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– Bueno, no se altere. No quería sonar irrespetuoso. Supongo que en ciertas circunstancias… De todas formas, no son formas. Después de todo lo que ha pasado él. Joder, después de todo lo que usted ha pasado. Joe me ha contado lo que hizo por nosotros. Ya sé, se cree muy listo, y lo es -dijo y levantó la vista-. No se hace usted querer precisamente. Lo sabe, ¿verdad? Pero cuando estuvimos en apuros nos sacó usted del lío. Me quito el sombrero por eso. -Se calló; sus palabras le sonaron huecas incluso a él mismo-. En cualquier caso, tenemos a Brandt, eso es lo importante. Estas personas, no obstante… -Miró a Lena-. Jamás los entenderé, ni aunque viviera un millón de años. Hace uno todo lo que puede por ellos…

– ¿Qué estamos haciendo por ellos? -preguntó Jake en voz baja-. Me gustaría saberlo.

– Bueno, los estamos ayudando, a eso me refiero -dijo Breimer de forma relajada-. Tenemos que hacerlo. ¿Quién iba a hacerlo si no? ¿Los rusos? Mire este lugar. Se ve por lo que han pasado.

Jake miró la pista. Se oía el traqueteo leve de las hélices. Emil y Shaeffer pasaron a toda prisa junto a la tripulación de tierra del avión. A lo lejos ya se habían encendido luces, blanquecinas y polvorientas, que se extendían por kilómetros de casas en ruinas.

– ¿Tiene idea de lo que ha ocurrido aquí? -preguntó Jake, hablando también para sí-. ¿De verdad sabe algo?

– Supongo que va a contármelo. Bueno, ya lo sé todo sobre eso, así que le diré una cosa. Me gusta mirar al futuro. Lo pasado, pasado está. Lo que quiere hacer toda esta gente es olvidar, y no puede reprochárselo.

– Así que es eso lo que vamos a hacer -dijo Jake, que de repente se sintió cansado; empezaba a dolerle otra vez el hombro-. Ayudarlos a olvidar.

– Si es así como quiere expresarlo, sí, supongo que sí. Al menos a los buenos alemanes.

– Como Brandt -dijo Jake mientras lo miraba embarcar.

– Sí, desde luego, como Brandt. ¿Quién si no?

– Uno de los buenos -dijo Jake, alejándose del mirador y dirigiéndose hacia Lena. Se volvió hacia Breimer-. ¿Es eso lo que piensa?

Breimer lo miró fijamente.

– Debe de serlo, ¿no cree? -comentó con suavidad-. Es uno de los nuestros.

Joseph Kanon

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