toda una sorpresa, porque apenas había pensado en ella desde que su perro se me había corrido encima, incidente con el que siempre aparecía asociada en mi mente: Helen y polla de perro iban siempre juntos. Estaba de pie, junto a la salida, con su sombrero negro flexible y un abrigo verde, y esperaba a otro chico. Al verme, se acercó corriendo y me besó. Últimamente, todo el mundo me besaba; pero necesitaba afecto, eso os lo puedo asegurar. A cualquiera que me hubiera besado le habría devuelto el beso con interés.

El grupo de chicos con los que solía ir llevaban el pelo largo hasta los hombros, asqueroso y enmarañado, las chaquetas del uniforme de la escuela prácticamente hechas jirones, sin corbata y pantalones acampanados. Recientemente se había visto ácido por la escuela, algo de purple haze [4] y había un par de chavales que todavía estaban tripeando. Yo me había tomado media pastilla por la mañana, durante las plegarias, pero ya me había bajado. Algunos chicos intercambiaban discos, Traffic y The Faces, y yo estaba negociando la compra de uno de Jimi Hendrix -«Axis Bold as Love»- con un chavalín que necesitaba dinero para ir a un concierto de Emerson, Lake and Palmer en el Fairfield Hall ¡figuraos! Pero como tenía la sospecha de que aquel pobre idiota necesitaba el dinero tan desesperadamente que había tratado de disimular los defectos y las rayadas del disco con betún negro, lo estaba examinando con lupa.

Uno de los chicos del grupo era Charlie, que por primera vez desde hacía semanas se había molestado en pasar por la escuela. Destacaba del resto de la pandilla por su pelo plateado y zapatos de plataforma. No estaba tan atractivo y tenía un aspecto menos poético; la expresión se le había endurecido con el pelo corto y tenía los pómulos más marcados. Eso era la influencia de Bowie, lo sabía. Bowie, que por aquel entonces todavía se llamaba David Jones, había estudiado en nuestra escuela hacía ya varios años y ahí, en una fotografía de grupo tomada en los comedores, se reconocía su cara. A menudo se veía a chavales de la escuela arrodillados delante de aquel icono, rezando por convertirse en estrellas del pop y librarse así de una vida de mecánico, empleado de una agencia de seguros o ayudante de arquitecto. Pero, salvo Charlie, ninguno de nosotros tenía grandes expectativas. Teníamos más bien una combinación de tristes expectativas y esperanzas locas y, en mi caso, sólo esperanzas locas.

Charlie me ignoraba, al igual que ignoraba a la mayoría de sus amigos desde que había aparecido en la portada de Bromley and Kentish Times con su grupo Mustn't Grumble, después de un concierto al aire libre celebrado en el campo de deportes de la zona. El grupo llevaba dos años tocando, en bailes de escuelas, en pubs y como teloneros en un par de conciertos importantes, pero era la primera vez que se escribía sobre ellos. Aquella fama repentina había impresionado y trastornado a toda la escuela, profesores incluidos, que solían llamar «Nena» a Charlie.

A Charlie se le iluminó el rostro al ver a Helen y se acercó a nosotros. No tenía la menor idea de que la conociera. Helen se puso de puntillas y le dio un beso.

– ¿Cómo van los ensayos? -le preguntó Helen, atusándole el pelo.

– Estupendamente. Pronto vamos a tocar otra vez.

– Pues allí estaré.

– Y si no estás, no tocaremos -dijo.

Helen se echó a reír a grandes carcajadas. Entonces intervine yo. Tenía que meter baza.

– ¿Cómo está tu padre, Charlie?

Charlie me miró con ojos divertidos.

– Mucho mejor. -Y, dirigiéndose a Helen, añadió-: Mi padre está en el psiquiátrico. Sale la semana que viene y no deja de repetir que va a volver a casa con Eva.

– ¿En serio?

¿Eva iba a vivir de nuevo con su marido? Eso me sorprendió. Y también iba a sorprender a papá, seguro.

– ¿Y Eva está contenta? -le pregunté.

– Como muy bien sabrás, mariconcete, casi se muere del susto. Ahora le interesan otras cosas, otra gente, ¿no? Creo que papá va a recibir una patada que le va a mandar derecho a la casita de su mamá tan pronto como ponga los pies en casa. Y eso será el punto final entre ellos.

– ¡Dios mío!

– Pues sí, aunque de todos modos nunca me ha caído simpático. Es un sádico. Así en casa habrá sitio para otro. Nuestras vidas van a cambiar radicalmente muy pronto. Me encanta tu viejo, Dulzura. Me inspira.

Me sentí halagado y hasta estuve en un tris de decir: si Eva y papá se casan, tú vas a ser mi hermano y habremos cometido incesto. Pero conseguí mantener la boca cerrada. Aun así, la idea me produjo una punzada de emoción. Aquello significaba que, durante años y años, iba a estar ligado a Charlie, hasta mucho después de la escuela. Quería convencer a papá y a Eva de que vivieran juntos. Al fin y al cabo, ¿acaso no dependía sólo de mamá el que rehiciera su vida? A lo mejor hasta encontraba a alguien, aunque lo dudaba.

De pronto, aquella calle de las afueras retumbó a causa de una explosión tan fuerte que recordaba el bombardeo de la Luftwaffe de 1944. Las ventanas se abrieron, los tenderos se asomaron a la calle, los clientes dejaron de hablar del bacon y se volvieron, nuestros profesores dieron un respingo en los sillines de sus bicicletas cuando el estrépito les azotó como una fuerte ráfaga de viento, los chicos salieron de la escuela a todo correr y se acercaron a la verja; mientras que otros, los chicos duros, se encogían de hombros o se alejaban asqueados, escupiendo, maldiciendo y arrastrando los pies.

El Vauxhall Viva rosa tenía altavoces que escupían en cuadrifonía potentísima el «Hight Miles High» de los Byrds. En el asiento trasero iban dos chicas y conducía el Pez, el manager de Charlie, un tío guapo y alto que era ex alumno de un instituto privado. Se rumoreaba que su padre era almirante y hasta se decía que su madre era lady. El Pez llevaba siempre el pelo corto y ropa anodina, camisas blancas, trajes arrugados y zapatillas de tenis. No hacía la menor concesión a la moda, pero siempre conseguía tener un aspecto sofisticado y mundano. No se inmutaba por nada. Y aquel enigma viviente no tenía más que diecinueve años, poco más que nosotros, pero era elegante, no como nosotros, y lo considerábamos superior, la persona adecuada a quien dejar a cargo a nuestro Charlie. Prácticamente todas las tardes, cuando Charlie salía de la escuela, aparecía el Pez para llevárselo al estudio a ensayar con la banda.

– ¿Quieres que te deje en algún sitio? -le preguntó Charlie a Helen a voz en grito.

– ¡No, hoy no! ¡Hasta la vista!

Charlie se dirigió al coche a grandes zancadas. Cuanto más cerca estaba del coche, más nerviosas parecían las chicas, como si le precediera una ráfaga de viento que las hiciera estremecer. Cuando subió al coche y se sentó al lado del Pez, las chicas se abalanzaron sobre él y le besaron con entusiasmo. Charlie se estaba atusando el pelo con ayuda del retrovisor cuando el monstruo volvió a arrancar y se confundió en el tráfico, dispersando a un grupo de chavales que se habían arracimado en la parte delantera del coche y trataban de abrir el capó, ¡por el amor de Dios!, para examinar el motor. El grupito se dispersó enseguida mientras el coche se alejaba ya borroso. «¡Cabrón! -dijeron los chavales abatidos, deprimidos ante la belleza del acontecimiento ¡Cabrón de mierda!» Nosotros teníamos que regresar a casa, con nuestras madres, nuestras albóndigas con patatas y salsa de tomate, a estudiar vocabulario francés y a preparar la bolsa de deporte para el día siguiente. Charlie, en cambio, estaría con músicos, iría a los clubes a la una de la madrugada y quedaría con Aridrew Loog Oldham.

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[4] Purple haze, variedad de LSD. (N. de la T.)