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– Aquí casi la ganan también, y ahora son criminales de guerra. Me pregunto dónde estarían los chicos de Tinturas de Estados Unidos si la cosa hubiera acabado al revés.

– Eso es algo espantoso de decir viniendo de un estadounidense.

Tommy alzó su vaso.

– Pero usted defendería hasta la muerte mi derecho a decirlo. -Se percató de la expresión de desconcierto de Breimer y añadió-: Oliver Wendell Holmes. Otro agitador del Departamento de Justicia.

– No, lo dijo Voltaire -dijo con serenidad el doble del juez Harvey; su primera intervención-. Si es que lo dijo. Seguramente también a él lo citaron mal. -Y le dirigió a Tommy una sonrisa taimada.

– Bueno, alguien lo dijo -siguió Tommy-. De todas formas, la idea es buena. ¿No le parece? -le dijo a Breimer con la copa aún levantada.

Breimer se lo quedó mirando unos instantes, un político valorando a un espontáneo. Después levantó su copa con una sonrisa forzada.

– Por supuesto que sí. Por el Departamento de Justicia, y por los caballeros de la prensa.

– Benditos sean sus corazoncitos -dijo Ron.

Bebieron. Breimer se volvió hacia Ron y posó su mano carnosa sobre un papel que había en la mesa.

– Aunque los informes de Clay van directos a Ike -dijo, como si no los hubiesen interrumpido en todo ese rato.

– Exacto -repuso Ron enseguida, antes de que Tommy pudiera intervenir de nuevo-. Aquí el ejército está para ofrecer apoyo, pero el GM informa directamente a Ike. Al Consejo de Control Aliado, técnicamente, que son Ike, Ismay y Zhukov. Nosotros somos el USGCC, el Consejo de Control del Grupo de Estados Unidos.

Dibujaba recuadros en el papel, un organigrama.

– El Consejo de Control es la máxima autoridad del país, al menos hasta la firma del acuerdo, pero el verdadero trabajo está aquí, en el Comité de Coordinación, que son Clay, como representante de Ike, y los demás representantes de los Aliados. Por debajo de Clay está todo el personal ejecutivo, como el coronel Muller, aquí presente -dijo volviéndose hacia el juez Harvey, que asintió con la cabeza.

– Es agradable ponerle cara a un recuadro -dijo Breimer con entusiasmo, pero Ron ya estaba avanzando página abajo.

– Después vienen los despachos funcionales: Asuntos Políticos, Servicios Secretos, Control de Información, etcétera.

Jake contemplaba las líneas y los recuadros que se repartían por toda la página como una especie de árbol genealógico burocrático.

– Las divisiones funcionales de aquí abajo son las que trabajan con los alemanes: Transporte, Recursos Humanos, Justicia, etcétera.

Breimer estudiaba el organigrama con atención, estaba familiarizado con la visión del mundo como pirámide de recuadros.

– ¿Dónde entra Francfort?

– Bueno, eso es la sección G-cinco del USFET, el Teatro de Operaciones Europeo de las Fuerzas de Estados Unidos, sección de asuntos civiles.

– USFET. Joder, el ejército tiene más sopas de letras que el New Deal -comentó Breimer.

Estaba claro que ésa era su idea de un chiste, porque levantó la mirada. Ron le sonrió con cortesía.

– Dicho de otra manera, solapamiento de competencias -añadió Breimer.

Ron volvió a sonreír.

– Eso no sabría decírselo.

– No hace falta. -Sacudió la cabeza-. Si dirigiéramos así un negocio, nunca haríamos dinero.

– No estamos aquí para hacer dinero -dijo Muller con su voz calmada.

– No. Para gastarlo -repuso Breimer, aunque con afabilidad-. Tal como pintan las cosas, tenemos a todo un país que necesita ayuda, y el que paga la cuenta es el contribuyente norteamericano. Menuda paz.

– No podemos dejar que se mueran de hambre.

– Que yo vea, aquí nadie se está muriendo de hambre.

Muller se volvió para mirarlo con una expresión grave y bondadosa, el juez Harvey que alecciona a su hijo Andy:

– La ración oficial es de mil quinientas calorías diarias. En la práctica se acerca más a las mil doscientas, a veces incluso menos. Eso es poco más que en los campos de concentración. Se mueren de hambre. -Su voz, tan precisa y racional como uno de los recuadros de Ron, acalló a Breimer-. A menos que trabajen para nosotros -prosiguió con calma-. Entonces tienen asegurada una comida caliente todos los días y cuantas colillas de cigarrillo puedan gorrear. -Hizo una pausa-. Es a ésos a quienes vemos.

Jake miró al hombre que recogía los platos en silencio y se dio cuenta de lo mucho que le bailaba el cuello de la camisa. Le quedaba enorme.

– Aquí nadie quiere que los alemanes se mueran de hambre -dijo Breimer-. No soy de la línea dura en cuanto a la paz. Eso el loco de Morgenthau, del Tesoro. -Miró a Tommy-. Otro de sus antimonopolios, por cierto. Quiere convertirlos a todos en granjeros y desmontar el país. Lo más idiota que he oído en la vida. Claro que esa gente tiene sus propios planes.

– ¿Qué gente? -preguntó Tommy, pero Breimer hizo caso omiso y siguió con su discurso:

– Yo soy realista. Lo que tenemos que hacer es conseguir que este país vuelva a ponerse en pie, no que viva de ayudas. Cuidado, no le estoy diciendo que su gente no esté haciendo un buen trabajo. -Eso se lo dijo a Muller, que asintió con cortesía-. Llevo dos semanas en Alemania y puedo decirle que nunca me había sentido tan orgulloso de ser estadounidense. Todo lo que he visto… Pero, joder, mire esto. -Señaló al organigrama-. No se puede hacer mucho si se tiene una presencia tan dispersa en el terreno. Un grupo aquí, otro en Francfort…

– Creo que el general Clay tiene intención de aunar los esfuerzos de las diferentes organizaciones -dijo Ron.

– Bien -dijo Breimer, molesto por la interrupción-. Por algo se empieza. Y aquí veo todo otro grupo sólo para Berlín.

– Bueno, verá, la ciudad se gestiona conjuntamente, así que no hay otra opción -dijo Ron, aún con su organigrama-. El Comité de Coordinación creó la Kommandatura para el gobierno de Berlín. Ese es Howley… Lo veremos después de a Clay.

– Kommandatura -repitió Breimer-. ¿Eso es en ruso?

– Es más internacional que ruso, me parece -contestó Ron, con evasivas-. Todo el mundo estuvo de acuerdo.

Breimer soltó un bufido.

– Los rusos. Le diré una cosa, aún no habremos conseguido que esta gente vuelva a ponerse en pie y ya estarán aquí los rusos, eso seguro.

– Bueno, es una forma de detener el desgaste del contribuyente norteamericano -dijo Tommy-. Que se encargue Iván de la cuenta.

Breimer lo fulminó con la mirada.

– La cuenta no es lo único de lo que se encargará. En fin, ustedes diviértanse -dijo, reclinándose en el respaldo-. Ya me he puesto a dar discursos y les estoy aguando la fiesta. Mi mujer siempre dice que no sé cuándo parar. -Ofreció una sonrisa calculada, pensada para desarmar al público-. Es sólo que, no sé, detesto ver tanto desperdicio. Eso es algo que se aprende en los negocios. -Volvió a mirar a Tommy-. A ser realista. -Sacudió la cabeza-. Las cuatro des. Lo que habría que hacer es poner a esa gente a trabajar en lugar de darles panfletos, desmantelar sus empresas y perder el tiempo buscando nazis debajo de todas las camas.

Un plato cayó al suelo y se rompió; todos se volvieron hacia la puerta. El anciano, alterado, miraba los añicos mientras el estadounidense bajo y nervudo que acababa de tropezar con él lo sostenía por el codo. Durante unos instantes nadie se movió, todos quedaron paralizados como en un fotograma de película, y después el rollo volvió a girar y todos se precipitaron hacia delante como en una escena cómica: la mujer de pelo gris llegó corriendo con las manos en las mejillas, el anciano empezó a lamentarse, el estadounidense se disculpaba en alemán. Al agacharse para ayudar a recoger los añicos, los expedientes que llevaba bajo el brazo se le cayeron al suelo y formaron una montaña de papeles sobre la vajilla rota. Más disculpas azoradas en alemán por parte del anciano. A Jake le pareció demasiado alboroto sólo por un plato. Tal vez fuera el miedo a perder un trabajo con una comida caliente al día. Al final la mujer apartó a los dos hombres del plato roto y, con una reverencia, dispuso una silla para el recién llegado.