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– Es lo que dice el cartel -dijo Bernie, despacio.

– Bueno, también es lo que dice el informe de baja. DSP. Era uno de los vuestros. ¿Dónde se ha visto un departamento de policía que no se moleste cuando matan a un compañero? Es una organización que se preocupa de los suyos.

Bernie apartó la mirada y alargó el brazo para coger la taza de café.

– No somos exactamente un departamento de policía -aclaró con cautela-. No es lo mismo.

– Pero sois los responsables de la policía militar, dirigís la policía local, sois responsables de la ley y el orden. Aunque no sea mucho.

– Yo no dirijo nada. Hablas con el hombre equivocado. Soy de la Sección Especial. Yo sólo…

– Persigues ratas, ya lo sé. Aun así, eres del departamento. Seguro que conoces a alguien. De todas formas, eres el único al que conozco, así que…

Bernie bebió un poco más de café.

– ¿DSP de Berlín?

– No, vino de Francfort. Otro detalle interesante, por cierto.

– Entonces no es de extrañar que Frank lo enviara de vuelta allí. Le ha pasado el problema a otro. Así se hacen las cosas en el GM. -Hizo una pausa-. Mira, no tengo tiempo para esto. Buscas a alguien de la DIC, Investigación Criminal.

Jake negó con la cabeza.

– La DIC es del ejército, no del GM. Peleas callejeras. Esto es cosa de Seguridad Pública. -Sacó las hojas que llevaba en el bolsillo-. Ten, míralo tú mismo.

Bernie levantó una mano para detenerlo.

– No, lo digo en serio. No tengo tiempo.

– Le pasas el problema a otro -dijo Jake.

Bernie dejó la taza y suspiró.

– Pero ¿que es lo que quieres descubrir?

– Por qué nadie investiga. Quieren hacernos creer que los rusos saquean, pero que nosotros sólo nos hacemos con unos cuantos souvenirs. Yo mismo lo he explicado así. ¿Y Seguridad Pública? El último lugar en el que esperaría encontrarse una manzana podrida. No en ese cesto. Sin embargo, sospecho que ese chico estaba metido en algo más que en la venta de un par de cartones de cigarrillos, y apostaría lo que fuera a que Muller sospecha lo mismo. La diferencia es que él no quiere investigar y esta vez yo sí. Igual que un fiscal de distrito. Ha muerto un hombre.

Bernie se pasó la mano por los tirantes rizos de su pelo y se levantó como si la silla lo hubiese estado reteniendo. Colocó una carpeta encima de una pila y luego se acercó a otra, fingiendo estar ocupado.

– Aquí no soy fiscal -dijo por fin-. También soy del GM. A lo mejor Fred tiene razón, ¿sabes? Ese tipo cerró su propio caso. Puede que sea lo mejor para todos.

– Salvo por una cosa. ¿Y si no actuaba en solitario? Un hombre viene a Berlín para cerrar un trato y acaba muerto. ¿A quién venía a ver?

– A un ruso, según tú. -Y Bernie cambió de sitio unos expedientes.

– Seguramente, pero ¿quién lo preparó? ¿Operaba él solo? Tiene que haber más manzanas en ese cesto. Es probable que tuviera amigos. Estos negocios se hacen entre amigos.

– ¿Amigos de Seguridad Publica? -dijo Bernie. alzando la vista.

– De algún sitio. Así solía ser en Chicago.

– Chicago es Chicago -dijo Bernie, desestimándolo con un gesto de la mano.

– Y Berlín. Siempre es mas o menos lo mismo. Estamos en una gran ciudad sin policía y con un montón de dinero flotando por ahí. Cuando se tiene esa clase de queso, en todas partes aparecen los mismos ratones. Enseguida alguien tiene que organizarlo y asegurarse de conseguir un poco más que los demás. Siempre es igual, la única duda es si Patrick Tully era uno de los ratones humildes o una de esas ratas que sacan más tajada.

– ¿Quien?

– Patrick Tully, la victima. -Jake le dio las hojas a Bernie-. Veintitrés años. Con miedo a volar. ¿Por qué iba a venir a Berlín? ¿A quien venía a ver?

Bernie miro el papel, luego a Jake.

– Ese es el informe -dijo Jake-. O la mitad, al menos. A lo mejor la otra mitad nos lo diría.

– Y puedo decírtelo -dijo Bernie sin alterarse, dejando de moverse al fin-. Venia a verme a mí.

– ¿Qué?

Una pregunta para ganar tiempo. Estaba demasiado atónito para nada más. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Bernie miró otra vez la hoja.

– Ayer-dijo con serenidad, pensando en voz alta-. No se presentó. Le dije a Mike que estuviera al tanto. Seguramente ha pensado que tú eras él. Por eso te ha traído aquí… No se permite entrar a la prensa.

– ¿Tully venía a verte? -dijo Jake sin acabar de asimilarlo-. ¿Quieres decirme por qué?

– No tengo ni idea. -Levantó la vista-. No es que quiera quitarme el problema de encima, de verdad que no lo se.

– ¿No se lo preguntaste?

Bernie se encogió de hombros.

– Todos los días llega gente de Francfort. Alguien de la DSP me pide una reunión, ¿qué voy a decirle? La mayor parte del tiempo sólo buscan una excusa para venir a Berlín. Todo el mundo quiere ver la ciudad, pero hay que tener un motivo para estar aquí. Así que vienen a colaborar y a perder el tiempo en reuniones para las que nadie tiene tiempo y luego se vuelven a casa.

– Con cinco mil dólares.

– No se los di yo, si es eso lo que preguntas -repuso, molesto-. No se presentó, ¿o quieres que Mike lo corrobore?

– No te sulfures. Sólo intento descubrir qué ha sucedido. ¿No lo conocías?

– De nada. De la DSP de Francfort, nada más. Nunca trabajé con el en ningún caso. Ni siquiera sé si era de la Sección Especial. Supongo que podría averiguarlo.

Una rendija abierta. Bernie seguía siendo fiscal de distrito, después de todo.

– Pero ¿qué crees que querría? Así, de buenas a primeras.

Bernie se sentó y volvió a toquetearse el pelo.

– ¿Alguien de Francfort que quiere verme? ¿De buenas a primeras? Podría haber sido cualquier cosa. Normalmente complicaciones. La última vez fueron los de Legal quejándose de mis métodos -dijo, pronunciando la palabra con retintín-. Les gusta hacerlo en persona, poner a la gente a raya. En Francfort creen que soy una bomba de relojería. No es que me importe una mierda.

– ¿Una bomba de relojería por qué?

Bernie esbozó una sonrisa.

– Soy conocido por haberme saltado las reglas. Un par de veces.

– Pues sáltatelas otra vez -dijo Jake, mirándolo fijamente.

– ¿Porque tú te hueles algo? Tampoco a ti te conozco de nada.

– No, pero alguien viene a verte, hace una alto en el camino y acaba muerto de un disparo. Ahora somos dos los que estamos intrigados.

Bernie le sostuvo la mirada, después volvió el rostro.

– Verás, no he venido a Alemania para atrapar a soldados corruptos.

Jake asintió con la cabeza sin decir nada, esperaba que Bernie volviera a estallar. En lugar de eso, no obstante, dejó de retorcerse y se inclinó hacia delante, como un negociador en Cecilienhof, entrando al fin en materia.

– ¿Qué quieres?

– La otra página. Aquí no hay nada. -Jake señaló al informe -Ni siquiera las pruebas de balística. Debe de haber alguien a quien puedas preguntar. Con discreción, tanteando el terreno.

Bernie asintió.

– Llama a Francfort. Es natural que sientas curiosidad, esperabas a un hombre que no se ha presentado. ¿Quién era, qué quería? Hay rumores. A estas alturas seguro que no se habla de otra cosa. Uno de sus hombres ha regresado en una caja. Ah, ¿lo conocía usted? ¿Qué demonios ha sucedido?

– ¿Intentas decirme cómo tengo que hacerlo?

– Cualquier rumor nos sirve -prosiguió Jake-. A lo mejor se ha perdido algo de valor. Algún souvenir. Dudo que resulte, pero nunca se sabe. Una fotografía tampoco estaría mal.

– ¿Para publicarla? -dijo Bernie, receloso.