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Muller sonrió con paciencia, volvía a ser el juez Harvey.

– Puede que un poco. Toda la vida he pertenecido al ejército y estamos acostumbrados a proteger nuestros flancos. A lo mejor la gente que escribe sobre el Gobierno Militar debería tener cierta idea de qué tenemos entre manos. Un poco de perspectiva. No todos somos… Bueno, venga, le daré lo que ha venido a buscar.

– ¿Cómo ha acabado aquí, por cierto? -preguntó Jake, siguiendo lo por el largo pasillo.

– Como todo el mundo. Ya no nos necesitan en el campo de batalla, así que tenemos que servir en otro lugar. No me presenté voluntario, si se refiere a eso. Las unidades tácticas no recurren mucho al GM. creen que no somos más que oficinistas. Yo antes era como ellos. A nadie lo ascienden por arreglar el alcantarillado. Aunque ahora tampoco ascienden a nadie en el campo. La guerra ha acabado, según me han dicho, y a mí aún me queda mucho por delante antes de que me retiren, así que… Los civiles son otra cosa, casi siempre se trata de algún abogado que ha pasado la guerra en Omaha, lejos de la batalla, y ahora quiere una comisión para poder considerarse capitán. No se alistan en rangos inferiores. Lo que los demás hemos tenido que ganarnos en años. Escuece un poco, si uno lo permite.

– Pero usted no lo permite.

– Sí lo hice, pero es como todo lo demás. El trabajo te absorbe. Sirves a tu país -dijo sin ninguna emoción ni una pizca de ironía-. Yo no lo pedí, pero ¿sabe una cosa? Creo que aquí estamos haciendo un trabajo de mil demonios, dadas las circunstancias. ¿O eso también le suena a discurso?

– No. -Jake sonrió-. Suena a que deberían ascenderlo.

– No lo harán -repuso Muller con ecuanimidad, se detuvo y se volvió hacia él-. Verá, seguramente éste será mi último puesto. No querría encontrarme con… ningún escándalo. Si va a empezar a remover el barro, le agradecería que me lo advirtiera.

– No pretendo…

– Ya sé, sólo siente curiosidad. Nosotros también. Ha muerto un hombre, y lo cierto es que no tenemos forma de descubrir qué sucedió. Aquí no contamos con Scotland Yard, sólo con unos cuantos policías militares que arrestan a borrachos. Así que tal vez no lleguemos a saberlo nunca. Sin embargo, si hay algo que, bueno, pueda ser un problema para nosotros, eso sí que deberíamos saberlo.

– ¿Qué le hace pensar que será así?

– No es que lo piense, pero es lo que anda usted buscando, ¿verdad? -Echó a andar de nuevo-. Mire, lo único que le pido es que lleguemos a un acuerdo. No tengo porque darle ninguna información. Si no hubiera estado en Potsdam… Pero el caso es que estuvo allí y conocía al hombre. De manera que ahora tengo una situación peliaguda. No puedo fingir que no sucedió, pero tampoco puedo dejar que el tema se preste a muchas especulaciones. Lo informo a usted, a nadie más. Si descubre algo, está bien, tendrá usted una noticia.

– Pero si no…

– No haga conjeturas en voz alta. No hay ningún cadáver misterioso. No hay nada que resolver. Puede que usted obtuviera con ello cierto protagonismo en los periódicos, pero lo único que recibiríamos nosotros serían un montón de preguntas que no podríamos responder. Así sólo se malgasta tiempo. No podemos permitírnoslo. Hay demasiadas cosas que hacer. Lo único que le pido es discreción.

– Y que informe con antelación de lo que voy a escribir.

– No he dicho que no pueda escribir, sólo que me avise de lo que se avecina.

– ¿Para que usted pueda negarlo?

– No -respondió Muller, inexpresivo-. Para esquivar el golpe. -Se detuvo frente a una puerta de cristal translúcido-. Ya estamos. Jeanie debería tener listas las copias.

Jeanie pertenecía al Cuerpo Femenino del ejército. Sus uñas rojas parecían demasiado largas para mecanografiar. Estaba guardando unas hojas de papel carbón en dos carpetas color beige y le dirigió a Muller una sonrisa que Jake, divertido, consideró más que de secretaria. Muller, sin embargo, se mantuvo del todo profesional.

– ¿Tiene los informes?

La chica le dio una de las carpetas y después un mensaje:

– El general quiere verlo a las diez.

– Vamos, entonces -le dijo a Jake, y lo llevó a un despacho sencillo, con una bandera estadounidense en el rincón.

Muller era de los que prefieren un escritorio limpio: lo único que había sobre la mesa vacía era un juego de estilográficas y una fotografía enmarcada de un joven soldado.

– ¿Su hijo? -preguntó Jake.

Muller asintió.

– Lo alcanzaron en Guadalcanal.

– Lo siento.

– No, no murió. Lo hirieron. Al menos ahora ya no está allí. -Para evitar más confidencias, abrió la carpeta, sacó dos papeles de copia y se los pasó a Jake por encima de la mesa-. Hoja de servicios. Informe de baja.

– ¿Lo considera una baja?

– Así llamamos al informe -repuso Muller, ligeramente molesto-. Sólo es un impreso. De todas formas, ahora ya sabe lo que sabemos nosotros.

Jake echó una ojeada a la primera página, una sobria lista de fechas y misiones. Patrick Tully. Natick, Massachusetts. Algo mayor que el chico de la fotografía del escritorio. El propio Jake podría haber redactado ese informe de baja.

– No dice mucho, ¿verdad? -comentó.

– No.

– ¿Qué es lo que no se ha incluido? ¿Algún problema que sucediera con anterioridad?

– No que yo sepa. La hoja de servicios está limpia, no hay incidentes. Miembro distinguido de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Eso es lo que le escribiremos a su madre.

– Sí -dijo Jake. Una persona, no un número, un chico con familia que no había tenido tanta suerte como el joven Muller-. ¿Y el dinero?

– También lo recibirá ella, junto con sus efectos personales. Un envío monetario de Correos del Ejército. Era suyo, por lo que sabemos. Esperemos que su madre piense que estuvo ahorrando sus atrasos.

– ¿Cuánto había? Aquí no lo dice.

Muller lo miró y luego asintió con la cabeza.

– Cincuenta y seis mil marcos. Se cambian diez a uno. Así que unos cinco mil dólares. Al menos eso es lo que nos dieron los rusos. Dicen que algunos billetes volaron.

– O sea que más o menos el doble. Eso son muchos atrasos.

– A lo mejor se le daban bien las cartas -dijo Muller.

– ¿Qué da tanto dinero en el mercado negro?

– Relojes, sobre todo. Si hace tictac, los rusos lo compran. Uno de Mickey Mouse puede venderse por quinientos pavos.

– Eso siguen siendo un buen montón de relojes.

– Depende de cuánto tiempo llevara dedicándose a ello. Si es que es eso lo que hacía. Mire, ¿la versión oficial? No existe el mercado negro. A veces los depósitos de suministros se quedan cortos. Las cosas desaparecen. Estas cosas pasan, en la guerra. Los alemanes pasan hambre, compran alimentos como pueden. Es por la comida. Naturalmente, hacemos cuanto podemos por detenerlo.

– ¿Y la extraoficial?

– La extraoficial es que todo el mundo lo hace. ¿Cómo se detiene a un niño en una tienda de caramelos? ¿Quiere unos cálculos rápidos? Un soldado estadounidense recibe un cartón de cigarrillos a la semana en el economato militar. Cinco centavos la cajetilla, cincuenta el cartón. En la calle vale cien dólares: eso son cinco mil dólares al año. Añada un poco de chocolate y cuatro botellas de licor al mes: otros cinco mil dólares. ¿Un paquete con comida que le envían desde casa? ¿Atún, tal vez, una lata de sopa? Más. Mucho más. Vaya sumando. Cualquiera puede sacarse el salario de un año sólo con vender sus raciones. Intente poner fin a eso. Oficialmente tampoco existe la confraternización. ¿Cómo se explican entonces todas las enfermedades venéreas?

Jake miró la hoja.

– Sólo llevaba en Alemania desde mayo.

– ¿Qué quiere que le diga? Algunos de nuestros chicos son más emprendedores que otros. No hay que ser un gran empresario para hacer dinero aquí. El mes pasado nuestras tropas recibieron un millón de dólares en pagas, y ellos enviaron a casa tres. -Hizo una pausa-. Extraoficialmente.