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– Hambre, ¿eh? -comenté y luego me senté y empecé a sacar de la bolsa cajitas y cajitas que rezumaban grasa.

– Vivo del subsidio de desempleo, Karim. No como más que patatas y, a la que me descuide, puede que hasta me encuentren un trabajo. ¿Y cómo iba yo a trabajar y a cuidar de Leila Kollontai al mismo tiempo?

– ¿Dónde se ha metido todo el mundo?

– El señor Simón, el padre de la criatura, está en América. Lleva ya mucho tiempo fuera dando conferencias sobre la historia del futuro. Es un gran hombre, yaar, aunque no supieras apreciarle en lo que vale.

– ¿Y Jamila? -pregunté-. La he echado de menos.

– Está arriba, sana y salva. Pero no va a alegrarse de verte, ¡ni lo sueñes! Lo que más le apetecería sería pasarte los huevos por la barbacoa y zampárselos con unos cuantos guisantes. ¿Te vas a quedar mucho rato?

– ¡Pero, Burbuja, gordinflón de mierda! ¿Por qué me hablas así? Soy yo, Dulzura Jeans, tu único amigo, ¿recuerdas? Y he venido de muy lejos hasta esta especie de ciénaga del sur de Londres sólo para verte.

Changez meneó la cabeza, me entregó a Leila Kollontai, que tenía una cara regordeta y la piel olivácea, y arrancó la tapadera a todas las cajas. Una vez hecho esto, espolvoreó las espinacas con pimienta de Cayena y empezó a metérselas en la boca con los dedos. A Changez no le gustaban los platos que tuvieran su sabor natural.

– He estado en América trabajando en una obra de teatro político -dije, como quien no le da importancia.

Luego pasé a contarle con detalle lo que había estado haciendo, a alardear de las fiestas a las que me habían invitado, de la gente a la que había conocido y de las revistas que me habían publicado entrevistas. Y, sin embargo, Changez no me hacía el menor caso y seguía empapuzándose. Sin embargo, al ver que yo seguía, me interrumpió:

– ¡Eres un imbécil, Karim! ¿Qué piensas hacer al respecto? ¡Jammie nunca te perdonará que no fueras a dar la cara a la manifestación! Eso es lo que debería preocuparte, yaar.

Aquello me hirió. Nos quedamos los dos en silencio. Por lo demás, Changez no parecía sentir el menor interés por cuanto pudiera decirle, así que me vi obligado a preguntarle por sus asuntos.

– ¡Ya puedes estar contento, eh, ahora que Simón no está y tienes a Jamila para ti sólito! ¿Algún progreso?

– Aquí todos progresamos. Y hay una mujer que está avanzando a pasos agigantados.

– ¿Dónde?

– Me refiero a la amiga de Jamila, idiota.

– ¿Jamila tiene una amiga? ¿He oído bien? -me sorprendí.

– Creo que he hablado alto y clarito. Ahora Jammie quiere a dos personas, eso es todo. No es tan difícil de comprender: quiere a Simón, pero no está; quiere a Joanna y ella sí está. Así me lo ha contado ella.

Le miré totalmente maravillado. ¿Quién le hubiera dicho, al dejar Bombay, que le esperaban semejantes complicaciones?

– ¿Y tú qué dices a todo esto?

– ¿Eh? -Se le veía incómodo. Era como si no quisiera que se dijera una palabra más sobre el asunto: caso cerrado. Esa era su manera de arreglar las cosas y tampoco le iba tan mal-. ¿Yo? ¿A qué te refieres exactamente? -Y podría haber añadido: «Ya que insistes en seguir hablando del asunto.»

– Me refiero exactamente a cómo se las arregla alguien como tú, Changez, con todo ese bagaje de prejuicios que no dejan prácticamente títere con cabeza, para aceptar el hecho de estar casado con una lesbiana.

Mi explicación le afectó mucho más de lo que me había imaginado. No conseguía dar con las palabras.

– Es que no lo estoy, ¿o sí lo estoy? -consiguió articular por fin enarcando las cejas.

Ahora el perplejo era yo.

– ¿Cómo quieres que lo sepa? -le dije-. ¿No me has dicho que se querían?

– El amor, sí claro! ¡Yo estoy a favor del amor! -declaró-, y en esta casa todo el mundo trata de amarse.

– Me parece muy bien.

– ¿Tú no estás a favor del amor? -me preguntó, como si deseara fervientemente establecer un vínculo entre nosotros.

– Sí.

– ¿Pues entonces? -me dijo-. Todo cuanto haga Jamila me parece bien. No soy un tirano fascista, eso lo sabes muy bien. No tengo prejuicios, salvo contra los paquistaníes, como es natural. Así que, ¿qué querías decir con eso? ¿Qué tratabas de…?

En aquel preciso instante se abrió la puerta y apareció Jamila. Parecía más delgada y mayor, pues tenía los pómulos ligeramente salidos y más arrugas en los ojos, pero al mismo tiempo se adivinaba en ella un no sé qué más ligero, menos formal, menos serio. Tuve la sensación de que se reía con mayor facilidad. Estaba canturreando una canción reggae y se acercaba y alejaba de Leila esbozando unos pasitos de baile. La acompañaba una mujer que aparentaba diecinueve años, pero que yo supuse mayor, sobre los treinta. Tenía un rostro franco y fresco y un cutis precioso. Llevaba el pelo corto, con mechas azules. Una camisa de trabajador roja y negra y téjanos. Al ver a Jamila hacer piruetas, la chica se reía y aplaudía sin parar. Me la presentaron como Joanna y me sonrió, pero luego se me quedó mirando con tal fijeza que empecé a preguntarme si habría hecho algo malo.

– Hola, Karim -me saludó Jamila y se alejó de mí al ver que me levantaba a abrazarla.

Jamila cogió a Leila Kollontai en brazos, preguntó si se había portado bien y se puso a mecerla y a darle besos. Al ver a Jammie y a Changez hablar me llamó la atención el nuevo tono con el que se dirigían el uno al otro. Escuché con mayor atención. ¿Qué era exactamente? Era respeto. Se trataban el uno al otro sin condescendencia ni recelo: de igual a igual. ¡Lo que habían cambiado las cosas!

En aquel momento Joanna me estaba preguntando:

– ¿No nos conocemos de alguna parte?

– No, no creo que nos hayan presentado.

– Es verdad, tienes razón. Pero de todos modos estoy segura de que te tengo visto.

Y siguió mirándome fijamente, sin salir de su asombro.

– ¡Pero si es un actorazo muy famoso! -intervino Jamila-.¿No es verdad, cariño?

Joanna hizo un gesto de victoria.

– ¡Eso es! Vi la obra en la que actuabas y, además, me encantó. Estabas estupendo. Un espectáculo divertido de verdad.-Y se volvió hacia Changez-. Pero si a ti también te gustó, ¿no? Recuerdo que fuiste tú el que me convenció de que fuera. Me dijiste que era una obra muy rigurosa.

– Pues no creo que me gustara tanto como te dije -murmuró Changez-. Lo que recuerdo de la obra ha dejado poca huella en mi memoria. ¿No era una cosa de blancos, Jammie?

Y Changez miró a Jamila buscando su apoyo, pero Jamila estaba atareada dando de mamar al bebé.

Afortunadamente, Joanna no se dejó amilanar por el cerdo gordinflón de Changez.

– Pues a mí me encantó tu actuación -comentó.

– ¿Y tú a qué te dedicas?

– Al cine. Jamila y yo estamos rodando un documental juntas -me explicó y se volvió hacia Changez-. Precisamente ya tendríamos que estar en la cama. Por cierto, sería maravilloso volver a tener pomelo y tostadas para desayunar.

– Desde luego -se apresuró a decir Changez, con expresión alegre, pero con una mirada nublada por la preocupación. No te preocupes por eso. Mañana a las nueve en punto Jamila y tú tendréis pomelo y tostadas.

– Gracias.

Joanna dio un beso de buenas noches a Changez, pero, tan pronto como le dio la espalda, Changez se limpió la mejilla. Jamila dejó a Leila Kollontai a cargo de Changez, tendió la mano a Joanna y se marcharon juntas. Las estuve observando mientras se alejaban y luego me volví hacia Changez, que evitaba mis ojos. En realidad, estaba enfadado, tenía la vista fija al frente y meneaba la cabeza.