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– Y crees que esto puede ponerlos en un aprieto.

– Puede convertirlos en criminales de guerra.

Shaeffer levantó la vista de los documentos.

– Verás, tu problema es que estás en la guerra equivocada. Todavía estás librando la última.

– Estuvieron implicados -insistió Jake.

– Geismar, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? No me importa.

– Debería importarle -dijo Lena-. Mataron a mucha gente.

– Qué comentario tan interesante, viniendo de una alemana. ¿Y quién cree que mató a esa gente? ¿O es que quiere que su marido pague el pato? Claro, le conviene.

– No puedes hablarle así -replico Jake, e intentó levantarse, pero hizo un gesto de dolor cuando Shaeffer lo empujó para impedirlo.

– Cuidado con ese hombro. Bien, ahora tenemos un problema. Eres como un grano en el culo.

– Y lo seré más aún si Teitel no recibe esos documentos. Ni siquiera Ron podrá acallar esta historia.

– ¿De qué historia hablas?

– ¿Qué te parece la de un congresista que lleva nazis a Estados Unidos?

– Eso no le gustará.

– O la de una unidad técnica jugando al escondite con los rusos. Tengo muchas opciones. O podemos hacerlo como es debido: tú ayudas al Gobierno Militar a hacer lo que dice que quiere hacer, llevar a juicio a esos hijos de puta. Un artículo sobre el juicio. Esta vez, tú serás el héroe.

– Deja que te explique una cosa -dijo Shaeffer-. No me andaré con rodeos. Mira este país. Esos científicos son la única reparación que vamos a conseguir. Porque vamos a conseguirlos. Los necesitamos.

– Para luchar contra los rusos.

– Sí, para combatir a los rusos. Debes decidir en qué bando estás.

– Y lo de los campos da igual.

– Por mí, como si se han tirado a la señora Roosevelt. Los necesitamos. ¿Lo entiendes?

– Si Teitel no consigue esos documentos, escribiré el artículo. No creas que no voy a hacerlo.

– Creo que no lo harás.

Shaeffer cogió los documentos con las dos manos y, antes de que Jake pudiera moverse, los rompió.

– No hagas eso -dijo Jake, incorporándose. El papel desgarrándose lo hacía estremecerse tanto como el dolor que se le clavaba en el hombro. Un nuevo desgarro, y Jake, medio levantado, miraba con impotencia cómo desaparecían los documentos-. ¡Hijo de puta!

El último jirón.

Shaeffer dio un paso hacia la ventana y lanzó las hojas al exterior: trozos de papel, suspendidos en el aire, llevados por la brisa, revoloteando por el jardín. Jake, que miraba como hipnotizado, se dio cuenta de que no eran fragmentos pequeños, sino del mismo tamaño que los billetes que habían revoloteado sobre el jardín de Cecilienhof.

– Ya te lo he dicho -dijo Shaeffer volviéndose-, estás en la guerra equivocada. Esa ya terminó.

Jake observó cómo se marchaba, apartando con brusquedad a Lena y al anonadado Erich, que ya sabía que todo estaba kaput.

– Tengo la sensación de haberte decepcionado también a ti -le dijo Jake a Bernie-. Supongo que a ti más que a nadie.

Habían ido a casa de Gunther a recoger los Persilscbeine y se habían encontrado toda la habitación patas arriba: las estanterías por los suelos y cajas rotas esparcidas por todo el salón.

– No eres el único. Todo el mundo me decepciona -respondió Bernie con un leve gruñido, aunque no estaba enfadado de verdad-. ¡Dios! ¡Mira esto! Las noticias vuelan. ¿Te has dado cuenta de que lo primero que se llevan es el alcohol? Después el café. -Recogió las carpetas del suelo y las apiló-. No te tortures demasiado, ¿de acuerdo? Al menos sé qué buscar. Ya es más de lo que tenía antes. Hay montones de pruebas por toda Alemania, algunas de ellas podrían aterrizar en mi mesa.

– Jamás los atraparás -dijo Jake con tristeza.

– Entonces atraparemos a otros -dijo Bernie mientras miraba el cajón del escritorio-. No escasean precisamente.

– Pero ¿no te molesta?

– ¿Que si me molesta? -se volvió hacia Jake, encorvado-. Voy a decirte algo. Vine a este lugar porque creía que iba a conseguir algo: justicia. Y ¿dónde he terminado? El último de la fila. Todo el mundo necesita algo, y nosotros no podemos con todo. Hay que alimentar a la gente, están muriéndose de hambre. Conseguir volver a poner en marcha Krupp, abrir las minas. ¿Y los judíos? Bueno, fue algo terrible, sin duda, pero ¿qué se supone que tenemos que hacer este invierno si no conseguimos el carbón de los rusos? ¿Congelarnos? Todo el mundo tiene sus prioridades. Salvo que los judíos no están en la lista de nadie. Ya nos ocuparemos de eso más adelante. Si alguien tiene tiempo. Así que ¿qué pasa si pierdo a un par de científicos? Todavía estoy intentando pillar a los guardias de los campos.

– Eso es caza menor.

– No para las personas a las que mataron. -Se quedó en silencio-. Mira, a mí tampoco me gusta, pero es lo que hay. Crees que te vas a comer el mundo y vienes hasta aquí, y lo único que haces es rebuscar entre los escombros. Sin ninguna prioridad. Así que uno hace lo que puede.

– Sí, ya lo sé, paso a paso. Ojo por ojo.

Bernie levantó la vista.

– Me suena demasiado a Antiguo Testamento. No existe castigo posible. ¿Cómo se castiga algo así?

– Entonces, ¿para qué molestarse?

– Para que lo sepa todo el mundo. Cada juicio. Esto es lo que paso. Ahora lo sabemos. Y luego otro juicio. Soy fiscal del Estado, eso es todo. Llevo cosas a juicio.

Jake agachó la cabeza mientras jugueteaba con los Versüscheine de la mesa.

– Aun así, me gustaría tener los documentos. No eran guardias, deberían haber actuado de otra forma.

– Geismar -dijo Bernie con delicadeza-, todo el mundo debería haber actuado de otra forma.

– ¿Serviría de algo que escribiera un artículo? ¿Que te consiguiera cobertura periodística?

Bernie sonrió y volvió a mirar en el cajón.

– No gastes tinta. Vuelve a casa. Mírate, estás destrozado. ¿Es que no has tenido suficiente?

– Me gustaría saberlo.

– ¿Qué?

– Quién era el otro hombre.

– ¿Eso? ¿Todavía estás con eso? ¿Que sentido tiene?

– Bueno, para empezar, ese hombre podría seguir trabajando para los rusos. -Jake dejó caer la carpeta en la mesa-. De todas formas, me gustaría saberlo por Gunther, para dejar el caso cerrado en su nombre.

– Dudo que a el siga importándole. ¿O es que tienes medios para enviarle un mensaje allí arriba?

Jake se acercó al mapa, que los carroñeros no se habían llevado. La Puerta de Brandeburgo. La amplia Chausee, donde había estado el palco presidencial.

– ¿Por que alguien que trabaja para los rusos iba a revelar a los americanos el paradero de Emil? ¿Por que iba a hacer eso?

– Ni idea.

– Bueno, veras, Gunther lo habría descubierto. Eso era lo que se le daba bien: encontrar cosas que no encajan.

– Ya no volverá a hacerlo -añadió Bernie-. ¡Eh, mira esto!

Había sacado una antigua caja cuadrada del fondo del cajón, forrada de terciopelo o ante, como un joyero, estaba abierta y dentro tenía una medalla. Jake pensó en las miles de medallas tiradas en el suelo de la Cancillería, no puestas a buen recaudo como ésa, atesorada.

– Una Cruz de Hierro, de primera clase -dijo Bernie-. De 1917. Era un veterano de la Gran Guerra. Nunca lo dijo.

Jake miró la medalla y luego volvió a dejarla en su sitio.

– Era un buen alemán.

– Ojalá supiera qué significa eso.

– Antes significaba esto -dijo Jake-. ¿Ya estamos?

– Sí, coge las carpetas. ¿Crees que habrá algo en el dormitorio? No tenía muchos efectos personales, ¿verdad?

– Sólo los libros.

Jake cogió un ejemplar de Karl May de la estantería, un pequeño recuerdo. Luego fue hasta la mesa, recogió una de las carpetas y la abrió. Un tal Herr Krieger. Había estado en un campo de concentración, ahora tenia categoría IV, sin pruebas de haber llevado a cabo actividades nazis. Se aconsejaba su liberación. Leyó la página de forma despreocupada, pero luego se detuvo y la miro fijamente.