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Por un descabellado instante, Jake oyó la voz de Breimer, un eco improbable.

– Era otra clase de campo -dijo Jake.

– Déjame decirte una cosa, amigo. Cuando pases tres años como prisionero de guerra, ya me dirás lo diferente que es.

– Lo siento. No pretendía…

– No pasa nada -dijo Danny con afabilidad-. No me lo he tomado a mal. A decir verdad, no es que me vayan mucho las cartas de los campos. Apesta, en realidad, después de todo lo que han tenido que pasar. No es que se presenten voluntarios precisamente, ¿entiendes? Necesitan el dinero, es por eso. Pobres tipos. A veces se los ve por aquí, aún con esos pijamas, se queda uno destrozado. Así que las cartas… Yo no tocaría esa clase de mercancía. Es aprovecharse.

Jake lo miró; el hombre que ofrecía chicos con uniforme de Hitler.

– ¿Podrías descubrir quién las pasa?

– ¿Por qué?

Una cita con un abogado de Seguridad Pública. Puede que fuera un contacto, después de todo. Pensó en el despacho de Bernie, lleno de montañas de papeles.

– Una corazonada. No eran joyas, no lo creo. Sigamos la pista del papel. -Vio la expresión dudosa de Danny-. Te pagaré, por supuesto.

– Te diré una cosa, amigo de Gunther. Me encantaría ayudarte, hasta aquí está claro. Deja que sondee un poco. No prometo nada, cuidado. Si me encuentro con algo, le pondré un precio. No puedes pedir un trato más justo, ¿no te parece?

– No.

– Hola, Rog -dijo Danny mirando a un soldado británico-. ¿Todo listo?

– Tengo al comandante esperando fuera.

– Bien. Ése es para ti, cariño -le dijo a la rubia, que dejó la servilleta y sacó un pintalabios-. Sé tú misma, cielo. No tiene mucho sentido pintarse los labios sabiendo cómo van a acabar. Vete ya.

– Wiedersehen -se despidió cortésmente de Jake antes de levantarse y seguir al soldado.

– Llega a salvo a casa -exclamó Danny tras ella-. Esa tiene muchas posibilidades. Le gusta. ¿Seguro que no quieres probar?

– ¿Puedo preguntarte una cosa? ¿Por qué…? -empezó a decir Jake, pero luego se interrumpió sin saber muy bien cómo formular la pregunta-. En fin, yo creía que bastaba con un par de cigarrillos. ¿Por qué…?

– Bueno, algunos caballeros son tímidos, no sé. Así empezó. Verás, yo no soy nada tímido, empecé haciendo algunas presentaciones. Hay quien te lo agradece. Es por la comodidad. Los oficiales no quieren pillar nada en las calles. Nunca sabes dónde te metes, ¿no? Menuda sor- presita para la mujer. Vaya, ¿qué es esto? Muy desagradable. En realidad es por la higiene. Tengo a un médico que las examina. Un tipo decente. También se ocupa de los accidentes, ya sabes a qué me refiero. Desde luego, las chicas lo prefieren. Les ahorra mucho desgaste, tanto caminar por ahí.

– ¿Por qué sólo oficiales?

Danny sonrió.

– Para empezar porque son los que tienen dinero. Pero, verás, en realidad es por las chicas. Son todas iguales, ¿no? Buscan amor, y un billete para salir de aquí. A Londres, ¿por qué no? A cualquier lugar que no sea esto. Un soldado raso no va a hacer nada por el estilo, ¿verdad? Tiene que ser un oficial.

– ¿Y lo hacen?

– ¿El qué? ¿Llevárselas de aquí? Qué va. Lo que quieren es una mamadita y un polvo rápido. Aun así, nunca se sabe. Yo les digo a las chicas que miren el lado positivo. Siempre cabe la posibilidad. Sólo hay que entregarse en cuerpo y alma, y a lo mejor sale algo.

– ¿Y se lo creen?

Danny se encogió de hombros.

– Bueno, no son putas, son buenas chicas. Algunas de ellas ocasionales. Sólo intentan salir adelante. Hay que darles cierta esperanza.

– Y a los chicos ¿qué les dices?

– Eso es caso aparte -dijo Danny. Se pasó la mano por el pelo alisado, avergonzado otra vez-. Hay gente para todo.

– ¿De verdad son de las Juventudes Hitlerianas?

– Desde luego. Por lo menos Viktor. Es hermano de Ilse.

– Vaya familia.

– Bueno, verás, creo que él ya era así antes. Los demás, no sé. Al principio se mostraban un poco reacios, pero agradecen el dinero y ¿quién sabe, en realidad? Los busca Viktor, son amigos suyos. Como te digo, es cosa aparte. Mira a ése. Sí que es bueno, todo un Benny Goodman.

Señaló al escenario, donde un clarinetista se había levantado y chupaba la lengüeta mientras esperaba su introducción. Cuando empezó a tocar, sonó Goodman, Memories of You. Las tristes notas introductorias eran melosas, casi líquidas. Otro sonido de la patria, una música tan inesperadamente hermosa que parecía una especie de reproche en esa sala llena de humo. En la pista de baile, las parejas se abrazaron más y empezaron a balancearse en lugar de saltar, como si el clarinete los hubiera hechizado. También el músico se balanceaba, con los ojos cerrados para olvidar esa espantosa sala iluminada y dejar que la música se lo llevara a otro lugar.

«Everything seems to bring…» Música romántica, no de toqueteos y achuchones rápidos; una canción para chicas en busca de amor. Jake miraba cómo se movían por la pista, igual que en un sueño, con las cabezas apoyadas en hombros uniformados, dándose esperanzas. En las mesas, los presentes estaban más callados. Fingían mirar al solista cuando en realidad era otra cosa lo que cautivaba su atención: el mundo que habían conocido antes de Ronny's estaba allí de nuevo, casi podían tocarlo gracias a esas notas sentimentales. «… memories of you.» Aun en ese lugar. Ahí estaba el vestido de Lena, al otro lado de la sala. El mismo azul intenso, su vestido de salir. Jake recordó la forma en que se alisaba la parte de atrás al levantarse, un roce raudo para quitar las arrugas, de modo que la tela se pegaba a su cuerpo, se movía con ella. En la parte de delante llevaba unas vetas de lentejuelas relucientes que le subían hasta el hombro, como una lluvia de estrellas. Aunque el de Lena era de lana, demasiado cálido para una noche de verano en una sala abarrotada, y ese que estaba viendo quedaba muy tirante entre los omoplatos, le estaba muy pequeño a una chica demasiado grande, una chica con la melena rubia recogida en lo alto de la cabeza como Betty Grabie. Aun así, era el mismo azul intenso.

Cuando la banda se puso a tocar y puso fin al solo de clarinete, en las mesas se produjo cierta agitación, una especie de alivio por haber salido del hechizo y volver a disfrutar solamente de música.

– ¿Qué te decía? -preguntó Danny con los ojos brillantes, pero Jake seguía mirando el vestido.

La mano de un soldado estadounidense tapaba ahora ese trozo de tela tirante. Fragebogen. Tablones de anuncios. ¿Por qué no allí, bailando en Ronny's? Sin embargo, tenía una cintura demasiado ancha que sobresalía del cinturón.

Gunther avanzaba por la sala con tranquilidad, esquivando a los bailarines. Se oyó un repentino clamor en la puerta, era un gran grupo que buscaba mesa. Memories of you se desvaneció.

– Gunther, viejo zorro -dijo Danny, y se levantó como muestra de respeto-. Siéntate.

Ofreció una silla.

Gunther se sentó y se sirvió una copa.

– ¿Le han presentado al general? -preguntó Jake con un gesto en dirección a Sikorsky.

– Conozco al general. A veces es una fuente útil.

– Pero no esta vez -dijo Jake, interpretando la expresión de su rostro.

– Todavía no. -Dejó el vaso y se apoyó en el respaldo-. Bueno. ¿Han charlado a gusto?

– Danny me ha estado hablando de sus bienes inmuebles. Es un terrateniente.

– Sí. Un Kino a cambio de seda de paracaídas -dijo Gunther sacudiendo la cabeza, divertido.