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Shadwell me habló muy serio.

– Mira, Karim, éste es un grupo de actores muy caro, con talento y mucha experiencia. Son gente dispuesta a trabajar, con ganas de actuar y que siente un gran amor por su humilde oficio; gente entusiasta, voluntariosa y que sabe concentrarse. Ahora bien, por ti y sólo por ti entre los aquí presentes, se está retrasando el trabajo de todos. ¿Estás dispuesto pues a hacer esta concesión justificada al director con experiencia que te lo está pidiendo?

Me entraron ganas de salir de allí corriendo, de regresar al sur de Londres, a mi sitio, de donde me había atrevido a salir sin razón y con arrogancia. Odiaba a Shadwell y a la compañía entera.

– Sí -dije a Shadwell.

Aquella noche, en el pub, no me senté a la misma mesa que los demás actores, así que me quedé en la otra barra con mi jarra de cerveza y mi periódico. Despreciaba a todos aquellos actores por no haber dado la cara por mí y por burlarse de mi acento cuando había tenido que claudicar. Terry abandonó el grupo con el que estaba sentado y se acercó a mí.

– Venga, hombre -me animó-, tómate otra jarra. No te lo tomes tan a pecho. Los actores siempre tienen que tragar mierda.

«Los actores siempre tienen que tragar mierda» era su expresión favorita. Los actores siempre tenían que tragar mierda y uno tenía que aguantarse… mientras la injusta situación actual persistiera.

Le pregunté si la gente como Shitwell [5], como solíamos llamarle entre otras muchas cosas, seguiría tratándome a patadas después de la revolución, si todavía quedaban directores de teatro, o si a todos nos iba a tocar por turno decir a los demás dónde colocarse y qué ponerse. Terry nunca se lo había planteado, así que se quedó pensativo, con los ojos clavados en la jarra de cerveza y en una bolsita de patatas al bacon ahumado.

– No habrá directores de teatro -dijo, por fin-, Al menos eso creo. Lo tendrán que elegir los actores de cada compañía y, si luego resultara que les hace la pascua a todos, pues lo mandarán a paseo y lo devolverán a la fábrica de donde salió.

– ¿Fábrica? ¿Y crees que gente como Shadwell va a consentir que la metan en una fábrica?

Terry se mostraba evasivo; pisaba un terreno resbaladizo.

– Se le pedirá que lo haga.

– Ah, ¿por la fuerza?

– No existe motivo alguno para que sean siempre los mismos los que tienen que cargar con los trabajos de mierda, ¿no? No me gusta que haya gente que se dedique a ordenar a otros que hagan el trabajo que ellos mismos no tocarían.

Terry me gustaba mucho más que cualquiera de las personas a las que había conocido desde hacía tiempo, y hablábamos todos los días. Sin embargo, estaba convencido de que la clase trabajadora -de la que hablaba como si se tratara de una sola persona con una única voluntad- era capaz de los actos más insólitos. «La clase trabajadora va a encargarse de esos cabrones como si nada», solía decir cuando hablaba de las organizaciones racistas.

«La clase trabajadora está a punto de reventar», me decía otras veces. «¡Están hasta las narices del Partido Laborista! ¡Quieren una transformación de la sociedad y la quieren ahora!» Sus comentarios me traían a la memoria las urbanizaciones que había cerca de casa de mamá, donde la «clase trabajadora» se habría reído en las narices de Terry… eso si no les daba por retorcerle los huevos por haberse atrevido a llamarles clase trabajadora. Yo quería contarle que el proletariado de los suburbios tenía una conciencia de clase muy fuerte, de una virulencia cargada de odio, pero que sólo iba dirigida contra la gente que estaba por debajo de ellos. Pero discutir ciertas cosas con él era una pérdida de tiempo. Supongo que no quiso intervenir en mi discusión con Shadwell porque quería que la situación se deteriorara todavía más. Terry no era de los que creen en los asistentes sociales, políticos de izquierda, abogados radicales, liberales ni mejoras graduales. Quería que las cosas empeoraran, en lugar de mejorar, porque cuando tocaran fondo se produciría una transformación. Así que, para mejorar, todo tenía que empeorar; cuanto peor estuvieran las cosas mejor serían en el futuro, y no podían empezar a mejorar sin antes empeorar de una manera drástica. Así interpretaba yo sus opiniones y era algo que le sacaba de quicio. Me pidió que me afiliara al Partido. Tenía que hacerlo para demostrar que mi compromiso con la lucha contra la injusticia era algo más que palabras vanas. Yo le dije que me afiliaría gustoso con una condición: tendría que besarme. A mi parecer, eso demostraría su voluntad de superar el sentido de la moralidad burguesa que llevaba dentro. Entonces me dijo que quizá no estuviera preparado aún para afiliarme al Partido.

La pasión de Terry por la igualdad tenía fascinada a la parte más pura de mi ser, mientras que el odio que sentía por la autoridad establecida hacía mella en el resentimiento que yo ya sentía. Con todo, a pesar de que odiaba la falta de igualdad, eso no significaba que ambicionara que me trataran como a todo el mundo. Me daba perfecta cuenta de que lo que me gustaba de papá y de Charlie era su obstinación por destacar sobre los demás. Me fascinaba el poder que tenían y la atención que se les dispensaba. Me gustaba el modo que tenía la gente de admirarles y de perdonarles cualquier cosa. De modo que, a pesar de la bufandita amarilla que me aplastaba los huevos, el maquillaje marrón y el acento, disfrutaba sabiéndome el centro de toda la obra.

De pronto me dio por empezar a pedir pequeños favores a Shagbadly [6]. Exigía una pausa más larga, o ¿me podría llevar alguien a casa en coche?, ¡estoy tan cansado! Tenía que haber té de Assam (con una pizquita de lapsang souchong) listo a todas horas durante los ensayos. ¿Podría aquel actor correrse un poco hacia la derecha? No, un poquito más. Empecé a darme cuenta de que podía pedir todo cuanto me hiciera falta y gané seguridad.

Como pasaba poco tiempo en casa, ya no estaba en situación de llevar tan bien las cuentas como antes en mi calidad de testigo del Gran Amor. Lo que sí noté, sin embargo, es que aquel interés casi ensimismado de Eva por cualquier nimiedad relacionada con papá se había esfumado. Cada vez veían menos películas de Satyajit Ray, iban a los restaurantes indios con menor frecuencia y Eva había abandonado sus estudios de urdu y ya no escuchaba música de sitar a la hora del desayuno. Tenía ya otros intereses. Estaba preparando una gran ofensiva: planeaba el asalto definitivo de Londres.

Todas las semanas se celebraban fiestas y pequeñas cenas en el piso, lo cual me fastidiaba muchísimo, porque siempre tenía que esperar a que todo el mundo hubiera acabado de llenar el aire con sus opiniones sobre la última novedad literaria para poder acostarme en el sofá. Y, a menudo, después de un día entero de ensayos, tenía que soportar a Shadwell en la cena y oírle hablar de lo bien que iba su trabajo en El libro de la selva y lo «expresionista» que le estaba quedando. Afortunadamente, Eva y papá salían con mucha frecuencia, pues Eva aceptaba todas las invitaciones que recibían de directores, novelistas, colaboradores editoriales, correctores de pruebas, maricas y quienquiera que la conociera.

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[5] Variación del apellido Shadwell. Shit: mierda, cagar; Shitwelclass="underline" Caga bien. (N. de la T.)

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[6] Variación del apellido Shadwell. Shag: follar, badly: mal. Shagbadly: Folla mal. (N. de la T.)