Las gaitas casi habían desaparecido ya y Shaeffer avanzó un paso, pero la unidad que esperaba detrás avanzó también y una nueva hilera de cabezas lo hizo desaparecer de la vista. ¿Cuánto tardaría en cruzar? Cerca de la Puerta de Brandeburgo estalló un rugido intermitente, como un trueno, y Jake desvió la mirada involuntariamente hacia el desfile. Tanques soviéticos, pesados y enormes, machacando el ya maltrecho pavimento y avanzando raudos, negándose a aguardar ociosos. Shaeffer ni tan siquiera se había molestado en mirar, sus ojos seguían congelados donde habían estado, en Jake. El rostro de Sikorsky en la fotografía de Liz, sin prestar atención a la multitud de Tempelhof. Shaeffer. «Siga las claves.» Shaeffer, que tenía el arma adecuada, que había sido el interrogador en Kransberg. La oportunidad perfecta, la tapadera perfecta. Libre de sospecha por haber cazado a los ingenieros de Zeiss -¿sin ningún valor?-, mientras se dedicaba a escoger al equipo de los misiles. Podría haberle dado el soplo a Sikorsky antes de la reunión en el Adlon. Había ido en busca de los documentos. Y, por último, lo único que en realidad importaba: estaba allí, y sabía que Jake estaría allí. El hombre que ahora esperaba para cruzar la calle.
Jake echó un vistazo rápido tras él. Ni rastro de Gunther, tan sólo un pequeño claro abierto en el parque. «Dos para hacer saltar la trampa.»
Pero ¿por qué molestarse? Lo único que quería era saberlo. Ahora sólo se trataba de llevarse a Emil antes de que Shaeffer lo cogiera. El jeep estaba en la misma Chausee, algo más abajo, cerca pero demasiado lejos para llegar hasta él si los perseguían. Otro vistazo a un lado, el único lugar donde podía estar Gunther. Ningún civil, sólo uniformes. «Quiero que me traiciones», había dicho, y tal vez Gunther lo había hecho, manteniendo así, después de todo, sus opciones abiertas. ¿O lo había atrapado ya Shaeffer y lo retenía en algún lugar, para asegurarse la jugada? Jake tomó a Emil por un brazo. Vio a Shaeffer estirar el cuello y avanzar de nuevo, dispuesto a apresurarse.
– ¿Qué pasa? -preguntó Emil, molesto.
Si se movían, él echaría a correr entre el desfile. Jake volvió a rastrear el público; todos extraños a excepción de Shaeffer, ni la menor protección. Esperó a los tanques. Ni tan siquiera Shaeffer se precipitaría entre tanques en movimiento. Sostenerle la mirada, hacerle creer que esperarían, inmóviles.
– Escúchame -dijo Jake con una voz neutra, sin apenas mover los labios para que Shaeffer no pudiera interpretar expresión alguna en su rostro-. Tenemos que llegar al palco de la prensa. Después de los tanques. Cuando te avise, sígueme deprisa.
– ¿Qué ocurre?
– No importa. Hazlo.
– Otro truco -comentó Emil.
– No mío. De los rusos. Han enviado a alguien a por ti.
Emil lo miró con aprensión.
– ¿A por mí?
– Tú sólo haz lo que te digo. Prepárate.
Ruido de metal pesado a medida que los tanques iban llegando frente al palco. Zhukov levantó un brazo, henchido y solemne. Algo más abajo, Shaeffer permanecía rígido, con la mirada aún clavada en el frente, como si pudiera ver a través de las placas de acero como veía por los huecos que se abrían entre ellas. Cuando la mitad de la unidad hubo pasado, los tanques se detuvieron, aunque con los motores vibrando aún con fuerza, y empezaron a hacer girar las torretas a modo de saludo. Por un instante, mientras la hilera de torretas giraba, Shaeffer desapareció tras los largos tubos. Ahora.
Jake avanzó hacia la izquierda, hacia el frente de la unidad, pero las torretas seguían girando y Shaeffer atisbo entre ellas el espacio repentinamente vacío. Alargó el cuello, alarmado. Saltó de la acera y se internó a toda prisa entre las dos filas de tanques. ¿Cuánto tardaría? Segundos. Jake miró atrás. Gunther seguía sin aparecer. En realidad, allí no acudía nadie. Una espalda a la vista. Las torretas casi habían completado ya el círculo y los tanques se disponían a proseguir la marcha; pronto se convertirían en una impenetrable pared en movimiento, con Shaeffer en el mismo lado del desfile que ellos.
Jake agarró a Emil por un brazo y lo arrastró frente a la hilera de tanques más próxima; los motores ensordecedores ahogaron sus protestas. Correr. ¿Podría verles alguien desde las torretas y no obedecer la orden de empezar a avanzar? El crujido del cambio de marcha. Jake tiró del brazo de Emil en su carrera cuando las bandas de rodamiento crujieron y echaron a andar. Corrían hacia la izquierda, hacia el frente de la hilera. Bastaría con resbalar para caer debajo de uno. Estaban a punto de alcanzar el último tanque cuando vio que el vehículo se acercaba demasiado deprisa. Se detuvo en seco y trató de mantener el equilibrio; Emil chocó contra su cuerpo, repentinamente inmóvil, y quedó entre dos tanques, esperando a que la columna acabara de pasar. Detrás del último tendrían justo el espacio suficiente, si calculaba bien. Mantuvo la mirada fija en las bandas, casi contándolas, y se precipitó hacia delante en cuanto pasó el tanque.
– ¡Vamos! -gritó, y tiró de la manga en dirección al atónito público.
Esquivó por centímetros la siguiente banda, pero consiguieron cruzar.
– ¿Dónde está el incendio? -le espetó un soldado, pero él siguió caminando, abriéndose paso entre cuerpos hasta que quedaron rodeados y volvieron a formar parte de la muchedumbre. No se detuvieron hasta llegar a la parte posterior del palco de la prensa, donde trataron de recuperar el aliento.
– ¿Te has vuelto loco? -le preguntó Emil, pálido.
– Sube ahí y quédate con Brian, el hombre del Adlon. Te conoce. Intenta que no se te vea y no vayas a ninguna parte, con nadie. ¿Lo has entendido?
– ¿Adonde vas tú?
– A divertirme un poco.
– ¿Aún no estamos a salvo? -Emil parecía inquieto.
¿Lo estaban? ¿Quién iba a capturarlos en presencia de la prensa? Al fin y al cabo eso daba más seguridad que el mismísimo ejército. Pero ¿quién sabía lo que iba a hacer Shaeffer? Era su última oportunidad.
– Sigue por ahí, y podría no estar solo.
Un hombre capaz de hacerse con uniformes rusos para llevar a cabo una incursión. Jake se volvió.
– ¿Vas a dejarme aquí? -insistió Emil, y miró a su alrededor en busca de un resquicio por el que echar a correr.
– Ni se te ocurra. Lo creas o no, soy tu mejor opción, de modo que estamos atados el uno al otro. Ahora, sube. Volveré.
– ¿Y si no vuelves?
– Entonces todos tus problemas se habrán acabado, ¿no crees?
– Sí -admitió Emil, sin dejar de mirarle-. En efecto.
– Pero estarías en un tren camino de Moscú. Te sobraría tiempo para pensar. Haz lo que te digo si quieres salir de aquí con vida. Vete, ya.
Emil vaciló unos segundos, luego colocó una mano en el balaústre de madera de la escalera y empezó a subir. Jake se abrió paso de nuevo hasta la primera fila de espectadores. Tenía que atraer la atención de Shaeffer antes de que él mirara al palco, pero su mirada ya buscaba con desesperación entre la muchedumbre que rodeaba a Jake, y se detuvieron con el ceño fruncido por la sorpresa al posarse en su rostro. Otra unidad rusa pasaba en rígida formación. Alejarlo del palco. Jake empezó a desplazarse a la izquierda justo por detrás de la primera fila, aún visible pero rodeado por otras cabezas, para que cualquiera de ellas pudiera ser la de Emil. Shaeffer lo seguía por el otro lado de la calle; su espigada corpulencia se estiraba sobre la multitud para no perder de vista a Jake. Jake se mezcló entre el público, más denso cerca de la Puerta. Dejó atrás grupos de indistintos soldados estadounidenses. Tenía que alejarse del palco. Miró más allá de las columnas de soldados que desfilaban. Allí seguía, mirándole, los mismos ojos decididos, exasperados, en busca de una grieta en la fila. Debía de haber visto ya que sólo la cabeza de Jake bajaba por la calle, que Emil se había quedado atrás, en algún lugar. ¿Por qué lo seguía? No era una maniobra de distracción, sabía lo que se hacía. Primero, Jake; después regresaría a por Emil, que le creería, aliviado al ver a su cordial interrogador, y cerraría su propia trampa.