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Jake vio la Puerta de Brandeburgo adornada con los Tres Grandes. A partir de ahí, la calle se ensanchaba y se abría a Pariserplatz, donde había una gran muchedumbre entre la que sería más fácil perderse. Más tropas rusas, fusiles al hombro; la cabeza rubia seguía sobresaliendo por encima de las demás y moviéndose con Jake entre filas de casacas grises. Detrás de ellos, más allá de la Puerta, un alto en la marcha, un hueco suficientemente amplio. Shaeffer cruzaría por él. Jake aceleró el paso para intentar ganarle ventaja. Pasó junto a la Puerta y avanzó hacia la atestada plaza. Una banda tocaba Stars and Stripes Forever. Volvió la vista atrás. Como temía, Shaeffer corría por el espacio abierto para cruzar antes de que la banda lo ocupara. Ya estaba en su mismo lado. Jake miró hacia el final de Unter den Linden; las aceras estaban ocupadas por los rusos. Tendría que fundirse en la multitud, retroceder hacia el Reichstag. Sin embargo, la concurrencia era más densa allí, una tapadera pero también un obstáculo que lo frenaba. Detrás de él, por encima de la música, oyó a Shaeffer gritar su nombre. Tenía que perderlo cuanto antes. Aceleró el paso, como caminando sobre barro, el cuerpo por delante de los pies.

Los rusos no eran tan afables como los soldados estadounidenses y rezongaban cuando pasaba entre ellos. Sabía, atrapado entre paredes de soldados, que no iba a conseguirlo. ¿Importaba? Shaeffer no dispararía entre tanta gente. Aunque tampoco tendría que hacerlo. Estaba en la zona rusa, donde las personas desaparecían. ¿Por qué había tenido que dejar el palco? Shaeffer no podía correr el riesgo de exponerse en la parte occidental. Allí, sin embargo, Jake podía ser engullido sin que nadie se diera cuenta nunca. Aunque montara una escena, perdería. La policía militar rusa haría una llamada rápida al sucesor de Sikorsky, y Shaeffer regresaría solo. Nada habría ocurrido. Desaparecido, como Tully.

– Amerikanski -exclamó un ruso cuando tropezó con él.

– Disculpe. Lo siento.

Sin embargo, el ruso no lo miraba a él, sino al frente, donde las tropas estadounidenses seguían a la banda. Retrocedió un paso para dejar pasar a Jake, por lo visto creyendo que se dirigía a reunirse con su unidad. «Que no se te olvide qué uniforme vistes.» Miró hacia el desfile. No era la espectacular 82.a División, sino uniformes corrientes, como el suyo, la protección de Gunther. Agachó la cabeza para desaparecer de la vista de Shaeffer y se escurrió entre la muchedumbre, agazapado hasta llegar a la marcha. Varios rusos se echaron a reír: resaca, el aturdimiento habitual que acababa por convertirse en un infierno. Avanzó en paralelo a las filas que marchaban y, cerca del centro de una fila de soldados, empujó de lado a uno para hacerse sitio y se sumó a ella.

– ¿Quién coño eres tú?

– Me sigue un policía militar.

El soldado esbozó una sonrisa picara.

– Pues sigue el paso.

Jake dio un respingo, realizó una torpe danza hasta que el avance del pie izquierdo coincidió con el de los demás, luego irguió los hombros y balanceó los brazos al unísono, tornándose invisible. Sin mirar atrás. Pasaban por el punto en el que debía de encontrarse Shaeffer, volviendo la cabeza a un lado y a otro, furioso, peinando a los rusos, buscando en todas partes salvo en el desfile.

– ¿Qué es lo que has hecho? -musitó el soldado.

– Fue un error.

– Ya.

Esperó a oír de nuevo un grito llamándolo, pero allí sólo se oía Sousa, campanillas y tambores. Cuando franquearon la Puerta hacia la parte occidental, sonrió para sí; marchaba en su propio desfile de la victoria. No era la victoria de la guerra contra los japoneses, sino la de una guerra privada que ya quedaba atrás, en la parte oriental. Se acercaban al palco más deprisa de lo que podía hacerlo nadie entre la multitud. Aunque Shaeffer se hubiese rendido y hubiese decidido volver, tardaría varios minutos antes de llegar al palco de la prensa, tiempo suficiente para meter a Emil en el jeep y huir. Jake echó un vistazo rápido a un lado. Patton saludaba. Tenía tiempo suficiente, pero seguían siendo unos pocos minutos. Al menos, ahora lo sabía. Lo que no sabía era qué le había sucedido a Gunther.

Resultó más fácil salir del desfile que infiltrarse en él. Tras pasar junto al palco presidencial, hicieron una pausa y, mientras marchaban sin avanzar, Jake se deslizó a un lado y se coló entre el público de la curva en dirección al palco de la prensa. Sólo unos minutos. ¿Y si Emil se había marchado? Pero allí estaba, ni siquiera en el palco, sino junto a la escalera fumando un cigarrillo.

– Eh, ¿qué le dije? Siempre vuelve -dijo Brian-. Respire tranquilo.

– ¿Qué hacéis aquí abajo? ¿Ha intentado huir?

– Qué va. Ha sido un buen chico, pero ya conoces a Ron. La curiosidad mató al gato, así que pensé que…

– Gracias, Brian -le atajó Jake, apurado-. Te debo otra.

Volvió la mirada atrás. Nadie, todavía. Brian, mirándolo, señaló con la cabeza en la dirección opuesta al palco.

– Si tienes que irte, mejor que lo hagas ya. Que llegues sano y salvo a casa.

Jake asintió.

– Si no es así, sólo por si acaso, ve a ver a Bernie Teitel. Dile de quién has estado haciendo de canguro y lanzará una bengala.

Tomó a Emil de un brazo y se dispuso a llevárselo.

– La próxima vez prueba a escribir artículos -se despidió Brian-. Es mucho más fácil.

– Sólo si se hace a tu estilo -repuso Jake.

Le puso una mano en el hombro y se marchó.

Cruzaron junto con varios soldados estadounidenses que estaban ya algo hastiados y que aprovechaban otra pausa del desfile para escabullirse hacia el parque.

– ¿Quién es Teitel? -preguntó Emil-. ¿Es americano?

– Uno de tus nuevos amigos -respondió Jake, aún con la respiración levemente entrecortada. Estaban ya cerca del jeep.

– ¿Un amigo como tú? ¿Un carcelero? ¡Dios mío! ¿Y todo esto por Lena? Ella es libre de hacer lo que quiera.

– Y tú también lo fuiste. Sigue andando.

– No, no fui libre. -Se detuvo y Jake tuvo que volverse-. Para sobrevivir. Uno sigue adelante para sobrevivir. ¿Crees que tú eres diferente? ¿Qué harías tú para sobrevivir?

– Ahora mismo, sacarnos de aquí. Vamos, ya te justificarás en el jeep.

– La guerra se ha acabado -espetó Emil con voz estridente, casi una súplica.

Jake lo miró.

– No del todo.

Algo se movió en el paisaje detrás de Emil, algo borroso entre el público errante, más rápido que los soldados que desfilaban, acercándose por el parque. No iba por la carretera sino campo a través, traqueteando sobre el terreno irregular.