Volvió a señalar con la cabeza el informe de Bensheun.
– ¿Me sigue? Así que lo más sencillo era enviarlo a casa, lo único que tenía que hacer era firmar un formulario. Eso es lo que quiere todo el mundo, ¿verdad? Salvo que esta vez no era así. Tully no quería irse a casa, tenía planes aquí. Lo convoca en Berlín a toda prisa, sin tiempo siquiera para hacer las maletas, lo mete en el primer avión. Por cierto, tendría que haber esperado un poco. ¿Sabía que iba a venir de todas formas? Tenia una cita el martes. Pero eso no importa. La cuestión es que debía hacerse deprisa, sin tiempo que perder. Sikorsky se reunió con él en el aeropuerto y lo dejó en el Consejo de Control.
Muller levantó la cabeza para decir algo.
– No se moleste -dijo Jake-. Me lo contó él mismo. Tully vino aquí para recoger un jeep, pero nadie puede entrar tan tranquilo y llevarse un vehículo. No es un taxi a la espera de que lo coja cualquiera. Los asigna el Gobierno Militar. A usted, por ejemplo. Podría comprobar cuántas autorizaciones se firmaron ese día, pero ¿para qué molestarse en hacerlo a estas alturas? Una es suya.
»No sé ni dónde estaba, seguramente en alguna reunión, defendiendo a los libres y valientes. Por eso no pudo ir a buscarlo en persona. El avión llegó con retraso, lo cual debió de desbaratar sus planes para el día. Fuera como fuese, estaba ocupado. Fue una pena, porque Tully también estuvo muy ocupado, en el Centro de Documentación, así que, cuando se reunió con él allí mas tarde, ya había armado otro lío. Por no hablar del pago satisfecho por Sikorsky; pago que él no mencionó, supongo.
Miró a Muller a la cara.
– No, no se lo mencionó. Pero eso era razón de más para quedarse, mas dinero de donde había conseguido ese. Cuénteme qué ocurrió a partir de ahí. ¿Le dijo que se metiera el traslado donde le cupiera? ¿O amenazó con delatarlo si no jugaba a su juego? De perdidos al río. Se podía sacar un buen dinero de esos documentos de las SS. ¿Y Shaeffer? Usted podía encargarse de él. Ya se había encargado de lo de Bensheim, ¿verdad? Y si no podía, bueno, tendría que hacerlo, o Tully lo habría arrastrado consigo. De todas formas, me juego el cuello a que no pensaba irse a Natick, Massachusetts, si podía quedarse aquí y forrarse. Desde luego, es posible que usted se deshiciera de él para quedarse con los documentos, pero él todavía no los tenía, el Centro de Documentación estaba seco. Así que supongo que lo que ocurrió es que Tully lo tenía tan acorralado que pensó que no le quedaban muchas salidas. El traslado habría sido lo más fácil, pero aún tenía que deshacerse de él, como fuera. Eso es lo que ocurrió, más o menos, ¿verdad?
Muller se quedó callado, inexpresivo.
– Así que eso hizo. Un paseíto por el lago para arreglar las cosas, porque no quería que los vieran juntos. Tully era testarudo. Llevaba el cinturón lleno de dinero y sabe Dios qué le pasaría por la cabeza, y entonces le dijo cómo iban a ir las cosas. No sólo Brandt, sino más. Y usted supo que no iba a funcionar. Brandt era una cosa, incluso había colaborado. Sin embargo, ahora tenían a Shaeffer rondando por allí. Debía actuar con inteligencia: coger el dinero y salir corriendo antes de que fuera demasiado tarde. Eso era lo último que quería oír Tully. Y tal vez fuera lo último que oyó. Eso se lo concedo, estoy dispuesto a creer que no lo había planeado. Para empezar, fue algo descuidado, ni siquiera le quitó las placas de identificación después de matarlo, se limitó a tirarlo al agua. Sin lastre para que se hundiera. Quizá pensó que bastaría con las botas. Seguramente ni siquiera pensó nada, le pudo el pánico. Fue esa clase de asesinato. Y ahora viene la mejor parte, ni siquiera yo podría haber inventado algo mejor: se fue a casa y cenó conmigo. A mí me cayó bien. Creí que estaba aquí para lo mismo que nosotros. Para conseguir la paz. ¡Dios, Muller!
– ¿Va todo bien por aquí? -preguntó el guardia, sorprendiéndolos, desde la puerta.
Muller giró sobre sus talones y se llevó la mano a la cadera, luego se detuvo.
– Ya casi hemos terminado -dijo Jake con firmeza, mirando la mano de Muller.
– Se hace tarde -advirtió el guardia.
Muller pestañeó.
– Sí, está bien -dijo, con autoridad militar, y bajó la mano.
Se volvió y esperó, con la mirada clavada en Jake, hasta que las pisadas del guardia se desvanecieron.
– ¿Nervioso? -preguntó Jake. Señaló la cadera de Muller con la cabeza-. Mucho cuidado con eso.
Muller se inclinó hacia delante y apoyó las manos sobre la mesa.
– Está jugándose el cuello.
– ¿Qué? ¿Va a llenarme de plomo? Lo dudo. -Agitó la mano-. Aquí no, en cualquier caso. Piense en el lío que se montaría. ¿Qué diría Jeanie? Además, ya lo ha intentado antes. -Se lo quedó mirando hasta que Muller apartó las manos de la mesa, como si la mirada de Jake, literalmente, lo hubiera apartado.
– No sé de qué me está hablando.
– De Potsdam. Cuando todo empezó a venirse abajo. Ahora tiene las manos manchadas de sangre, y no de un simple estafador de poca monta. Hablo de Liz. ¿Cómo se sintió al enterarse?
– ¿Enterarme de qué?
– De que también la había matado a ella. Es como si hubiera apretado el gatillo.
– No puede demostrarlo -dijo Muller casi en un susurro.
– ¿Quiere jugarse algo? ¿Qué cree que he estado haciendo todo este tiempo? ¿Sabe?, puede que ni siquiera lo hubiera intentado de haber sido sólo Tully. Supongo que puede decirse que él se lo buscó. Pero Liz no. Gunther también tenía razón en eso. En el cuándo. ¿Por qué tenía que intentar matarme a mí también entonces? Otra cosa que no se me había ocurrido hasta ahora, cuando he empezado a atar cabos. ¿Por qué tenía que matarme? Tully estaba muerto, y el rastro de Shaeffer también había desaparecido. No había forma de relacionarlo a usted con todo eso. Incluso después de que apareciera en la orilla, un informe rápido y el cuerpo saldría de aquí antes de que nadie pudiera echarle un vistazo. Tampoco es que alguien quisiera ver el cadáver… lo único interesante era el dinero. ¿Qué otra explicación podría haber, más que la del dinero? Está claro que era la explicación que usted quería que yo creyera. Digamos que fue una suerte para usted, un dinero que ni siquiera sabía que Tully llevara encima. Por cierto, ¿qué pensó cuando apareció? Tengo curiosidad por saberlo.
Muller no dijo nada.
– Un regalito de los dioses, supongo. Así que estaba usted a salvo. Shaeffer estaba atascado y yo andaba por ahí buscando relojes en el mercado negro. Pero entonces ocurrió algo. Empecé a hacer preguntas sobre Brandt y Kransberg, empecé a preguntar por motivos personales, pero usted no lo sabía, creía que yo debía de saber algo, que podría relacionar lo que nadie había relacionado. Y si yo estaba haciendo preguntas, puede que alguien más relacionara cosas. Pero no podía sacarme de Berlín, eso sólo lo habría empeorado, yo habría armado escándalo y la gente habría empezado a hacerse preguntas. Después, en la fiesta de despedida de Tommy, ¿qué hice? Le pedí que me diera el nombre del despachador de Francfort, al que había llamado usted, ¿o le pidió a Jeanie que lo hiciera? No, lo hizo usted mismo, para meter a Tully en el avión. Una autorización personal, no aparecía en el manifiesto. Y él lo habría recordado. Eso ya no era una suposición, sino una conexión real. Así que volvió a entrarle el pánico. Lo sacó de aquí en un abrir-y-cerrar de ojos, pero aun así no estaba del todo seguro y buscó a alguien que se encargara de mí en Potsdam. Justo al día siguiente. En eso tampoco caí, no en aquel momento. Estaba allí tirado, cubierto de sangre de una mujer inocente.