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De ahí que la aparición de Pyke despertara tanto entusiasmo. Era la visita más importante que habíamos tenido. Disponía de compañía propia y, además, no tenías que pasar por él para llegar a contactar con alguien de peso: Pyke tenía peso por derecho propio. ¿Qué le habría traído a nuestro ínfimo espectáculo? No nos cabía en la cabeza, pero enseguida me di cuenta de que Terry se lo tomaba con mucha tranquilidad.

Antes del comienzo de la función, algunos nos metimos en la cabina del luminotécnico y vimos cómo Pyke tomaba asiento vestido con pantalones de dril y camiseta blanca; todavía llevaba el pelo largo. Iba acompañado de su esposa, Marlene, una rubia de mediana edad. Le estuvimos observando mientras estudiaba el programa e iba pasando las páginas una a una, examinando nuestras caras y las cuatro líneas de biografía que había impresas al pie.

Los que no cabían tuvieron que esperar fuera a que les llegara el turno para echar un vistazo a Pyke. Yo no decía palabra, pero es que no tenía ni la menor idea de quién podía ser ese Pyke y de qué había hecho. ¿Obras de teatro?, ¿películas?, ¿ópera?, ¿televisión? ¿Era norteamericano? Por fin decidí preguntárselo a Terry, porque sabía que no iba a burlarse de mi ignorancia. Terry me hizo un retrato completo sin hacerse de rogar y parecía saber lo suficiente de Pyke como para escribir su biografía.

Pyke era la estrella del floreciente teatro alternativo, uno de los directores más originales en activo. Había trabajado y enseñado en el Magic Theater de San Francisco, había hecho terapia con Fritz Perls en el Esalen Institute de Big Sur, había trabajado en Nueva York con Chaikin y La Mama. En Londres había fundado su propia compañía, The Movable Theatre, con un par de compañeros de Cambridge y estrenaba con ellos un par de espectáculos estupendos al año.

Las obras llegaban a Londres al final de la gira de rigor por todos los centros artísticos, clubes juveniles y talleres de teatro. Toda la gente de los círculos famosos asistía al estreno de Londres: había estrellas de rock celebérrimas, actores como Terence Stamp, radicales como Tariq Ali, la mayoría de la gente importante del mundo del espectáculo y hasta un poco de público. En los espectáculos de Pyke hasta los fantásticos entreactos eran noticia, ocasiones memorables en las que aquel público tan a la moda se paseaba vestido a lo campesino chino, a lo obrero industrial (con mono de faena) o a lo rebelde sudamericano (boina).

Como era de esperar, Terry tenía una visión muy concreta de todo aquel asunto y, mientras nos cambiábamos para la función de aquella noche cargada de expectativas, se dirigió a todos los actores como si acabara de tomar la palabra en un mitin político.

– ¡Camaradas! ¿En qué consiste el trabajo de Pyke? Reflexionad un momento. ¿Qué es, al fin y al cabo, sino un vanidoso y reformista politiqueo «de izquierdas»? Es muy burdo que los actores se hagan pasar por miembros de la clase trabajadora cuando sus padres son neurocirujanos. Y esas actrices voluptuosas… mucho más guapas que cualquiera de vosotras, que Pyke elige y acaricia una a una. ¿Por qué tienen que actuar siempre desnudas? ¿Os lo habéis preguntado alguna vez? Eso es tragar mierda, camaradas. ¡Tragar mierda de verdad!

Todos los actores trataron de acallar a Terry.

– ¡Eso no es tragar mierda! -le gritaron-. Por lo menos es un trabajo decente, comparado con El libro de la selva, las películas policíacas y los anuncios de cerveza.

A estas alturas, Terry ya se había quitado los pantalones y había un par de actrices que estaban espiando por un hueco del telón, mientras Terry se disponía a soltarnos una arenga sobre su opinión de Pyke. Colocó los pantalones en una percha con mucha parsimonia y luego la colgó en la barra que todos compartíamos en el camerino. Le encantaba que las chicas admiraran la solidez de sus piernas, del mismo modo que le gustaba también que admiraran la solidez de sus ideas.

– Sí, claro -dijo-. Tenéis razón. Hay algo de verdad en lo que decís. Es mejor que joderse. Mucho mejor. Por eso mismo, camaradas, he mandado mis datos a Pyke.

Todo el mundo protestó. Sin embargo, con la impresionante presencia de Pyke entre el público, teníamos muy buenos motivos para desahogarnos saltando con energía por el andamiaje. Fue la mejor función de todas y, aunque sólo fuera una vez, duró lo que tenía que durar. Últimamente solíamos acortar la función de noche unos diez minutos para poder estar más rato en el pub. Después del espectáculo, nos cambiamos a toda prisa, sin entretenernos con las peleas y bromitas de costumbre y sin tratar de bajarnos los calzoncillos los unos a los otros. Como es natural, yo fui el más lento, porque también era el que más me tenía que quitar. Como no había ni una sola ducha que funcionara, tuve que desmaquillarme con crema, y luego enjuagarme con agua del lavabo. Terry me esperaba con impaciencia. Cuando estuve listo ya sólo quedábamos los dos, así que le rodeé con mis brazos y le di un beso.

– Venga -me dijo-, vamonos. Pyke me está esperando.

– Quedémonos aquí un ratito.

– ¿Para qué?

– Me estoy planteando afiliarme al Partido -le expliqué-. Y quiero que me aclares unas cuantas dudas ideológicas que tengo.

– ¡Venga ya! -soltó y se apartó de mí-. Y que conste que no es porque esté en contra de esto -añadió.

– ¿De qué?

– De tocarse.

Pero estaba en contra.

– Lo que pasa es que ahora tengo que pensar en mi futuro. Mi llamada ya está aquí, Karim.

– ¿Ah, sí? -me sorprendí-. ¿Así que era eso? ¿Esta era la llamada?

– Sí, ésta es la puñetera llamada -dijo-, Y date prisa, por favor.

– Abróchame los botones -le pedí.

– ¡Por Dios! ¡Mira que eres estúpido! De acuerdo, venga, que Pyke me está esperando.

Nos encaminamos al pub enseguida. Era la primera vez que veía a Terry tan ilusionado por algo. Deseaba con todas mis fuerzas que le contrataran.

Pyke estaba acodado en la barra con Marlene bebiendo una jarra pequeña de cerveza a sorbitos. No encajaba con el prototipo de bebedor. Tres actores de la compañía se le acercaron y hablaron un poquito con él. Pyke les respondió, pero por lo demás apenas pareció molestarse en mover los labios. Y entonces Shadwell entró y, al ver a Pyke, nos saludó con un desdeñoso movimiento de cabeza y se marchó. En lugar de acercarse a Pyke, Terry me condujo hasta la mesa del rincón y, sentados entre los viejos que iban allí a beber a solas todas las noches, se fumó sus cigarrillos liados con toda la calma del mundo mientras alternábamos los sorbos de cerveza con el chupito de whisky de costumbre.

– Pyke no es que demuestre demasiado interés por ti -le hice notar.

Pero Terry tenía confianza.

– Ya vendrá. Es muy frío… ya sabes cómo es la gente de clase media. No tienen sentimientos. Supongo que pretende que mi experiencia proletaria dé un cierto toque de autenticidad a sus pueriles ideas políticas.

– Pues dile que no -le aconsejé.

– Pues a lo mejor lo hago. Los críticos siempre definen su trabajo como «austero» y «riguroso» sólo porque le gustan los escenarios vacíos y desnudos y los teatros con obra de ladrillo visto y sin decorados. ¡Como si a mi madre y a la gente proletaria les gustaran este tipo de cosas! Lo que ellos quieren son butacas cómodas, grandes ventanales y bombones.